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Fugitivo en Japón, héroe en Líbano

Carlos Ghosn es aclamado en su tierra como hijo pródigo de la diáspora por sus éxitos empresariales

Carlos Ghosn, durante la conferencia de prensa que ofreció en Beirut el pasado 8 de enero.Vídeo: REUTERS
Natalia Sancha

De magnate del mundo del motor a prófugo de la justicia japonesa, Carlos Ghosn no solo llena páginas en la prensa internacional, sino que acapara conversaciones en los cafés de Líbano. Aclamado como el hombre que salvó Nissan, su pericia en el ámbito de los negocios le valió ser protagonista de un cómic manga. Su reciente rocambolesca fuga de Osaka a Beirut, donde aterrizó el pasado 30 de diciembre, ya ha inspirado un videojuego. Se llamará “Ghone is gone”, y entre las pruebas que afronta el personaje Loscar Gon, está la de burlar las estrictas medidas de vigilancia a las que está sometido las 24 horas. Gon lidera también un cartel referido, con cierta dosis de ironía, como Ruso, Nisson y Bishibishi (en alusión a Renault, Nissan y Mitsubishi).

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A sus 65 años, Ghosn se ha definido a sí mismo como el hombre que salvó una empresa moribunda para convertirla en una firma competitiva y con beneficio, que el mismo cifró en 18.000 millones de euros mientras estuvo al frente de Nissan. “Desde mi salida han perdido más de 40 millones de dólares diarios”, se jactaba Ghosn este miércoles en Beirut, durante las más de dos horas y media en las que se dirigió a la prensa internacional, en la primera comparecencia pública desde su arresto, en noviembre de 2018.

No solo la empresa acumula pérdidas. La fortuna personal de Ghosn se ha visto reducida en un 40% desde que cayera en desgracia, de 108 a 63 millones de dólares, según Bloomberg. La libertad le ha podido salir por más de 25 millones de euros, entre la fianza de 12,5 millones de euros que depositó ante la justicia nipona, el jet privado en el que escapó (315.000 euros) y otros 13,5 millones para pagar a toda la gente que le ayudó en su huida.

“No he venido a hablar aquí sobre mi escapada porque podría poner en peligro a las personas que me han ayudado en Japón”, señalaba lacónicamente el directivo para esquivar la batería de preguntas sobre su fuga. Según un experto citado por Bloomberg, al menos 25 personas han participado en esa fuga de película. El propio Ghosn tuvo que desmentir haber firmado un contrato con Netflix para recrear la inverosímil peripecia.

Citando informaciones obtenidas por las autoridades de Turquía, el semanario francés Le Point señaló al tándem compuesto por el exmilitar estadounidense Michel Taylor, y el libanés Georges Zayek, excombatiente de la antigua milicia cristiana del partido Fuerzas Libanesas, como cómplices de la evasión. La versión filtrada por el diario revelaba que Ghosn abandonó solo su residencia, y ello a pesar de encontrarse en libertad condicional y bajo estrictas medidas de vigilancia. Se subió a un tren hasta la localidad de Osaka donde embarcó —dentro de una caja de piano perforada con orificios para permitir la entrada de oxígeno— en un jet privado que le llevó hasta Turquía. Allí fue transferido a una segunda avioneta para finalmente aterrizar en el aeropuerto de Beirut donde “cruzó el control de policía con su pasaporte francés y carné de identidad libanés”, según corroboró a EL PAÍS su abogado Carlos Abu Yaoudé.

Ghosn tampoco ha escatimado en su defensa, para lo que ha contratado a un ejército de medio centenar de letrados. El empresario insistió en su inocencia y arremetió contra un puñado de directivos de Nissan a los que acusa de tejer un complot contra su persona para torpedear una mayor fusión con Renault. El fugitivo criticó duramente a la justicia nipona: “No habría tenido un juicio justo, aunque hubiera esperado los estimados cinco años de proceso. Además, según las estadísticas que me proporcionan mis abogados, el 99.4% de los detenidos son condenados”, alegó el ex directivo para justificar la huida.

“Una injusticia”

“Japón ha cometido una injusticia y no le quedaba más opción que hacer lo que ha hecho”, opina en su barbería el septuagenario Ali Hutait. Su negocio está enfrente de la casa de Ghosn, cuya entrada custodian dos guardas vestidos de negro. “Llevo 50 años viviendo en este barrio y, aunque le hemos visto poco, es un hombre muy respetado. Se hizo a sí mismo”, agrega el barbero.

Su domicilio se halla en el tradicional barrio cristiano de Monot. Entre las paredes de una villa pintada de rosa y salpicada de una docena de ventanales azules, pasaron la semana entera encerrados Carole y Carlos Ghosn, junto con varios de sus abogados, para preparar la rueda de prensa que tanta expectación ha suscitado. En este mismo barrio aparecieron tras su arresto en 2018 varias marquesinas con el rostro del empresario sobre un cartel en el que se decía “Todos somos Ghosn”, escrito en inglés. Nacido en Brasil, Ghosn también cuenta con pasaportes libanés y francés. Su familia se mudó a Líbano al cumplir él los seis años, y en este país cursó primaria y secundaria. Al alcanzar la mayoría de edad, se mudó a Francia para cursar sus estudios universitarios.

La mediatizada fuga ha dejado en evidencia a la seguridad nipona y provocado un roce diplomático. La justicia libanesa emitió una prohibición de viajar para Ghosn este jueves, a la espera de que la Fiscalía de este país reciba los detalles del caso que están siendo transferidos desde Japón. El representante de la legación nipona en Líbano, Takeshi Okubo, ha solicitado formalmente al presidente libanés, Michel Aoun, una “mayor cooperación por parte de las autoridades” para evitar “repercusiones negativas” en las relaciones entre ambos países.

A pesar de que Interpol emitió una alerta roja a petición de Tokio —que la mayoría de Estados interpretan como una orden de detención—, la defensa de Ghosn se dice tranquila, al no existir una ley de extradición en Líbano. “No está en casa”, responde uno de los guardias de seguridad apostados ante el portal de su hogar en la calle Líbano número 9. “Tras la vorágine vivida esta semana, necesita un día de descanso con su mujer”, asegura uno de sus asesores de prensa.

De "ladrón" a posible ministro

Con 4,5 millones de habitantes y el doble en la diáspora, Líbano se muestra orgulloso de sus hijos pródigos que han hecho fortuna en el mundo. Aunque se les acuse de corrupción como ocurriera con el conciudadano Michel Temer, quien ocupó la presidencia de Brasil y cuyo nombre ha tomado una calle de su poblado libanés. Carlos Ghosn aseguró en Beirut estar “muy orgulloso” de ser libanés, aunque después explicó que su decisión de huir a Líbano, y no a Brasil o Francia, estuvo motivada por razones de logística. “Para ir a Brasil hay que hacer paradas en el camino”, acotó.

“Es un ladrón que como tantos otros ha venido a refugiarse a este país de ladrones”, zanja Oday Sabra, camarero en un café de Beirut. Y es que Líbano vive su jornada 87 de protestas ciudadanas en las que los manifestantes arremeten contra la élite dirigente a la que acusan de saquear los recursos estatales. El colapso financiero se antoja inminente y ha llevado ya a los bancos a imponer un control informal de capital limitando las retiradas en dólares. “Tengo inversiones en Líbano y dinero en bancos libaneses y, al igual que el resto de ciudadanos, solo puedo retirar 250 o 300 dólares por semana”, reveló el empresario durante una entrevista con la televisión local Al Jadeed.

Ghosn ha demostrado poseer buenas relaciones con la clase política del país, que se solapa con la empresarial, hasta tal punto que el líder del Partido Socialista Progresista, el druso Walid Yumblat, le ha propuesto al cargo de ministro de Energía. “Si ha construido un imperio”, dijo en referencia a Nissan, “tal vez podamos beneficiarnos de su experiencia para acabar con la mafia [del sector de generadores eléctricos] que ha creado un déficit masivo de suministro”, dijo el político mientras se espera la formación de un nuevo gobierno. A lo que Ghosn dijo sentirse honrado y dispuesto “a ayudar a Líbano”, pero ha negado querer entrar en política.

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