Señorías, no rompan el equilibrio
La reforma laboral es un hito al lograr el consenso de patronal y sindicatos. El Parlamento debería frenar la tentación de tocarla.
La reforma laboral es un hito, pues la han consensuado patronal y sindicatos. Y la han acordado porque es equilibrada. Eso la hace mil veces mejor a la de 2012, que al ser de parte, no logró consenso.
Por eso el Parlamento —aunque tiene poder legítimo para hacerlo— debería frenar la tentación de tocarla. Se arriesga a romper sus equilibrios, y solo un desequilibrado afana destruirlos. La política está para desfacer entuertos, arreglar problemas, no para estropear acuerdos de la sociedad.
El equilibrio esencial del pacto está en la flexi-seguridad. Flexibilidad de los empresarios para organizar las condiciones de trabajo y modificarlas (con control) en caso de fuerza económica mayor, de la que ya gozaban (artículos 41; 40 y 82/3).
Y seguridad de los trabajadores en un contrato digno y un salario decente. Esto se logra cegando las vías a la temporalidad abusiva, esa semiesclavitud de contratos fijos fraudulentos a base de temporales: semanales o diarios encadenados. La eliminación del contrato de obra y su sustitución por el fijo-discontinuo apto para muchas labores estacionales es hoy el paradigma. Garantizado por un escalado de multas disuasorias al contratista incumplidor.
Junto a este binomio clave, cada parte logra propinas añadidas: los sindicatos, la ultractividad de los convenios al vencer, o las barreras a las falsas subcontratas. La patronal, una vía alternativa mejor de ajuste que el despido: el apoyo estatal en casos de crisis con el mecanismo Red, unos ERTE 2.0; o el contrato propio de la construcción.
El hito es hito porque conjuga la capacidad de adaptación empresarial y la dignificación del empleo frente a su banalización temporal y la precarización salarial.
Quienes alegan, como alguna patronal despistada para explicar su abstención, los “efectos limitados” o la presunta “liviandad” de la reforma solo aciertan ante clientes obcecados. Acostumbrados a contratar sin contrato, a llamar a la poli al primer litigio y a despreciar al interino: nada que ver con los empresarios schumpeterianos.
Las pymes ya han logrado evitar la sindicalización de sus microrrelaciones laborales. A cambio pagarán algún salario más alto por convenio sectorial, sí, pero la tensión ahí no va con la parte laboral, sino con las grandes de su sector. El fijo discontinuo iguala la indemnización por despido a la normal, pero ¿quién, además de contratar por un día, quería seguir indemnizando en función de un día?
El gran Antonio Catalán dijo que el trato a las kellys hoteleras era “un abuso innecesario” tras la reforma laboral de 2012, y si las cosas “van bien, ¿por qué no has de pagar bien a tus empleados?”. Claro que ni Catalán ni Antonio Garamendi son el modelo de Pablo Casado. Él prefiere las ideas ultraliberales del condenado Gerardo Díaz Ferrán, el héroe de Esperanza Aguirre, el limosnero de fundaciones del partido, el condecorado por su jefe, José María Aznar.
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