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Crisis del coronavirus
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lo que los demócratas deben hacer

Es hora de que el pleno empleo sea nuestra máxima prioridad. Cuando se consiga, todo lo demás se arreglará

Lab1
Tomas Ondarra Galarza

Como casi todos los demás países, Estados Unidos se ha vuelto más pobre desde que comenzó la pandemia de la covid-19, porque los estadounidenses ya no pueden participar en actividades provechosas que requieren un contacto humano estrecho. Ahora, millones de trabajadores necesitan encontrar otras tareas productivas que hacer, y muchos de estos nuevos quehaceres no serán tan provechosos como aquellos a los que sustituyen. Pero no hay un motivo económico por el que la depresión que ha desatado la crisis de la covid-19 tenga que ser especialmente profunda o duradera. Estados Unidos es líder mundial en competencia tecnológica y organizativa, y cuenta con una mano de obra altamente cualificada. El problema es que la recuperación no ocurrirá por sí misma.

El hecho de que Estados Unidos tardara una década en recuperarse por completo de la crisis financiera de 2008 debería orientar el pensamiento actual. En aquel entonces, el sector de la construcción de viviendas se había reducido a su volumen normal antes de que se desencadenara la crisis de las hipotecas basura, lo que implicó que no se necesitara un ajuste estructural del sector. El reto consistía más bien en identificar y reasignar recursos a productos que anteriormente no se habían fabricado y que se volverían más valiosos en el futuro.

Es más, la crisis financiera de 2008 y la subsiguiente recesión no hicieron que los trabajadores estado­unidenses fueran menos competentes ni que se redujera la eficacia de las tecnologías existentes. A corto plazo, destruyó muchas redes profesionales y redujo la confianza social que constituye la base para la división del trabajo en la economía. El único efecto a largo plazo fue una pérdida de la confianza por parte de los inversores en la capacidad de las instituciones financieras del sector privado para crear unos activos financieros seguros y debidamente calificados.

Pero esa es la razón por la que el empleo en Estados Unidos tardó una década en recuperarse de la crisis de las hipotecas basura. En el mundo escaseaban los activos seguros y los Gobiernos no lograron abordar el problema como correspondía. Por su parte, Estados Unidos debería haber hecho más por movilizar una mayor capacidad de asumir riesgos del sector privado, crear activos públicos seguros y apoyar a los trabajadores mediante, entre otras medidas, la emisión de moneda y la compra de cosas para estimular una demanda efectiva y el crecimiento del empleo.

Si bien no existe ninguna razón para que el empleo tarde una década en volver a su nivel anterior a la pandemia, esto es lo que seguramente ocurrirá. Las mismas fuerzas que condujeron a los responsables políticos a declarar la victoria sobre la crisis y el cambio hacia la “austeridad” en 2010 ya vuelven a estar en marcha hoy en día. Está claro que el Gobierno federal no presentará a lo largo del próximo mes nuevas iniciativas políticas para mitigar la depresión o para corregir la fallida respuesta de la sanidad pública estadounidense.

También está claro que el Partido Republicano no posee ideas válidas respecto a cómo lograr una recuperación en forma de V. Las nuevas rebajas fiscales para los ricos harían tanto para estimular la demanda como lo hicieron cuando el Partido Republicano forzó la aprobación de la Ley de Empleos y Reducción de Impuestos a finales de 2017: absolutamente nada. De igual modo, recortar los programas sociales podría hacer que los trabajadores se desesperaran más por buscar trabajo, pero la desesperación no se traducirá en nuevas oportunidades de empleo si no hay un gasto en ello. Ninguno de quienes tienen alguna autoridad en la Casa Blanca de Donald Trump sabe qué hacer, y ninguno sería lo bastante competente como para aplicar la política apropiada si por casualidad se diera de bruces con ella.

Puesto que el Partido Republicano controla tres de los cuatro órganos con capacidad de veto (la presidencia, el Senado y el Tribunal Supremo), Estados Unidos seguirá sin dar una respuesta coherente a sus múltiples crisis hasta enero de 2021 como mínimo. Los republicanos ya están poniendo todo su empeño en reducir la participación electoral antes de las elecciones generales de noviembre. Pero suponiendo que esos esfuerzos se malogren y que los demócratas recuperen la Casa Blanca y virtualmente hasta el Senado, ¿qué deberían hacer para salvar a Estados Unidos de otra década perdida?

Antes que nada, el Partido Demócrata debe comprometerse sin condiciones a observar el principio de que todo ciudadano estadounidense que quiera un trabajo ha de ser capaz de encontrarlo. Y, aunque ese trabajo no tiene por qué ser muy lucrativo, deberá aportar el dinero suficiente para mantener a la familia del trabajador por encima del umbral de la pobreza. Todas las políticas que se analicen deberían evaluarse teniendo en cuenta si están o no en consonancia con este principio.

El compromiso federal para lograr el pleno empleo no es una idea nueva. La Ley de Empleo estadounidense de 1946 recogía dicho principio, pero ha quedado socavado desde entonces por culpa de las quejas de que el respaldo del Gobierno al pleno empleo es inasequible. La mejor respuesta a semejantes objeciones siempre ha sido la ocurrencia de John Maynard Keynes durante su discurso en la radio de la BBC en 1942, cuando dijo: “Cualquier cosa que podamos hacer, podemos permitírnosla”. Lo que quería decir es que, lejos de actuar como una limitación sobre las actividades económicas, el sistema financiero existe precisamente para apoyar esas actividades.

Sin duda, encontrar trabajos útiles para los solicitantes de empleo es algo que somos capaces de hacer. Pero ajustar los sueldos vigentes y la estructura financiera para sostener el pleno empleo tendría, desde luego, consecuencias. Por ejemplo, podríamos descubrir que, en condiciones de pleno empleo, los ricos tendrían que soportar un riesgo considerable para lograr un crecimiento sostenido de su riqueza. Como afirmaba Keynes, el pleno empleo “conduciría a un tipo de interés mucho más bajo” y, por lo tanto, actuaría como una “eutanasia del rentista”. Que así sea. Para mantener su deslumbrante tren de vida, los ricos tendrían que, bien reducir su capital, bien jugárselo en empresas arriesgadas.

Fomentar el pleno empleo también podría acabar exigiendo unos impuestos más altos y más progresivos, y posiblemente llevar a unos niveles de deuda que se antojarían inimaginables a quienes vivieron la década de 1970. Que así sea. Si se requiere una deuda astronómica para alcanzar el pleno empleo a medio plazo, está justificado. El único modo en que esto podría volverse peligroso sería si la economía saliera de su actual estancamiento secular, punto en el que ya no se necesitaría una deuda desorbitada.

Por último, restaurar y mantener el pleno empleo puede exigir que desviemos la demanda desde el consumo de las élites hacia sectores con un uso intensivo de mano de obra como la sanidad pública. También podría requerir un programa de obras públicas a gran escala que precise mucha mano de obra. Que así sea. Es hora de que el pleno empleo sea nuestra máxima prioridad. Una vez que lo consigamos, todo lo demás se arreglará.

J. Bradford DeLong, ex subsecretario adjunto del Tesoro de Estados Unidos, es catedrático de Economía en la Universidad de California en Berkeley e investigador asociado en la Oficina Nacional de Investigación Económica. © Project Syndicate 1995-2020. Traducción de News Clips.

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