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Cultura útil contra el cambio climático

Instituciones culturales y educativas deben actualizar sus programas a la realidad cambiante del calentamiento global, que demanda una forma más inclusiva y eficaz de gestionar sus actividades

Taller creativo con residuos de plástico en el festival SunuVillage de Dakar, para concienciar sobre el cambio climático. / MARTA MOREIRAS
Taller creativo con residuos de plástico en el festival SunuVillage de Dakar, para concienciar sobre el cambio climático. / MARTA MOREIRAS

En la Cumbre contra el cambio climático organizada por la ONU en Nueva York, un total de 87 grandes empresas globales como CaixaBank, Telefónica, Acciona, Danone, L’Oreal, Banco Santander o Microsoft se han comprometido a reducir a cero sus emisiones de gases de efecto invernadero para el año 2050. Estas empresas se suman a los 70 gobiernos que se han propuesto exactamente lo mismo. La propia Ana Botín, presidenta del Banco Santander y defensora de la lucha contra el cambio climático, ha afirmado en dicha cumbre: “Tenemos objetivos ambiciosos en áreas como la inclusión financiera, las finanzas verdes y la diversidad de género, entre otros”.

Paralelamente a la cumbre, el New Museum de Nueva York celebraba su Festival IdeasCity, con propuestas innovadoras que nacen del cruce entre arte y activismo y cuyo objetivo es analizar el impacto del cambio climático en las distintas comunidades que habitan el Bronx. Hace apenas una década hubiera sido impensable encontrar una preocupación compartida por fuerzas vivas tan diversas del arte, del activismo y de las finanzas. Vivimos momentos de urgencia, sin duda, y en este contexto, el mundo de la cultura debe reflexionar sobre su rol de cara a este reto planetario.

Pero, ¿qué se puede hacer desde la cultura que tenga un impacto en lo real?; ¿no es la cultura algo ‘inútil’ que, únicamente, debería servirnos de entretenimiento o para cultivar el alma? En la tradición clásica y moderna europea, este ha sido precisamente el valor de la cultura, y es así como ha llegado a nuestros días. No obstante, a esta definición -válida y necesaria- hemos de sumarle otra que va más allá de circunscribir lo cultural a las tradicionales disciplinas artísticas. Debemos de pensar en la cultura como algo que no se ciña únicamente al campo de lo simbólico, sino que tenga que ver con nuestros modos de hacer en el mundo.

El investigador peruano Víctor Vich nos da una definición antropológica de la cultura que tiene que ver con la diversidad de credos, de opciones políticas, de orientaciones sexuales, de grupos estéticos o de lenguajes simbólicos que operan en un territorio. Si queremos desarrollar un plan de cambio social con las personas que recogen dichas diferencias, es necesario generar un diálogo ellas entre y con el proyecto, “de lo contrario, no habrá un marco cultural que soporte dicho proyecto en el tiempo, es decir, que lo haga socialmente sostenible”, afirma Vich.

Gobiernos locales y agentes sociales tienen puestos sus ojos en la cultura como promotor de innovación social

Esta importancia de la cultura para transformar la sociedad parece haber sido al fin comprendida por las principales administraciones y agentes sociales. En 2018, Naciones Unidas publicó el informe La Cultura para la Agenda 2030, en el que, por primera vez, se tenía en cuenta la capacidad de la cultura para “generar trabajo decente y crecimiento económico, reducir las desigualdades, proteger el medio ambiente, promover la igualdad de género y construir sociedades pacíficas e inclusivas”. En esta línea se presenta también el Informe sobre el estado de la Cultura en España 2019, que publica la Fundación Alternativas (https://www.fundacionalternativas.org/cultura-y-comunicacion/libros-e-informes/informes/el-estado-de-la-cultura-en-espana-2019-cultura-local-democracia-desarrollo).

Pero este reconocimiento no opera solamente a nivel macro, también los gobiernos locales y agentes sociales como las empresas anteriormente mencionadas tienen puestos sus ojos en la cultura como promotor de innovación social. Algunos ejemplos en España son la línea de financiación de proyectos Art For Change de La Caixa, las líneas de Arte ciudadano o Alimentación sostenible de la Fundación Daniel y Nina Carasso, o las Residencias de Creadores en Escuelas (Programa Levadura) de la Fundación Banco Santander. O el memorando del Observatorio de Cultura y Comunicación de la Fundación Alternativas sobre nuevos modelos de desarrollo profesional en el sector de la cultura para luchar contra el cambio climático (https://www.fundacionalternativas.org/cultura-y-comunicacion/documentos/memorandos-occ/cambio-climatico-y-desafios-ambientales-nuevos-nichos-de-empleo-para-el-sector-cultural).

Gobiernos, empresas, artistas y activistas ya están modificando sus prácticas hacia esta forma de entender la cultura. Ahora es el turno de que tanto las instituciones culturales y educativas como sus gestores actualicen sus programas a esta realidad cambiante, que nos pide a gritos una forma más inclusiva y útil de entender la cultura.

* Manuela Villa Acosta es codirectora del Máster de Gestión Cultural Internacional e Innovación Social de la Universidad Complutense de Madrid

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