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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Zancadillas a Hamilton

El problema de los estímulos en Europa no es de bulimia sino de anorexia relativa

Fachada de la Comisión Europea, este lunes en Bruselas.
Fachada de la Comisión Europea, este lunes en Bruselas.OLIVIER HOSLET (EFE)
Xavier Vidal-Folch

¿Dónde está el peor riesgo para Europa? ¿En un exceso de gasto y su extrema rapidez? ¿O en sus limitaciones y lentitud? O sea, ¿en el expansionismo o en la austeridad fiscal?

Depende del color de cada cristal. Quienes añoran las restricciones, recortes y rigorismo sin matices en las cuentas públicas, empiezan a reclamar —eso sí, con sordina—, la vuelta al Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC).

Pero los grandes organismos internacionales rechazan, unánimes, un retorno precipitado a las reglas fiscales. El Fiscal Monitor del FMI advertía este mes que la expansión fiscal debe continuar “mientras la recuperación económica se refuerza”: no solo hasta que empiece; hasta consolidarse.

Y en su Outlook regional precisaba que Europa logrará “potenciales beneficios si redespliega una mayor cuota de apoyo fiscal de emergencia”.

También el informe provisional de marzo de la OCDE pedía evitar “un endurecimiento prematuro” de la política fiscal, ya fuese por alzas de impuestos, ya mediante recortes de gastos. Y la Comisión defendió que “el criterio cuantitativo clave” para reconsiderar la actual suspensión del PEC “debe ser el nivel del PIB comparado con los niveles pre-crisis” (COM 2021,15 final, de 3/3). Y nunca antes de 2022.

Así que el problema de los estímulos presupuestarios europeos no es de bulimia, sino de su relativa —repitamos, relativa— anorexia... si se comparan con los de EE UU, y estos se despliegan según lo previsto, que ya se verá.

Ahora, lo urgente es eliminar obstáculos a su rápido despliegue. Como la ratificación de diez Gobiernos a la decisión de nuevos recursos propios, con los que servir la deuda de los futuros 800.000 millones de euros en eurobonos, a sus compradores.

O la pausa impuesta a Berlín por su Tribunal Constitucional. Y acelerar la aprobación por la Comisión de los 27 planes de recuperación: dispone de dos meses (y luego, el Consejo, otro adicional), requisito para liberar un 13% de sus cuantías (10.000 millones para España). O la exacerbación “de los desequilibrios” territoriales en la eurozona, como alertó el 18 de enero al Eurogrupo.

Cuando se aplique, se amplíe la dotación del Next Generation (lo reclamó el Tribunal de Cuentas) y surta efectos suficientes, entonces será el momento de volver a alguna regla fiscal, que permita abrir margen para contrarrestar nuevas crisis: ahora basta luchar contra esta (y planear con tiempo cómo despresurizar la deuda).

Pero ya muchos consideran que no deben ser las reglas de siempre, por viejas, complejas, y procíclicas. Incluso el antiguo patriarca del austeritarismo, Wolfgang Schäuble, simpatiza con la idea de reformar el PEC antes de reintroducirlo, pues “tras la pandemia muchas cosas serán completamente distintas a como fueron antes” (FT, 26/1).

Lean los genuflexos del ordoliberalismo asténico el reciente artículo de Schäuble (Are we risking a debt pandemic?, Project Syndicate, 16/4). Con lenguaje siempre ortodoxo, justifica sin embargo el carácter “indiscutible” del “aumento del gasto público” y el “refuerzo de la solidaridad” intraeuropea.

Y añade que conviene forjar ya una visión común “sobre cómo reducir la carga de la deuda”, pero, atención, “una vez el coronavirus haya sido vencido”. Defiende el añejo político el antiguo plan alemán de reducción parcial de la deuda y reivindica a... ¡Alexander Hamilton!, quien mutualizó en 1790 las deudas de las colonias en una sola, la de EE UU. Claro que reclamando un “Hamilton entero”, o sea, enfatizando la contrapartida de esa deuda: la “restricción externa” [federal] a la política fiscal de los Estados, como su “punto clave”.

No zancadilleen los demás a Hamilton. Y debatan ya si hay que sustituir las reglas suspendidas del PEC por unas más sencillas.

O reemplazarlas. No por otras, sino por “estándares”, a ese mismo fin de evitar a la larga déficits excesivos. Pero con métodos y gobernanza que “distingan el buen comportamiento del malo, cualitativamente más que en cifras”. Lo sostiene el Peterson Institute de la mano de Olivier Blanchard (y otros) en Redesigning EU fiscal rules: from rules to standards. Una propuesta sugerente.

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