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El complicado panorama de Biden (si gana las elecciones)

Estados Unidos está ante una grave crisis, azuzada por un Trump que ha dividido a la población con su pésima gestión de la pandemia y su apoyo a supremacistas, extremistas religiosos y negacionistas

Donald Trump y Joe Biden, rivales por la Casa Blanca. / EP
Donald Trump y Joe Biden, rivales por la Casa Blanca. / EP

Todas las encuestas dan ganador a Joe Biden por diferencias variables sobre Donald Trump, en las elecciones del tres de noviembre. No obstante, la elección no está decidida. En el caso -probable- de que gane el candidato demócrata, sería muy deseable que fuera por una mayoría amplia y, sobre todo, que no haya resultados provisionales que den la victoria a uno y, después de contados los votos por correo, a otro. Si esto sucede, o el resultado es muy ajustado, especialmente en Estados tradicionalmente ‘columpio’ como Arizona, Florida u Ohio, que tienen gobernadores republicanos, puede haber problemas serios, considerando que Trump no ha querido nunca asegurar que aceptaría un resultado desfavorable. El actual presidente podría cumplir su amenaza de impugnar los votos por correo, o el resultado en algunos Estados, con lo que tendría que intervenir el Tribunal Supremo o incluso el Congreso. Del 3 de noviembre a la inauguración presidencial, el 20 de enero, hay 78 días que se pueden hacer muy largos.

Si todo transcurre con normalidad y finalmente es Biden quien asume la presidencia, se va a encontrar la nación en una de las crisis más profundas que ha vivido en las últimas décadas. Una crisis múltiple: sanitaria, económica, social, política. Trump ha dividido a los estadounidenses probablemente más que nunca desde la guerra civil. Su apoyo -directo o indirecto- a los supremacistas, a los extremistas religiosos, a los negacionistas, ha provocado brechas profundas en la sociedad y enconado el enfrentamiento racial y la cuestión migratoria. La pésima gestión de la pandemia y de sus efectos económicos, tendrá consecuencias muy graves que la próxima administración habrá de afrontar de manera enérgica e inmediata.

En este escenario, la política interior va a ser, inevitablemente, la prioridad del nuevo presidente. Tendrá que atemperar las diferentes crisis, particularmente la sanitaria y, ante todo, restañar las heridas de una sociedad fracturada y asustada, y buscar la reconciliación social. También revertir la desregulación financiera y la bajada de impuestos a las corporaciones, para recuperar -al menos en parte- los drásticos recortes del gasto social que ha hecho la administración Trump y que han llevado a amplias capas de la población a la exclusión social, o directamente al abandono.

En política exterior, Biden -si es elegido- tendrá también por delante una tarea ingente para tratar de arreglar el daño que la administración Trump ha hecho con su abandono del multilateralismo, tanto a Estados Unidos como al resto del mundo, y en particular a Europa. El abandono del acuerdo de París sobre el cambio climático, la denuncia unilateral del pacto con Irán, la ruptura del tratado INF sobre armas nucleares de alcance medio en Europa, el bloqueo o abandono de instituciones multilaterales como la Organización Mundial del Comercio, la UNESCO, la OMS, su manifiesta hostilidad a la Unión Europea, el creciente enfrentamiento con China, las políticas proteccionistas y los aranceles hacia productos extranjeros, también europeos, han hecho de Trump una pesadilla para la estabilidad global y también para la cooperación trasatlántica.

Una Administración demócrata revertiría algunas de estas políticas, pero otras no van a cambiar. Por ejemplo, la relación con China va a continuar siendo tensa, en especial en el campo comercial y -sobre todo- en el cibernético -5G, Inteligencia Artificial-, porque ahí se juega Estados Unidos la hegemonía en las próximas décadas. Tampoco en Oriente Medio, donde el apoyo a Israel seguirá siendo incondicional, aunque se abandone el descabellado plan de anexión de un tercio de Cisjordania que Trump y Netanyahu presentaron en enero.

Una Europa fuerte y unida es el mejor aliado que Estados Unidos puede tener en el futuro, en su inevitable enfrentamiento con China

En lo que respecta a Europa, y más concretamente a la Unión Europea, Biden tendrá sin duda una actitud más amistosa y colaborativa, incluso favorable a la integración europea, y a trabajar en acuerdos comerciales y estratégicos. No obstante, es evidente que Europa ha perdido mucha importancia para Estados Unidos desde el final de la guerra fría, durante la cual era una pieza imprescindible para la contención de la Unión Soviética. Hace tiempo que el centro de gravedad de la política exterior de Washington se ha desplazado al área Asia-Pacífico, y eso va a seguir siendo así, aunque la presidencia cambie de signo. Europa tiene que comprender que ya no es una prioridad para Estados Unidos. Las relaciones pueden mejorar sin duda con una administración presidida por Biden, pero esencialmente el escenario estratégico va a cambiar poco, porque se trata de intereses más que de valores.

Si algo ha debido aprender la UE de la etapa Trump, es que no hay alternativa a desarrollar una verdadera política exterior y de seguridad común -incluida la defensa- hasta convertirse en una potencia global autónoma, que no dependa para su estabilidad y progreso de los cambios políticos en Washington. Es verosímil que Joe Biden apoye ese camino, porque una Europa fuerte y unida es el mejor aliado que Estados Unidos puede tener en el futuro, en su inevitable enfrentamiento con China. Habrá que aprovechar la oportunidad, si los electores dan la espalda -como es de esperar- a Donald Trump.

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