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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Christine, el barniz social

La presidenta del Banco Central Europeo pone el foco en la vulnerabilidad de los trabajadores poco cualificados frente a la crisis

Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, el pasado mes de febrero.
Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, el pasado mes de febrero.Jean-Francois BADIAS (AP)
Xavier Vidal-Folch

El de este miércoles es el discurso de política monetaria con tono más social en un año de la era Lagarde. Su gran precedente es el que Mario Draghi desgranó en Jackson Hole (22/8/2014). Rompió tabúes: que la creación de empleo interesa también a la política monetaria; que la política presupuestaria, como al fin ya sucede hoy, no debía inhibirse en la lucha por la recuperación económica.

Lo novedoso no es la receta —brava, pero conocida— de brindar una cascada de financiación sin límite de cuantía y plazo. Sino el énfasis analítico sobre el empleo. Busca entroncar con una inquietud social, sí. Pero trasluce también pulsión propia.

En un semestre de pandemia, la eurozona perdió cinco millones de empleos, la mitad en servicios como hostelería, pequeño comercio y transporte, que suponen solo el 20% de su PIB, detalló Christine Lagarde. Contra 900.000 en el semestre posterior a la quiebra de Lehman Brothers.

Pero lo peor es la desigualdad de su composición: este paro se cebó en más de un 7,5% de los no cualificados; sobre un 5,4% de los intermedios y en un 3,3% de los más preparados. Lo que conlleva una “particular amenaza” para la demanda, y la recuperación. Pues los trabajadores de menores ingresos los consumen —a diferencia de los ricos— casi enteramente. Y además, 3,2 millones de parados del primer semestre no se animan a buscar empleo.

¿Cómo combatir esa desigualdad? La política fiscal puede “responder directamente”, sostuvo. Pero la monetaria, solo “incrementar la actividad global, no los sectores específicos que más impulsarían el bienestar”. Y de ahí, la reiteración de la varita mágica de su antecesor: “todos los sectores de la economía deben confiar en que las condiciones de financiación continuarán siendo excepcionalmente favorables y por tanto tiempo como sea necesario”.

Estupendo. Pero ya insuficiente. Porque el BCE acierta al aprestarse a incorporar un manual de condiciones eco-energéticas a las empresas (y sus bancos financiadores) en beneficio del cambio climático, como postuló el profesor holandés Frederick Van der Ploeg. Y como ha dictaminado el Grupo de los Treinta en el magnífico informe Mainstreaming the transition to a net-zero economy.

Y en cambio, no hay canal específico para incluir objetivos de empleo a sus políticas concretas: no condiciona sus compras de bonos privados, financieros o manufactureros, a que sus emisores lo mantengan o expandan; no prima una mejor liquidez a los bancos que sean modélicos en eso; ni los compromisos de responsabilidad social corporativa. El barniz exhibe pues buen brillo, pero escasa densidad.

Sobre todo porque, como demostró brillantemente en el Fórum el profesor catalán de Harvard Pol Antràs, los riesgos de incremento de la desigualdad, en esta fase de desaceleración de la globalización, se multiplican.

La robotización, como sustituta de la deslocalización, “disminuirá la cuota de los salarios en el PIB”, sostiene, y “tenderá a reducir la demanda de trabajadores en las economías desarrolladas”. Y aunque las propulse en las más atrasadas, “la demanda” del Norte “favorecerá más a los trabajadores cualificados” del Sur. La desigualdad “se agravará” en ambas zonas. Lo bueno es que estos pálpitos se prodiguen en el templo del banco central.

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