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“Si lo mío no es una prioridad, ¿qué lo es entonces?”

El estado de alarma dejó sin trabajo a esta madre de tres niños divorciada, que ahora espera la ayuda de las ONG

Ana Lobato, con dos de sus hijos en la casa que habita en Vigo.
Ana Lobato, con dos de sus hijos en la casa que habita en Vigo.Óscar Corral
Santiago de Compostela -

“Soy luchadora y positiva. Cuando lloro, lloro yo; que los hijos no me vean. Y por lo menos tengo la suerte, yo que una vez fui desahuciada, de que mi casera me ha dicho que espera, y de que esta casa no es fría como la de antes. Aunque mi mayor suerte son mis tres niños”. El estado de alarma sorprendió a Ana Lobato, viguesa de 35 años, trabajando sin contrato. Llevaba tiempo encadenando empleos de corta duración en la hostelería tras haberse dedicado a la limpieza de barcos como autónoma. El penúltimo trabajo fue una sustitución, con contrato, en una cocina. Y al acabarse, una semana antes de decretarse el cierre de locales, había empezado a trabajar en una tapería. Los dueños, dice, “no habían tenido tiempo” de arreglarle los papeles cuando tuvieron que bajar la persiana. Ahora esta madre divorciada figura en una lista de espera de la Cruz Roja. Allí le dicen que no pueden atenderla porque hay otras personas con “prioridad”.

La causa está en que Ana y sus hijos de ocho, 12 y 17 años reciben, “de momento”, una pensión alimenticia del padre de los niños. Esos 520 euros son los únicos que entran en casa y van a lo básico: recibos, comida, alquiler, butano. Cuando estalló la crisis, hacía un mes que esta familia había dejado el piso anterior, con una cuota de 500 euros, para instalarse en uno “mucho mejor” de 350. Pero para eso Lobato había tenido que afrontar de golpe el pago de la fianza y el primer mes, y había comprado “un poco de pintura” para arreglarlo. Llegada la pandemia, se encontró “sin nada”, y pasaron varias semanas sin agua caliente hasta que la madre, al llegar abril, pudo comprar otra bombona que están “racionando” al límite. “Nos duchábamos todos en frío, pero mis niños no se quejan de nada”, dice agradecida.

José, Iván e Iria, de menor a mayor, afrontan la brecha digital como pueden en una situación en la que la universalidad del derecho a la educación es una pantomima. Ana no puede pagar un wifi y apura los datos de su móvil con la pantalla rota para que los críos puedan asistir a las clases y hacer los trabajos online. El mediano, muy trabajador, lloraba las primeras semanas. “Me decía ‘mamá, todos envían los trabajos menos yo”, cuenta la madre.

Para sobrevivir con sus niños, Lobato solo pide alimentos. Como Cruz Roja no los considera un caso de urgencia, ha recurrido a otra organización, la Asociación Freixeiro de Ayuda al Necesitado (AFAN) de Vigo, que le ha hecho llegar dos cajas de leche, algo de pescado y carne que ha congelado para espaciar su consumo. También un saco de patatas, que ella decidió compartir con su hermano. “Yo entiendo que hay gente que está aún peor que yo”, reconoce. “Ayer vino una mujer a pedirme a mí de comer para su hijo..., pero si lo mío no es una prioridad, ¿qué es una prioridad?”.

“Si a currantes con hijos como yo no les corresponde un ingreso mínimo vital, ¿a quién se lo van a dar? ¿Qué gente puede ir por delante?”, se pregunta Ana, que tras su divorcio, hace ya cuatro años, vivió también un desahucio. Mientras, sigue buscando trabajo. El jueves se enteró de que pedían una limpiadora para una fábrica. El dueño le preguntó si tenía hijos. “Cuando le dije que el pequeño tenía ocho”, cuenta, “me contestó que eso no le gustaba, que no quería ser responsable, que tenía que quedarme en casa para darle de desayunar. ¿Qué habré hecho yo, que todo me sale mal?”.

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