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Negocios para repoblar la España vaciada

Varias iniciativas empresariales en zonas despobladas de Castilla y León tratan de generar actividad económica y revitalizar los pueblos pese al éxodo a la ciudad

Juan Navarro
Roberto Román muestra las morcillas que elabora en Fuente Andrino, una pequeña pedanía de Palencia.
Roberto Román muestra las morcillas que elabora en Fuente Andrino, una pequeña pedanía de Palencia.Javier Álvarez

Seis de los ocho habitantes de Fuente Andrino (Palencia) viven de la morcilla. El aroma a este embutido embarga a quien visita esta pequeña pedanía, que solo tiene una estrecha carretera para entrar y salir. Dos rótulos ilustran al viajero. Uno señala el nombre del pueblo y otro plasma su motor económico: “Fábrica de morcillas”. Todo comenzó hace 30 años en esta localidad cuya enorme iglesia, de 1735, comparte abandono y desmoronamiento con la situación del sector primario nacional, que tiene en Castilla y León uno de los principales exponentes de su caída.

Los datos de la encuesta de población activa (EPA), que recoge un informe de Funcas, reflejan que el gremio ha perdido dos millones de ocupados desde 1976, cuando el 20% de los españoles se ocupaba en este segmento económico; ahora apenas alcanza el 4%. El descenso ya era evidente a finales de siglo: de aquellos 2,6 millones de trabajadores quedaba la mitad en 1991. El año 2019 cerró con apenas 734.000 ocupados. Entre ellos no figuran los jubilados Pablo Abia y Purificación Castrillo, que pasaron de la agricultura a la ganadería hace 30 años. Y funcionó.

Este matrimonio optó por la producción alimentaria, concretamente la morcilla. Un método casero, con ingredientes próximos y mucha paciencia permitieron que las morcillas de Fuente Andrino entraran en el mercado, pusieran el lugar en el mapa y, lo más importante, dieran atractivo al pueblo. Los herederos del proyecto se llaman Roberto Román y Ana Abia, de 46 y 44 años, y eran profesores en Santander hasta que les llegó la llamada de la morcilla hace 15. La pareja decidió abandonar el claustro, instalarse en Fuente Andrino y mantener el negocio. Allí han nacido Lucía, de 14 años, y Cayetana, de 11. Estas jóvenes palentinas han logrado que, más de 20 años después, haya niños en el lugar y que el autobús escolar, que las lleva respectivamente a Carrión de los Condes y a Osorno, recorra de nuevo este asfalto.

La producción de las morcillas, que realizan en la parte de atrás de la casa de sus padres, también se ha visto castigada por el coronavirus. La cuarentena menguó el consumo porque no había bares ni restaurantes donde pedir unas raciones; la demanda de los hogares permitió la supervivencia de la marca: pasaron de elaborar 700 kilos de morcilla al día a vender unos 450 kilos. Ana Abia, no obstante, considera que la pandemia puede traer ciertos beneficios a iniciativas así: “El confinamiento hizo que la gente redescubriera las tiendas pequeñas y valorara lo rural”. Su marido remata: “Hay que defender a los pueblos”.

Ellos son los primeros interesados en que los entornos rurales sigan activos. Si no, las niñas no tendrán un colegio donde estudiar; tampoco servicios sanitarios. Cayetana lleva más de un año sin pediatra en la comarca y sin visos de recuperarlo. Su padre destaca su fidelidad a la economía circular: “Vivimos de esa gente, buscamos lo cercano porque acaba repercutiéndonos positivamente a nosotros”. La sangre de sus morcillas procede de Saldaña (a 30 kilómetros), la cebolla crece en Dueñas (a 70) y la manteca es zamorana. Solo las particularidades sanitarias hacen que las tripas con las que envuelven el fruto de su trabajo procedan de Argentina o Brasil. El arroz, bromea la pareja, es valenciano porque el suelo castellanoleonés no se prodiga mucho en este sentido.

Familia Román Abia, en Fuente Andrino (Palencia).
Familia Román Abia, en Fuente Andrino (Palencia).Javier Álvarez

Su nicho de mercado, insisten, es lo cercano, lo tradicional. Sus principales clientes son las carnicerías de los pueblos, los bares de la zona o restaurantes locales, aunque algún pedido llega desde el extranjero, como un hostelero asturiano afincado en Irlanda. Román insiste en “ser honestos” con un producto que en la calle se vende a unos 5,5 euros por kilo.

Las niñas explican en la sala de producción, donde se trabaja desde primera hora, que la mayor quiere ser matrona y la menor profesora de infantil. Roberto y Ana las apoyarán hagan lo que hagan, pero apuntan que “queda mucho y todo puede cambiar”. Esta pareja desea que el emprendimiento pueda apuntalar los cimientos del entorno rural. El hombre lamenta que la crisis sanitaria haya frustrado su plan de contratar a otra persona, pero comenta que una futura sala de despiece en Osorno beneficiará a la empresa porque obtendrán productos de calidad a una distancia escasa. Así, la morcilla que ganó la medalla de oro del concurso nacional de 2011 podrá seguir dando de comer a Fuente Andrino.

Pérdida de habitantes

La demografía no engaña y Castilla y León lo sufre. El Instituto Nacional de Estadística calcu­la que esta comunidad perderá 240.000 habitantes de aquí a 2035: un 10% de caída poblacional que también padecerá Asturias. Ambas autonomías se encuentran históricamente vinculadas al sector primario. España, entretanto, ganará un millón de habitantes de distribución desigual. Zamora lidera las tasas de despoblación nacionales, pues la provincia ha perdido desde 1950 al 40% de sus residentes: pasó de 316.493 a 172.539 en 2019. Solo tres poblaciones, aparte de la capital, rebasan los 2.000 vecinos.

Este es el contexto al que se enfrentan quienes deciden emprender en esta provincia. Una de las iniciativas punteras para recuperar el empleo rural y darle valor cualitativo procede del ingeniero agrónomo Vicente Merino, que ha encontrado en la producción de bioetanol un mecanismo para revitalizar la zona. La planta multifuncional se instalará en Barcial del Barco, un pequeño núcleo cerca de Benavente, y generará 250 puestos directos y 500 indirectos en los 18 meses que tarde en construirse. Una vez esté operativa, conllevará 180 empleos y 2.000 indirectos. El alcalde del pueblo, Carlos Neches, lo resume en un “se nos ha aparecido la Virgen”.

Vicente Merino, en primer plano, junto a los participantes en el proyecto de bioetanol en Barcial del Barco (Zamora).
Vicente Merino, en primer plano, junto a los participantes en el proyecto de bioetanol en Barcial del Barco (Zamora).RG

Esta instalación generará 160.000 metros cúbicos anuales de este combustible sostenible, que requerirá empleo de calidad: profesionales en ingeniería, áreas jurídicas, espacios comerciales, recursos humanos, seguridad, laboratorios o medio ambiente. Asimismo, los agricultores del entorno proporcionarán 250 descargas de camiones de remolacha y 60 de maíz por día que provocarán la salida de 20 cisternas de bioetanol diarias. La remolacha procederá de un radio de 60 kilómetros, que podría ampliarse, y los agricultores recibirán 42 euros por tonelada en un suministro ya firmado hasta 2035. El precio medio actual se queda en 37 euros por tonelada, ayudas agrarias incluidas. Estos fondos extra, informa Merino, se guardarán por si hicieran falta en momentos de apuro o, si todo funciona bien, para distribuirse.

Este tubérculo y la esperanza que genera en estos lugares ha recibido el apoyo de más de 133 Ayuntamientos zamoranos, salmantinos y leoneses, además del de plataformas agrarias que tienen mucho que ganar con la biorrefinería. Los números intimidan en un sector que lleva años de penurias: han obtenido una inversión privada de 167 millones de euros y el beneplácito de la Comisión Europea. Han firmado un importante contrato con una multinacional asiática interesada en la primera década de producción. Un potosí para Zamora.

El regidor de Barcial del Barco sabe que tanto el suyo como otros pueblos tienen mucho margen de desarrollo. Sueñan con que esta planta prospere tanto como apuntan las previsiones e incluso pueda alojar las prácticas de estudiantes universitarios de ingenierías o carreras relacionadas con lo agrario. Más del 50% de los castellanoleoneses que abandonan su región poseen formación avanzada que no encuentra acomodo allí. La comarca zamorana crecerá si los futuros trabajadores se asientan en las localidades cercanas y revitalizan la economía.

Uno de los vehículos de Autocaravanas Sanabria.
Uno de los vehículos de Autocaravanas Sanabria.

Autocaravanas

La covid-19 ha supuesto que otros emprendedores vean una oportunidad para sus iniciativas. Isabel Rodríguez, de 48 años, que gestiona Autocaravanas Sanabria, en Ilanes de Sanabria (74 habitantes), llevaba apenas un año operativa cuando la pandemia sacudió el mundo. La cuarentena ralentizó el ritmo de su pequeña empresa, aunque julio y agosto han servido para recuperar algo de actividad. Rodríguez administra dos autocaravanas y ha tenido que aplazar su plan de adquirir una tercera. Esta nueva situación ha provocado que muchos clientes hayan optado por unas vacaciones en familia en las que llevarse “la casa a cuestas”. “O nos divorciamos o nos unimos”, le confesó un grupo antes de recorrer Zamora. Todo salió bien a razón de 160 euros diarios en temporada alta.

Los hijos de esta zamorana tienen 22 y 27 años y residen en Valladolid y Salamanca, aunque sin olvidar sus orígenes. “Todo con tal de volver a Sanabria”, resalta su madre. La más joven oposita para Guardia Civil y el mayor es fisioterapeuta y contempla, ante el envejecimiento de la comarca, poder trabajar de lo suyo allí. Rodríguez cuenta que los amigos de estos jóvenes quisieran instalarse en la tierra donde se criaron. Para ello confían en el impacto de las conexiones de AVE hacia el norte, que incluirán una estación en el cercano Otero de Sanabria. La empresaria contempla publicitarse u ofrecer las autocaravanas según los viajeros bajen del ferrocarril. El objetivo de los jóvenes es que el tren les permita romper la dinámica de éxodo poblacional.

Alberto Pascual, de 43 años, siguió la senda familiar marcada por las granjas porcinas de su padre en la comarca de La Moraña (Ávila). Este ingeniero agrícola lleva trabajando con su hermano unos 20 años con el foco puesto en el crecimiento “cuantitativo y cualitativo” para diferenciarse en el mercado a base de compromiso social y medioambiental. El Ministerio de Agricultura les ha reconocido su implicación con el bienestar animal. La compañía, llamada Grupo Kerbest, cuenta con unos 50 empleados para cuidar de los aproximadamente 40.000 cerdos y 100.000 pollos de estas instalaciones ubicadas en varios pueblos.

“Hemos querido ser un punto de atracción en la zona y profesionalizar el sector”, sostiene Pascual, a través de la Fundación Kerbest, mecanismo que permite ayudar a otros emprendedores rurales a lanzarse al negocio. Es el caso de un chaval de 16 años que comenzó con ellos hace un tiempo y después emprendió por su cuenta tras aprender a buscar financiación o trazar un plan de viabilidad. Un curso de “cómo hacerse empresario”. No es competencia, sino “sinergias”, matiza el ingeniero. “Buscamos generar un ecosistema porque nos beneficia tener a gente en los pueblos”, añade, puesto que han visto en estos años cómo negocios relacionados con sus plantas han ido brotando en estas tierras abulenses. La industria porcina genera 161.300 empleos directos en España en 86.200 granjas, según la interprofesional del sector porcino, Interporc.

Una de las premisas en Kerbest pasa por potenciar el conocimiento específico de un entorno habitualmente anclado a lo tradicional. Para ello han reabierto, en colaboración con la Junta castellanoleonesa, un centro de Formación Profesional que ya suma 25 alumnos que quieren compatibilizar quedarse en el pueblo con una educación avanzada. Pascual aspira a que esta red de trabajadores se asiente en sus pueblos, crezcan las familias y se genere vida en forma de colegios, tiendas o el retorno de servicios que se han ido perdiendo. “Este talento se tiene que quedar en el campo”, zanja.

La cara oscura

La historia de Viviana Palacios (38 años) y Víctor González (34) es una historia de vida y de advertencias. Suyo es Iván, el primer niño nacido en Valcuende (León) en 64 años, alumbrado en plena pandemia. Allí solo viven sus progenitores y dos personas más, ambas mayores. La pareja se incorporó a la actividad agraria hace un lustro gracias a unas ayudas autonómicas y ahora gestionan 60 vacas donde antes había seis novillas. Pero González reitera la dureza del gremio: “Te tiene que gustar”. Los sacrificios de cuidar de los animales todos los días, la soledad y la escasez de servicios pueden espantar a aquellos que, cargados de buenas intenciones y pocas experiencias, creen sencillo este emprendimiento.



La familia vive de esta explotación de ganado extensivo que vende a cebaderos. El objetivo es completar el ciclo de criar al ternero, alimentarlo y venderlo bajo sellos ecológicos. Valcuende tiene prado y no piensos; además, “las vacas están a su aire”. Ambos desean quedarse allí y jubilarse, pero con un ojo puesto en la Política Agraria Común Europea y otro en la cuenta corriente. “Hay mucho gasto con las vacas”, observa el ganadero, y la vida ha cambiado mucho desde aquellos tiempos en los que su abuelo crio a ocho hijos, de los cuales cuatro estudiaron, con el dinero del campo.



Víctor González avisa de la importancia de que el mundo rural disponga de unas prestaciones básicas. Que el bar más próximo esté a 10 kilómetros importa mucho menos que los problemas de conectividad, que dificultaron el teletrabajo de los foráneos que acudieron a Valcuende durante el verano. Por eso este ganadero, que reconoce a sus vacas por su cara, dice que no vale cualquiera para ello: “Seguro que de la mucha gente que viene de veraneo muy poca tendría la capacidad de quedarse”.

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Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.

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