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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un Presupuesto abierto

El Gobierno podría ofrecer, como sustituto de esa amplia concertación transversal, un espacio para urdir adecuaciones y correcciones, al compás de cómo evolucione la crisis

Xavier Vidal-Folch
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en noviembre durante su intervención en la sesión de control al Ejecutivo en el Congreso.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en noviembre durante su intervención en la sesión de control al Ejecutivo en el Congreso.Emilio Naranjo (EFE)

Hoy se validará el Presupuesto en el Congreso. Gran noticia económica, agrio aderezo político. Ante esta recesión, un futuro inminente incierto y una situación de emergencia nacional, correspondería un Gobierno de concentración. Como hoy es impracticable, la alternativa era una amplia concertación. Algunos han triunfado haciéndola fracasar con el síndrome de los vetos cruzados: habrá que resetearla.

¿Cómo? Enarbolando el concepto de un Presupuesto abierto, flexible, adaptable; y el rechazo del contrario, cerrado, rígido, inmóvil. Las virtudes de este serían vicios: unas cuentas para un año que se perpetuasen para cubrir todo un mandato; una legislatura no sólida, inamovible; unos aliados agónicos; algunas partidas petrificadas por compromiso, a veces corporativista.

Peor, sería impregnar el Presupuesto de ultraactividad, esa prórroga de la vigencia de un pacto por incapacidad de sus firmantes de actualizarlo. Tenemos precedentes insanos. El de Cristóbal Montoro se erigió, sin él quererlo, en ultraactivo durante tres ejercicios. ¿Es ese enquistamiento lo que pretenden algunos? Con la agravante de que hoy, la velocidad de lo nuevo —malo o bueno—, no solo es mayor. Es trepidante.

La aprobación genérica del plan presupuestario por Bruselas o la sintonía del aumento del gasto con las exigencias sociales y con las recomendaciones del FMI, OCDE y demás organismos no deben ser coartadas para estanqueizar lo logrado. Sino para abordar una mayoría más sólida y una estabilidad con menos sustos. Atravesaremos años de crisis o de sus secuelas y un quinquenio de impresionantes fondos europeos. Y un plazo largo requerido para aplicar reformas y sembrar proyectos de inversión… Enmarcados en bastante volatilidad, interna e internacional.

Nada excluye que, a punto de amarrarse hoy el Presupuesto por mayoría del bloque de investidura, pueda intentarse ampliarlo mañana. ¿Cómo? 1) Enmarcándolo en un plan a largo plazo de consolidación fiscal, como piden la AIReF, el Banco de España y todos los organismos solventes. Y a medida que se aproxime el fin de la excepcionalidad pandémica, esa presión será mayor; y más difícil sortearla. 2) Engarzándolo con reformas no previstas. Si el radicalismo logra a empujones pactos bilaterales extrapresupuestarios con el PSOE, sobre topes de alquileres o desahucios, ¿está escrito que otros no puedan compensarlos por similar método, en más cortés? Para controlar ciertos gastos corrientes y duplicidades burocráticas, crear la mochila austriaca, aplanar el crecimiento exponencial del coste de las pensiones más altas, fortalecer la sensibilidad sobre autónomos y emprendedores... Y 3) Incorporando otras sensibilidades que mejoren el actual equilibrio inestable por escorado hacia la izquierda, pues solo el PNV y algún regionalismo contribuyen con acentos distintos. Y necesarios.

El Gobierno podría ofrecer como sustituto de esa amplia concertación transversal, que ha sido incapaz de fraguar, un acuerdo sobre el control periódico del ritmo de la ejecución del Presupuesto; un espacio para urdir adecuaciones y correcciones, al compás de cómo evolucione la crisis (sin esperar a los —antes habituales— tajos de otoño a la inversión, para domeñar el alza del déficit en el último cuatrimestre); e incluso apuntar más lejos, a una geometría más variable. Todo, menos un corsé.

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