Una tecnológica que apoya a las farmacéuticas
Mestrelab permite a los científicos interpretar datos de laboratorio para valorar compuestos químicos
Este año la ciencia ha mostrado que es capaz de hacer saltos gigantes: desde un aterrizaje histórico en Marte hasta la creación, en tiempo récord, de vacunas para frenar la pandemia mundial. Las caras visibles de estos logros —la NASA y las grandes farmacéuticas— esconden un ecosistema del que forma parte Mestrelab, una empresa gallega de 50 empleados. Esta compañía de software nacida de la cooperación con la Universidad de Santiago (USC) facturó 6,3 millones de euros en 2020, con un beneficio de 1,4 millones.
La empresa se fundó en 2004, pero su génesis está casi una década atrás. El presidente de la compañía, Carlos Cobas, y el director, Javier Sardina, trabajaban en un programa informático para investigación química en la USC. Los investigadores buscaban resolver un problema: en términos simples, cada equipo que usaban para caracterizar un químico hablaba un idioma diferente. Su programa actúa como una especie de traductor simultáneo, permite cuantificar la pureza y concentración de un compuesto interpretando datos de distintas técnicas e instrumentos de laboratorio. Esto se traduce en medicamentos, materiales o pesticidas más seguros y eficientes. El primer prototipo fue utilizado por académicos en universidades del Reino Unido o Estados Unidos.
Pero el salto empresarial les llegó no del mundo académico, sino en una mesa de bar: ahí es donde Santiago Domínguez, actual consejero delegado, convenció a Cobas del potencial comercial del producto. Con el apoyo de Sardina, estos amigos de la infancia empezaron la compañía en sus pisos —uno en Londres y el otro en Santiago— con dos ordenadores y dos empleados. Ahora tienen delegaciones comerciales en Viena, Londres, Estrasburgo, Nueva Delhi, Yokohama, San Francisco, San Diego y Boston.
La compañía se enfoca en las herramientas de caracterización química más comunes en los laboratorios (resonancia magnética nuclear, cromatografía líquida y de gases, espectrometría de masas y espectroscopias ópticas). Su producto es útil para sectores tan variados como la educación superior y la industria alimentaria, pasando por nuevos materiales, pesticidas o insecticidas. Desde Harvard hasta Coca-Cola. “Lo que realmente define quién es un cliente potencial son las técnicas de laboratorio que usa”, explica Santiago Domínguez.
Casi 30 años después de que hayan empezado la investigación, para Javier Sardina el secreto de su éxito está en que crearon el software pensando como consumidores. La Universidad también tuvo un papel importante en dar a la joven compañía un pequeño empujón. “Hay mucha mitología sobre las tecnológicas. Esto de que empezamos en un piso con un par de ordenadores es verdad, pero oculta todo lo que se hizo antes. El entorno universitario fue fundamental”, cuenta Sardina por teléfono desde su despacho en la USC, donde aún ejerce como profesor.
El presidente de la firma, Carlos Coba, habla del emprendimiento y la investigación como un matrimonio inseparable. En la sala de conferencias de la empresa, explica que Galicia está muy asociada a su éxito desde dos puntos de vista: el personal capacitado y el apoyo institucional. Las universidades gallegas son fábricas de talento ideales para Mestrelab, que es un imán para trabajadores cualificados que quieren desarrollar su carrera en la comunidad. En la cara opuesta, la salida al mercado, las conexiones y el acceso a fondos son más difíciles de conseguir desde la región, según el consejero delegado, Santiago Domínguez. Casi la totalidad de sus ventas llegan del exterior: España representa solo el 3%.
Inversión compleja
Domínguez admite que Mestrelab no tuvo dificultades de financiación. Pero su experiencia con otras start ups ha sido más negativa en ese sentido. El apoyo y la inversión pública están bien asentados, pero encontrar inversión privada es muy complejo, según explica. Hace falta un ecosistema inversor en la economía gallega: “Es fácil encontrar gente que invierta en el sector inmobiliario, pero muy poca tiene ganas de hacerlo en nuevas tecnologías”, afirma. Sin embargo, cree que el cambio está a la vuelta de la esquina.
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