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20 ANIVERSARIO DEL 11-S
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los terroristas extranjeros nunca han sido nuestra mayor amenaza

El riesgo real contra esta nación no procede de terroristas extranjeros, sino de nuestra derecha política

Paul Krugman
El presidente George W. Bush iza una bandera de Estados Unidos tras los ataques del 11-S de 2001.
El presidente George W. Bush iza una bandera de Estados Unidos tras los ataques del 11-S de 2001.DOUG MILLS (ASSOCIATED PRESS)

Puede parecer terrible, pero bastante gente —en especial en los medios de comunicación— siente nostalgia por los meses que siguieron al 11-S. Algunos expertos añoran abiertamente el clima de unidad nacional que, imaginan ellos, imperaba en el país tras los atentados terroristas. Más sutilmente, yo tengo la sensación de que muchos extrañan los días en que la gran amenaza contra Estados Unidos parecía proceder de fanáticos extranjeros, y no de extremistas políticos internos.

Pero ese dorado momento de unidad nunca existió; es un mito que tenemos que dejar de perpetuar si queremos entender el nefasto estado en que se encuentra la democracia estadounidense en la actualidad. Lo cierto es que, desde el principio, partes esenciales del cuerpo político del país vieron el 11-S no como un momento para buscar la unidad nacional, sino como una oportunidad que debían aprovechar para obtener ventaja política.

Y este cinismo ante el horror nos dice que, incluso cuando Estados Unidos se encontraba de verdad sometido a un ataque externo, los mayores peligros que afrontábamos ya eran internos.

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El Partido Republicano no era todavía autoritario de lleno, pero estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para obtener lo que quería, y desdeñaba la legitimidad de su oposición. Es decir, estábamos ya bien adentrados en la senda hacia la intentona golpista del 6 de enero, y hacia un Partido Republicano que ha respaldado de hecho esa intentona y es muy probable que vuelva a hacerlo.

Ahora es de dominio público que la respuesta inmediata de algunos miembros del Gobierno de Bush al 11-S fue utilizarlo como excusa para un proyecto que no guardaba relación: la invasión de Irak. “Barredlo todo, lo que tenga relación y lo que no”, dijo Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa, a sus ayudantes mientras el Pentágono todavía estaba ardiendo.

Y algunos medios de comunicación acabaron reconociendo el haber ayudado a los que defendían la guerra a aprovechar la atrocidad. The New York Times, en concreto, publicó un mea culpa extenso y sincero.

Pero la explotación del 11-S por gente que quería una guerra más amplia —y la venta de esa guerra con pretextos falsos, lo cual debería haberse considerado un abuso imperdonable de la confianza de los ciudadanos— ha desaparecido del relato oficial. Y apenas se oye nada acerca de la forma paralela en que se aprovechó el terrorismo para lograr objetivos políticos internos.

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Normalmente, cuando la nación se ve amenazada, esperamos que nuestros líderes pidan un sacrificio compartido. Pero la cúpula republicana respondió a un atentado terrorista intentando que se aprobaran… rebajas fiscales para ricos y grandes empresas. De hecho, el presidente del Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes propuso rebajar el impuesto sobre plusvalías cuando todavía no habían transcurrido ni siquiera 48 horas desde el colapso de las torres gemelas.

Más tarde, Tom DeLay, jefe de disciplina de los republicanos en la Cámara de Representantes, declararía que “nada es más importante en tiempos de guerra que bajar impuestos”. Y en mayo de 2003, los republicanos aprovecharon el espejismo de victoria en Irak aprobando fuertes recortes en los tipos fiscales aplicados a los incrementos de patrimonio y a los dividendos.

No olvidemos tampoco cómo se manejó la ocupación de Irak. La construcción de un país es un proyecto inmensamente difícil, que debería haber atraído a la gente más brillante y preparada que Estados Unidos pudiera ofrecer. Sin embargo, el Gobierno de Bush trató la ocupación como una oportunidad para el clientelismo, una forma de recompensar a los partidarios políticos; a algunos aspirantes les preguntaron su opinión sobre la sentencia de la causa Roe v. Wade [que despenalizó el aborto] y a otros, qué habían votado en 2000.

En resumen, cuando los terroristas perpetraron los atentados, el Partido Republicano ya no era un partido político normal, de los que se consideran un mero custodio temporal de los intereses nacionales más amplios. Ya estaba dispuesto a hacer cosas que con anterioridad habrían parecido inconcebibles.

En 2003 declaré que el Partido Republicano estaba dominado por “un movimiento cuyos líderes no aceptan la legitimidad de nuestro sistema político actual”. Pero muchos no quisieron oírlo. A quienes intentamos señalar los abusos en tiempo real nos tildaron de “estridentes” y “alarmistas”. Sin embargo, los alarmistas hemos tenido razón en todo momento.

Es cierto que en el pasado hubo unas cuantas circunstancias atenuantes. Al presidente George W. Bush hay que reconocerle el mérito de intentar aplastar la reacción antimusulmana visitando un centro islámico solo seis días después del atentado e instando a los estadounidenses a respetar todas las religiones. Intenten imaginar a Donald Trump haciendo algo similar.

También es digno de destacar que algunos de los neoconservadores más prominentes —intelectuales que promovieron la invasión de Irak y pidieron una serie de guerras aún más amplia— acabaron pronunciándose con elocuencia, valentía incluso, contra Trump. Esto indica que su convicción respecto a la difusión de los valores democráticos era genuina, a pesar de que los métodos que defendían —y las alianzas políticas que decidieron establecer— hayan tenido resultados catastróficos.

Pero no es una casualidad que los republicanos de hoy hayan abandonado la tolerancia y el respeto por la democracia. Hace ya mucho que nos dirigíamos adonde estamos ahora, con la democracia pendiendo de un hilo.

Estados Unidos fue cruelmente atacado hace 20 años. Pero incluso entonces, la llamada más importante provenía del interior. La amenaza real contra todo lo que esta nación representa no procede de terroristas suicidas extranjeros sino de nuestra propia derecha política.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía. © The New York Times, 2021. Traducción de News Clips.

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