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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los costes de la complacencia

Los mercados financieros encaran la recta final del año con la mirada puesta en la guerra comercial y el Brexit, por lo que la expectativa de una resolución relativamente favorable de ambos eventos puede ser el acicate que necesita la economía mundial para recuperar el pulso. Sin embargo, la contracción del sector manufacturero, junto con los indicios de contagio a los servicios y la debilidad del comercio, hacen temer que, aun cuando Estados Unidos y China acuerden detener la escalada arancelaria, los efectos de las subidas previas y las dudas sobre cuáles serán las reglas de juego futuras pueden continuar lastrando el crecimiento global.

El retraso en las decisiones de inversión del sector empresarial estadounidense es un buen ejemplo del impacto que un aumento de la incertidumbre, en un ámbito como el del comercio exterior, puede tener sobre las expectativas de gasto privado. Los efectos serían mayores si, además, viniese acompañado de un repunte sostenido de la volatilidad financiera, algo que han logrado evitar los bancos centrales gastando la limitada munición de la que disponen.

El margen de acción de la política monetaria y fiscal es bastante más reducido que a finales de 2016, cuando la economía mundial inició una fase de expansión prolongada tras la desaceleración del año anterior. Entonces, China se embarcó en un programa agresivo de estímulos (10% del PIB) para sortear los efectos de las tensiones cambiarias, aun a costa de acrecentar su deuda. En Estados Unidos, la recién llegada Administración Trump aprobó una bajada de impuestos de casi el 2% del PIB, que dio fuelle a una demanda interna ya soportada por la fortaleza del empleo. Mientras, la eurozona recogía los frutos de la expansión monetaria del BCE, creciendo por encima de su tendencia.

Hoy día, las autoridades chinas están mostrando una posición más prudente, con estímulos dirigidos a amortiguar la caída de la demanda externa, pero asumiendo la transición hacia tasas de crecimiento más bajas y la necesidad de evitar un nuevo deterioro de sus desequilibrios financieros. La economía de Estados Unidos ha entrado en una fase de desaceleración y el riesgo de que experimente una recesión en uno o dos años no es menor, en un entorno de incertidumbre elevada (estrategia comercial y elecciones en 2020). Por su parte, Europa afronta un período de bajo crecimiento, limitado espacio para reforzar el apoyo monetario y serias restricciones para que Alemania sucumba a una política fiscal expansiva.

La respuesta de los bancos centrales ha evitado males mayores a corto plazo, pero ha avivado el incentivo de los agentes a adoptar posiciones financieras arriesgadas, comprometiendo el crecimiento a medio plazo. Esta vez, como en el pasado, los costes de la complacencia pueden ser altos.

Sara Baliña, de BBVA Research.

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