Inestabilidad financiera en China
El COVID-19 también afecta al gigante asiático
Nadie, a estas alturas del año, tiene dudas sobre el efecto que está teniendo la pandemia a nivel económico. El mundo sufrirá una de las contracciones del PIB más fuertes de la historia con una caída coordinada de la actividad global.
Paradójicamente, habrá prácticamente sólo un superviviente en esta masacre económica: China, el punto de partida de la pandemia. China ha conseguido controlar en su práctica totalidad el avance del virus y mitigar el efecto económico del confinamiento que se prolongó durante casi tres meses a principios de año. Las medidas de estímulo adoptadas, tanto en el plano fiscal como monetario llevarán a China a crecer en torno a un 2% este año. Esto supondrá la tasa de crecimiento de China más baja de toda la serie publicada de PIB hasta la fecha, si bien será prácticamente el único país del mundo en mantener una tasa de crecimiento positiva este año. A pesar de ello, esto tendrá sus consecuencias.
China vuelve a ser el motor de la creciente dinámica de deuda a nivel global. Los temores para la estabilidad financiera que habían quedado en segundo lugar, pero que ya habíamos anticipado en estas mismas páginas (aquí), resurgen en un entorno en que la deuda sobre PIB de este país asciende ya al 335%, según datos recientes publicados por el BIS a 3T20. Esto supone un incremento de más de 30 puntos porcentuales de PIB respecto a los niveles del mismo trimestre del año pasado.
Si bien es cierto que a nivel global se ha observado esta tendencia, ya que la principal vía para contrarrestar la crisis provocada por la pandemia fueron medidas de fuerte estímulo fiscal (y monetario), el caso de China ha sido peculiar. El incremento de la deuda no se ha dado a nivel público, que se mantiene en torno al 50% del PIB, sino en las empresas no financieras: de los 30 puntos de incremento del volumen de deuda, 15 vienen explicados por éstas.
Una de las principales diferencias de la gestión de la recesión económica en China frente al resto del mundo reside en el hecho de relajar las condiciones de financiación para las empresas y facilitar el acceso a los mercados financieros nacionales. Así, la emisión de deuda por parte de las empresas, además de las salidas a bolsa, se han generalizado este último año. Esta dinámica rompe la tendencia que habíamos empezado a observar desde 2016, por la que las autoridades habían buscado una mayor estabilidad en la deuda, fomentando el desapalancamiento empresarial.
De forma reciente, esta tendencia empieza a crear tensiones. Esta semana se conocía que 20 empresas de carácter público (SOEs) habían decidido retrasar la emisión de deuda en un entorno en que empiezan a incrementarse los defaults empresariales. Según Fitch, en los primeros diez meses de este año, 20 empresas privadas (POEs) hicieron default por un valor de casi 50.000 millones de CNY. De forma reciente se unía a estas cifras una gran SOE, Yongcheng, resaltando que cada vez más empresas de corte estatal empezaban a sufrir estas tensiones financieras.
El elemento más preocupante es que, a diferencia de otras ocasiones, los entes estatales de los que dependen estas empresas (provinciales en estos casos), no han mostrado su disposición a rescatarlas. Se aprecia así un cambio en la dirección de la política de China que, tras controlar la pandemia y eliminar ese riesgo económico, vuelve a poner en sus prioridades la estabilidad financiera y a frenar la dinámica creada meses atrás.
Este pasará a ser uno de los focos de riesgo a nivel global y asunto de análisis en 2021. Si bien el volumen de deuda corporativa en manos de no residentes chinos es reducido, una ola de defaults en China puede arrastrar a otros activos de riesgo de mercado.
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