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El obligado giro social de la banca en la ‘era López Obrador’

Los financieros mexicanos dejan atrás las críticas al hoy presidente en su etapa como candidato y cierran filas con tres objetivos comunes: inclusión financiera, formalidad del empleo y crecimiento

Ignacio Fariza
Andrés Manuel López Obrador durante la convención bancaria.
Andrés Manuel López Obrador durante la convención bancaria.CUARTOSCURO

La retórica de la banca mexicana se adapta a los tiempos políticos. El año pasado —y en ejercicios anteriores—, desigualdad, informalidad, inclusión financiera, bienestar social o inversión pública eran términos prácticamente ausentes en el debate y en los corrillos de la convención bancaria, el gran cónclave que el sector financiero mexicano celebra anualmente en Acapulco. En el mejor de los casos, aparecían de refilón y siempre en clave de responsabilidad corporativa. Las constantes apelaciones a la prudencia en el manejo de la política económica al Gobierno de turno, en el control de la inflación —uno de los grandes ogros mexicanos, a pesar de que los precios llevan casi un cuarto de siglo bajo control— y, últimamente, las preocupaciones en torno a la inseguridad y la violencia copaban la agenda de los banqueros en estos dos días de asueto en la costa de Guerrero (suroeste), en los que los ejecutivos dejan a un lado el traje oscuro y la corbata y se pasan a la guayabera y a la camisa blanca.

Hasta este año, el primero en el que Andrés López Obrador (Morena, izquierda), que tiene en las políticas sociales uno de sus pilares, ha acudido ya en calidad de presidente a la cumbre bancaria. Los tecnicismos económicos no han desaparecido de los discursos de los banqueros, pero la conversación ha empezado a girar en torno a otro eje: el social, una necesidad imperiosa en un país en el que 53 millones de personas, cuatro de cada diez, están por debajo del umbral de la pobreza.

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“Tradicionalmente, la banca mexicana ha sido introspectiva, se ha mirado mucho a sí misma”, reconoce el recién nombrado presidente de la Asociación de Bancos de México (ABM), Luis Niño de Rivera, en entrevista con EL PAÍS. “Hemos dejado de lado la tarea de la inclusión financiera y el crecimiento regional, pensando que eran temas de la Administración pública y no de la banca. [Pero] después [de las elecciones] del 1 de julio, el que no ponga atención en México a ese reclamo [social] va a encontrarse con sorpresas pronto. La banca está reaccionando porque es nuestra obligación: lo tenemos que hacer bien y rápido, y estamos preparados para hacerlo”.

¿Tiene que ver la llegada de López Obrador a la presidencia con este cambio de tono del sector financiero? “Sin duda”, dice Niño de Rivera, también presidente del consejo de administración del Banco Azteca. “La banca no puede ser ajena, ni aquí ni en ningún lugar del mundo, a lo que requiere el Gobierno: tenemos que responder al reclamo que hay en la sociedad. Antes vivíamos muy tranquilos en esa sección del país a la que le iba de medianamente bien a muy bien. Y a los que no les iba bien, no les habíamos puesto atención. Eso es clarísimo”. Aunque las alertas sobre la importancia de la estabilidad macroeconómica y la prudencia fiscal siguen presentes en el discurso de los banqueros, la primera meta del nuevo líder de la poderosa patronal bancaria es llevar servicios bancarios a todo el territorio nacional: que los 549 municipios que no lo tienen —uno de cada cinco—, lo tengan, y que el 53% de mexicanos que, según sus cifras, no tienen una cuenta de ahorro, de inversión o de nómina sea mucho menor. “No hemos cumplido el objetivo de prosperidad incluyente”, admite en tono autocrítico.

El discurso del líder saliente de la ABM, Marcos Martínez, también presidente del Banco Santander en México, fue en la misma línea de su sucesor, poniendo el acento en lo social: inclusión financiera —"una prioridad para las autoridades y para la banca"—, desigualdad económica —"prevalece en el país, el más desigual de la OCDE, y es nociva tanto para el crecimiento de largo plazo como para la salud del tejido social"— e informalidad —"si bien ha disminuido en años recientes todavía más del 50% de la población ocupada tiene una relación laboral informal"—. "La banca tiene una responsabilidad social. Ha cambiado y está cambiando su rostro. Somos muy conscientes de las brechas que existen en nuestro país y compartimos con la nueva Administración puntos de vista sobre la necesidad de avanzar en estos temas tan delicados", lanzó. Lo más parecido a una declaración de intenciones para los nuevos tiempos políticos: borrón y cuenta nueva con el pasado. "Queremos trabajar con ustedes", recogieron el guante tanto el presidente como el titular de Hacienda, Carlos Urzúa.

De las palabras de los banqueros se desprende, ante todo, un intento acelerado de conciliación con el nuevo Ejecutivo. Un sexenio, reflexionaban no pocos banqueros estos días en Acapulco, es muy largo y por la cabeza de la banca no pasa nada que no sea evitar cualquier tipo de fricción innecesaria con la nueva Administración. De ahí el marcado giro social en el discurso de la banca y en general, del sector privado mexicano, que también ha tenido reflejo en el nombramiento del nuevo jefe de la patronal (el Consejo Coordinador Empresarial), Carlos Salazar Lomelín, en cuyo discurso están mucho más presentes las cohortes populares que en el de cualquiera de sus antecesores. Él es uno de los ideólogos de este cambio de discurso: “Hacía falta”, dice a EL PAÍS. “Ya era hora".

Quien habría atisbado este cambio de tono un año atrás, cuando la convención bancaria más política —fue una suerte de carta de presentación de los entonces tres candidatos en liza para las elecciones: Andrés Manuel López Obrador, Ricardo Anaya y José Antonio Meade—. Y también de férrea oposición por parte de los banqueros al líder de Morena, que dio una de cal —tendiendo la mano a trabajar conjuntamente con la banca: “No vamos a afectarles en nada, tengan confianza”— y una de arena —“si se atreven a hacer un fraude electoral, a ver quién va a amarrar al tigre. El que suelte, que lo amarre: no voy a estar yo deteniendo a la gente luego de un fraude electoral. Así de claro”, una afirmación que levantó importantes suspicacias—. Tras ese discurso, y aunque la contienda ya estaba bastante decantada, una parte importante de los hombres fuertes del sector redoblaron su campaña en contra del candidato que, a su juicio, representaba el “populismo” en México. La victoria de López Obrador se barruntaba —las encuestas ya lo situaban, destacado, en primer lugar—, pero prácticamente nadie atisbaba el poder omnímodo que le otorgarían las urnas apenas cuatro meses después.

Ya con un dominio absoluto del poder en la escena política mexicana, López Obrador llegó este viernes a Acapulco con una idea por encima del resto: profundizar en su agenda social y enrolar en ella al mundo del dinero. La sintonía entre el ahora jefe de Estado y de Gobierno y los banqueros ha cambiado drásticamente en el fondo —las reuniones del mandatario con los jefes de las principales entidades se han sucedido en las últimas semanas— y en la forma —el lema elegido esta edición es toda una declaración de intenciones: Una visión de futuro—. Ahora está por ver si el giro social en el discurso se queda en eso, en mera retórica, o si se traduce en acciones concretas. Las capas más desfavorecidas de la sociedad mexicana bien lo necesitan.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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