El peso de la deuda que arrastra América Latina
Los expertos advierten del riesgo añadido de la pandemia para los países más endeudados de la región
A los gobiernos que están gastando para paliar la crisis económica les espera una montaña de deuda al final de esta pandemia. Según los datos más recientes del Banco Mundial, América Latina y el Caribe sumaba en conjunto 1,87 billones de dólares de deuda externa en 2018. Por su parte y antes de la llegada de la covid-19, el Fondo Monetario Internacional ya advertía de los riesgos de esta creciente deuda. Pero para muchos países, endeudarse es la única opción que tienen para asegurarse de que sus ciudadanos tengan lo necesario para vivir mientras el virus impide el trabajo remunerado.
Si alguien espera que la comunidad internacional y los organismos multilaterales faciliten un rescate de los países ricos a los países más necesitados, los hechos apuntan en la dirección opuesta. Cada país está tan concentrado en atender a su población que no hay tiempo, ni voluntad, para organizar un plan como el que se implementó en Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Esto tampoco funcionaría, aseguran los críticos, ya que el mundo actual es diferente al de la posguerra.
Uno tiene que ver la deuda como un buffer, un mecanismo que te permite absorber el golpe, explica Alejandro Izquierdo, asesor senior del Departamento de Investigación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). “Con lo cual se justifica usar el amortiguador en un momento tan crítico. Por el otro lado, después, hay que exigirle a los gobiernos que reduzcan el gasto y que se hagan más eficientes porque, si no, son los jóvenes los que tienen que pagar.”
Y es que América Latina tiene un historial malo cuando se trata de gastar su dinero. Una investigación hecha por Izquierdo y sus colegas muestra que cada año la ineficiencia en el gasto de los Gobiernos de América Latina y el Caribe genera una pérdida total de 220.000 millones de dólares, equivalente a un 4,4% del PIB regional. Esto quiere decir que, en momentos como este de crisis mundial y pandemia, el incrementar el gasto no necesariamente se traducirá a una recuperación en la economía. El BID identificó tres componentes del gasto que, si bien se pudieron haber implementado con buenas intenciones, suelen ser un barril sin fondo para los gobiernos: las transferencias focalizadas, la falta de transparencia en las compras públicas y la alta remuneración a empleados.
“Tiene sentido en este momento que la deuda aumente, pero yo creo que también hay una responsabilidad que hay que pedirle a los Gobiernos que a futuro ese gasto adicional no se transforme en gasto permanente y que trabaje sobre la eficiencia del gasto para que se llegue eventualmente a superávits fiscales que reduzcan el tamaño de la deuda”, apunta Izquierdo. “Los ciudadanos están en su derecho de exigirlo porque si no las generaciones futuras y están siempre pagando los platos rotos”.
En este sentido, México, la segunda economía más grande de la región, sobresale por su resistencia a incrementar su nivel de deuda para hacer frente a la parálisis económica detonada por la pandemia. El país goza de finanzas sanas y un déficit fiscal manejable por lo que, si lo quisiera, pudiera endeudarse más.
Lo que viene para América Latina
La región sufrirá la peor contracción económica en su historia este año, de acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). El golpe será de una caída del 5,3% del PIB. La OIT estimó el mes pasado que la pandemia ya destruyó, por lo menos, 14 millones de empleos en la región. El escenario es tal que las comparaciones con los tiempos de guerra son ya ubicuas e, incluso, en línea con autoridades europeas –como el presidente español, Pedro Sánchez–, su homólogo mexicano, Andrés Manuel López Obrador, ha pedido que se cree un nuevo Plan Marshall, refiriéndose a las transferencias de dinero que Estados Unidos hizo a países europeos en 1948 a manera de ayuda y para gastarse exclusivamente en programas de reconstrucción económica.
¿Existe un precedente histórico que pueda servir a la región para navegar esta crisis?
“Me temo que la respuesta es no”, responde Adam Tooze, historiador económico, autor y catedrático de la Universidad de Columbia en Nueva York. “Porque realmente no hemos tenido una experiencia de este tipo.”
Tras la crisis financiera global del 2008 y 2009, el Gobierno de China reaccionó con un paquete de gasto enorme para estimular su economía y esto ayudó a los países a los que compra materias primas, como son Brasil, Argentina y Chile, entre otros. Pero en esta ocasión, China no ha anunciado un paquete similar, lo cual pareciera ser malas noticias para estos países latinoamericanos. El mercado de exportación es un motor crucial de la máquina económica mundial, señala Tooze, y sufre ahora mismo de gran incertidumbre.
“La pregunta a largo plazo de si la máquina de crecimiento puede ser restaurada y simplemente no tenemos ninguna experiencia con un choque de esta escala sucediendo simultáneamente en todo el mundo”, agregó. “Es aterrador. Es extraordinario. Y creo que es importante ser realista sobre la magnitud de este shock.”
Ante una falta de opciones, los latinoamericanos deberán exigir a sus gobiernos que la deuda valga la pena. Es decir, que el gasto sea eficiente, transparente y, sobre todo, temporal, ya que existe el riesgo de que el Estado se acomode a un nivel de gasto más alto y sean las generaciones más jóvenes las que paguen la deuda con altas tasas de impuestos en el futuro.
El rescate que no llega
La ONU también ha hecho un llamado para que los países ricos ofrezcan a los países emergentes, como los latinoamericanos, un rescate similar al Plan Marshall y, en sus juntas de primavera este año, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) estuvieron cerca de negociar un fondo global de rescate para las economías más necesitadas — pero EE UU lo detuvo.
“Yo soy un crítico de la nostalgia del Plan Marshall y las personas que abogan por el modelo tipo Plan Marshall subestiman radicalmente el contexto muy diferente en el que se lanzó”, dice Tooze. “El plan en ese entonces se lanzó en un mundo en el que no había deuda privada en lo absoluto. Toda la deuda que había antes era de gobierno a gobierno y venía con un control claro en las balanzas de pago.”
El mundo hoy en diferente, dice Tooze, autor de Crash. Cómo una década de crisis financieras ha cambiado el mundo. Los Gobiernos no solo reciben préstamos de otros gobiernos o de organizaciones multilaterales como el FMI y el BM, sino que también emiten bonos de deuda con bancos privados y fondos internacionales. El caso de Argentina expone las vulnerabilidades de esta, la deuda privada: hoy en día, a pesar de haber llegado a un acuerdo con el FMI en su deuda con ellos, son los acreedores privados los que se rehúsan a recibir pagos menores por la deuda de 66.238 millones de dólares que hicieron al país, el cual debe cerca del 90% de su Producto Interno Bruto (PIB). El FMI ha calificado este nivel de deuda como “insostenible”. El viernes hay un vencimiento de bonos por 503 millones de dólares que los acreedores no esperan cobrar.
El riesgo de un paquete de rescate tipo Plan Marshall actualmente, explica Tooze, es que el dinero se vaya a pagar lo que se debe a los bancos y fondos privados y no a implementar medidas de reconstrucción económica. Es decir, al recibir una transferencia de fondos de ayuda, un país que le debe dinero a un banco pudiera gastar esos fondos en sus pagos de intereses en lugar de en infraestructura o programas para reactivar su economía. Por esto, como apunta la ONU, cualquier tipo de bolsa de apoyo tendría que venir con medidas para controlar el capital de manera que no pueda terminar en las arcas de un banco privado en Wall Street. Kenneth Rogoff, ex economista jefe del FMI y profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universidad Harvard coincide y aboga fuertemente por una suspensión de pagos de la deuda de países emergentes — incluyendo los pagos a los acreedores privados.
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