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Macroeconomía
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

América Latina: un futuro que realizar

Es hora de políticas públicas que estimulen el crecimiento a partir del fortalecimiento institucional y la cooperación

Maravillas Delgado
Maravillas Delgado

América Latina es una región que, por muchas décadas, ha ofrecido la imagen de encerrar un enorme potencial y que, sin embargo, ha sido incapaz de consolidar el despegue definitivo de su actividad económica y niveles de bienestar. En el análisis de las raíces de esta paradoja hizo su aparición la teoría de la dependencia en los años sesenta y setenta, la cual, a partir de una óptica marxista, situó al desarrollo y al subdesarrollo como las dos caras de una misma realidad; una visión para la que solo el profundo cambio de las estructuras permite acceder a mejores condiciones de vida. Allí estuvo también la teoría estructuralista centro-periferia de inspiración keynesiana preconizada por la CEPAL, sosteniendo que la salida se hallaba en la industrialización como vía para modificar el rol periférico de América Latina. Y también han estado las teorías funcionalistas del dualismo económico, para las que, al interior de las sociedades latinoamericanas, coexisten una economía arcaica-tradicional con una moderna, y que han planteado —tanto por la vía de la intervención estatal como de las reformas estructurales que estimulen a la economía de mercado— la incorporación del sector tradicional a la dinámica moderna de la sociedad. No obstante, y pese a sus diferentes matices, en lo que todas estas visiones convergen es en que son las profundas desigualdades económicas y sociales que caracterizan a los países latinoamericanos las que parecen ser el principal freno para el crecimiento y el avance social.

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A pesar de las políticas públicas llevadas a la práctica a partir de perspectivas ideológicas y ángulos teóricos diversos, Latinoamérica no ha conseguido construir ese momento que cree el impulso definitivo de sus sociedades y que prevenga el recurrente ciclo de avance-retroceso. Primero fue la regresión provocada por la crisis de la deuda en la década de los ochenta —la célebre “década perdida”—, que consumió parte del progreso registrado desde la posguerra. Después fue la crisis económica global de 2008, que extinguió parte de la recuperación de la última década del siglo pasado y los albores de este. Y ahora, la crisis provocada por la covid-19 ha configurado un escenario de deterioro que anticipa un nuevo retroceso en los parámetros de generación de riqueza y bienestar.

La pandemia ha sido especialmente severa en América Latina. A pesar de agrupar apenas al 8% de la población del mundo, Latinoamérica concentra una quinta parte de los contagios y una de cada tres muertes en el ámbito global; todo ello con al menos la mitad de los países de la región en una situación de crecimiento de los contagios, avances de vacunación a la mitad del promedio de los países desarrollados, y una inmunidad colectiva que no se vislumbra sino en un periodo cercano a un año. Durante 2020, la economía latinoamericana decreció un 7%, más del doble de la caída registrada por la economía global y la mayor desde el final de las guerras de independencia a finales del primer cuarto del siglo XIX.

La contracción económica en la región se vio amplificada por varios factores. Primero, sistemas sanitarios que se han deteriorado de la mano de la erosión de las finanzas públicas de los países de la región y cuyas deficiencias han quedado expuestas por la pandemia. Segundo, una política económica incapaz de limitar los efectos negativos de la crisis sobre la economía real: por una parte, pese a que se instrumentaron políticas monetarias expansivas, la escasa penetración del crédito acotó su efecto sobre el tejido productivo; y, por la otra, mientras que el paquete promedio de apoyos fiscales en los países desarrollados importó el 19% del PIB, el promedio de América Latina fue del 8,5% y con una alta concentración en unas cuantas grandes economías, ya que dos de cada tres países de la región implementaron programas que no alcanzaron el 3% del PIB. Tercero, una estructura sectorial fuertemente concentrada en los servicios y en la informalidad laboral —áreas mayormente afectadas por la naturaleza de la crisis—, conllevando una pérdida de uno de cada diez empleos en la región. Y, finalmente, el duro impacto de la crisis también ha tenido su explicación en una deficiente gestión de la pandemia asociada a una pobre gobernanza, en la que las consideraciones técnico-sanitarias muchas veces quedaron supeditadas a otras de naturaleza política o electoral, restringiendo la eficacia de las acciones para contener los efectos tanto sobre la economía como sobre la salud de la población.

De esta forma, el saldo de la crisis en América Latina está siendo desmesurado. En la dimensión económica, la región no logrará alcanzar los niveles de generación de riqueza previos a la pandemia hasta 2023 o 2024, y, desde la perspectiva social, las condiciones de bienestar han vuelto a deteriorarse, con una reducción de ingresos equivalente al 10% del PIB como resultado de la pérdida de empleos, y con más de 35 millones de personas que se habrán sumado a una situación de pobreza moderada o extrema. Y este, por desgracia, es solo un saldo preliminar, ya que aún hay riesgos significativos en el horizonte: rebrotes de la pandemia, mayor apalancamiento privado y endeudamiento público en el entorno de una posible normalización monetaria, y efectos de segundo grado derivados de una potencial retransmisión de la crisis a través del canal financiero, entre otros.

La vieja narrativa de Latinoamérica reaparece ahora de la mano de un riesgo sanitario aún fuera de control, del deterioro de la estructura productiva y el empleo, de gobiernos fiscalmente más débiles y políticamente más frágiles, y del aumento de la pobreza y la desigualdad. Es la combinación que ya antes ha demostrado ser la semilla de la latente inquietud social y que abre la puerta falsa del populismo. Por ello, la actual es una hora clave para la región, en la que políticas públicas que estimulen un crecimiento sostenido a partir del fortalecimiento institucional, una más decidida integración a la economía global y una mayor cooperación regional podrían ser las claves para, en una dimensión estructural, comenzar a crear las bases para que los avances económicos y sociales sean lo suficientemente sólidos como para evitar que nuevas situaciones adversas se traduzcan en periodos de retroceso y pérdida. En palabras del poeta mexicano Octavio Paz, América Latina “no es tanto una tradición que continuar como un futuro que realizar”. La afirmación, no solo en su acepción retórica sino también en su sentido histórico, sigue siendo cierta para prefigurar el futuro de esta región del mundo.

Manuel Aguilera es director general de Mapfre Economics.

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