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Turquía busca un sitio en el mapa del vino

El país, sexto productor mundial de uva, planea convertirse en un mercado de calidad, alentado por bodegueros e inversores

Andrés Mourenza
Viñas y huertas en la localidad de Üçhisar, en la Capadocia, donde los bodegueros planean rutas enológicas.
Viñas y huertas en la localidad de Üçhisar, en la Capadocia, donde los bodegueros planean rutas enológicas.Andrés Mourenza

Hace unos 8.000 o 9.000 años, los habitantes de Anatolia Sudoriental lograron domesticar las uvas silvestres y cultivar la vid, lo que facilitó una feliz práctica —fermentar el mosto— que también había comenzado en algún lugar de estas tierras o del Cáucaso o de Irán. En eso los arqueólogos aún no se han puesto de acuerdo. Sin embargo, la actual Turquía no es precisamente famosa por sus caldos, pese a ser el sexto productor mundial de uva. Algo que varias bodegas turcas llevan años empeñadas en que cambie. Y empiezan a lograr resultados.

“Hasta los noventa, había sólo un puñado de productores en el país, y hacían un vino que a veces se podía beber, pero la mayoría eran excesivamente oxidados y muy astringentes. Las cosas empezaron a mejorar en los 2000”, escribe el crítico gastronómico Vedat Milor. Con la entrada de nuevos actores —fundamentalmente empresarios ya consolidados que fundaron bodegas casi como un pasatiempo— y nuevas inversiones, la calidad de los vinos ha mejorado y, en la última década, bodegas como Kavaklidere, Doluca, Turasan o Pasaeli han cosechado numerosas medallas en las competiciones internacionales Decanter, International Wine Challenge y Concours Mondial de Bruxelles.

“Cuando Güler Sabanci [presidenta del conglomerado Sabanci, uno de los mayores del país] viajaba por el mundo se preguntaba por qué los vinos de Turquía no eran conocidos, cuando ésta es la patria del vino. Así que contrató a especialistas de Francia e Italia que hicieron una investigación de las variedades del país y, tras escuchar sus recomendaciones, plantó viñas y fundó una bodega en Sarköy [Tracia]”, explica Abdullah Tek, sommelier de la marca Gülor: “Ahora producimos 350.000 litros de vino al año. Podríamos producir diez veces más, pero sólo utilizamos las mejores uvas porque nuestro objetivo es la calidad, poner el vino turco en el mapa. De hecho, media docena de restaurantes de EE UU con estrellas Michelin sirven nuestros vinos”.

No sólo Gülor, las bodegas más grandes han hecho importantes inversiones en equipamiento y han fichado a enólogos de Burdeos, Toscana o California a golpe de talonario, como el renombrado Michel Rolland, que asesora a Porta Caeli, bodega del grupo Toksöz. O Daniel O’Donnell, que ha levantado la calidad de los vinos del antiguo monopolio público de tabaco y alcohol turco (Tekel) tras su adquisición por la multinacional británica Diageo en 2011.

Turquía produce cada año cuatro millones de toneladas de uva, pero el 51% se dedica al consumo directo, un 37% a hacer pasas y un escaso 11% a vino. Tan sólo se producen entre 65 y 75 millones de litros de vino al año (frente a los casi 5.000 de España) y se exporta un mero 4% o 5 %. Es decir, la actual producción vinícola es incluso inferior a la de finales del siglo XIX, cuando, debido a la plaga de la filoxera en Europa Occidental, el vino se convirtió en una de las principales exportaciones del Imperio otomano (más de 300 millones de litros al año), sin que importase que el jefe de Estado ostentase el título califa de todos los musulmanes. Claro está que, entonces, la producción de vino estaba en manos de las minorías cristianas de Anatolia. Ahora, esas regiones vinícolas —la Tracia Oriental, la costa del Egeo, Anatolia Oriental y Capadocia— están viendo una recuperación de sus viñedos, si bien se trata en su mayoría de nuevas plantaciones, tanto de variedad local como extranjera.

En Turquía se bebe poco vino: un litro al año por cabeza. Se prefieren alcoholes más baratos —cerveza— o de mayor graduación —el anisado local raki—. Además, el Gobierno está empeñado en que se beba aún menos, oficialmente debido a la preocupación por la salud de los ciudadanos —aunque en Turquía no hay graves problemas de alcoholismo—, pero sobre todo por su ideología islamista. Casi cada año incrementa la tasa especial sobre bebidas alcohólicas, que es fija (actualmente de algo más de un euro por litro). “Esto hace que producir vino barato sea poco provechoso, por lo que muchas bodegas están invirtiendo en vinos de calidad y una gama de precios alta”, explica Taner Ögütoglu, fundador de la plataforma Wines of Turkey.

La apuesta por la calidad pasa por dar valor a las variedades autóctonas. Algunas de ellas son las que más cercanía genética mantienen con las uvas silvestres de hace miles de años, según los estudios del botánico José Vouillamoz y el arqueólogo Patrick McGovern. “En Turquía hay variedades que sólo existen aquí como Kalecik Karasi, Bogazkere, Öküzgözü, Emir, Narince... y que desconocemos en los países tradicionalmente productores de vino”, explica el enólogo francés Nathan Plentier, de la bodega Turasan de Capadocia. En la Universidad Namik Kemal de Tekirdag (Tracia) se trabaja en la recuperación de variedades perdidas y algunas bodegas destinan fondos a estas investigaciones. “Están dando muy buenos resultados y hemos redescubierto variedades como la Barburi, de Hatay; la Foçakarasi, de la costa del Egeo, o la Karaoglan, en Anatolia Central”, asegura Ögütoglu.

La ausencia de un consejo regulador permite experimentar a los vinateros. Casi todas las bodegas turcas compran uvas de diferentes regiones y las mezclan, buscando coupage atrevidos. “Buena parte de las vides que se plantan en el resto del mundo salieron de esta zona y luego fueron mutando y cambiando de nombre. Incluso cuando plantas esas variedades aquí, te dan un sabor especial, como si no hubiesen olvidado sus orígenes”, opina Yavuz Demir, inversor de la bodega Gülor.

Rutas en Capadocia

En Capadocia, los empresarios intentan repensar el negocio en este año negro para el turismo. Y una de las atracciones es el enoturismo. Turasan recibe cientos de visitantes al día en sus bodegas, excavadas en la roca como las construcciones trogloditas que tunelan la Capadocia y que se usan todavía como almacenes de frío para guardar cítricos fuera de temporada, ya que se mantienen a entre 4 y 10 grados. Gülor también acaba de abrir un lugar de catas allí, que pretende convertir en un centro de cultura del vino. “Intentamos hacer promoción, talleres y catas en hoteles, tenemos diseñadas rutas por viñedos...”, explica Demir: “Pero muchas veces nos chocamos con los obstáculos del Gobierno”.

Tan grave como los altos impuestos, les resulta a los bodegueros la prohibición de anunciar sus vinos. Una ley aprobada por el gobierno islamista en 2013 impide la promoción de cualquier bebida alcohólica (obligó a un equipo de baloncesto con solera como el EFES Pilsen a cambiar su nombre). “En otros países se ayuda a la industria del vino. Aquí no tenemos siquiera un plan sobre el sector”, se queja Ögütoglu. Efectivamente, ni el Ministerio de Comercio ni el de Agricultura han querido responder a las preguntas sobre el tema. “El Gobierno se debería dar cuenta de que el vino es un producto con mucho mayor valor añadido que el resto de productos que exportamos y nos podría ayudar a reducir el déficit comercial”, añade.

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