“Debemos preparar a los niños para lo inesperado, no para enfrentarse a un examen sin sorpresas”
El experto en innovación educativa Stephen Heppell pone el foco en el efecto que los elementos ambientales, como la luz, el oxígeno y la temperatura, tienen sobre el aprendizaje
Cuando Stephen Heppell (Chalfont St. Peter, Inglaterra, 1950) se enfrentó a su primer día como profesor, no tenía ni idea sobre cómo dar una clase. Y así se lo confesó a sus alumnos. Les hizo entonces una petición inusual. Quería que observaran a sus otros profesores y que cada día, antes de empezar, le contaran algo que les hubiera llamado la atención sobre cómo daban clase. "Desde entonces, siempre he escuchado a mis alumnos", asegura Heppell, catedrático en la Universidad de Bournemouth y experto en innovación educativa, que ha asesorado a Gobiernos, empresas y colegios de todo el mundo.
Entre sus múltiples facetas, Heppell ha dedicado buena parte de su carrera a investigar las condiciones ambientales idóneas para el aprendizaje. La luz, el oxígeno y la temperatura, dice, son factores determinantes a los que apenas se presta atención. El experto acaba de plasmar todas esas investigaciones en dos nuevos espacios que ha diseñado en la Universidad Camilo José Cela (UCJC), donde dirige la Cátedra de Felipe Segovia de la Innovación para el Aprendizaje. Un proceso en el que han colaborado los estudiantes para dar luz a un laboratorio y una zona para impartir clases que huye del diseño tradicional y apunta a lo que será el aula del futuro.
Heppell se pasea entusiasmado por el espacio, diáfano y flexible, que lo mismo sirve para dar una clase magistral como para organizar una sesión de trabajo en grupo. Paredes de cristal, pintura especial para reflejar la luz, temperatura entre 18 y 21 grados para favorecer el rendimiento, sillas diseñadas para que la sangre fluya hacia el cerebro... "Hay miles de detalles", asegura el experto. Han pasado casi tres décadas desde que pisó su primera clase, pero el profesor mira al futuro de la educación con la misma ilusión del primer día. "Creo que los próximos diez años van a ser los más emocionantes hasta ahora", augura con una sonrisa. "Y no podemos perdérnoslos".
Pregunta. ¿Cómo podemos preparar a los estudiantes para el futuro si no tenemos ni la menor idea de cómo será y el entorno y las necesidades, por ejemplo de las empresas, cambian tan rápido?
Respuesta. No es tan difícil ver el futuro si observas con mucha atención a las personas. Cuando aparecieron los teléfonos con cámara, cada vez que alguien tomaba una foto los demás se congregaban a su alrededor para verla. Era obvio que, más adelante, iban a querer compartir sus fotos con sus amigos. Así que si observamos ahora a las personas, ¿cómo se presenta el futuro? Sabemos que pertenecer, ser miembro de algo, es muy importante. La iglesia o la familia ya no son tan fuertes como antes, así que mucha gente está buscando cosas de las que puedan sentirse parte. Y creo que aprender es algo de lo que todos nos sentimos parte, las comunidades de personas que aprenden van a ser muy importantes. También el aprendizaje a lo largo de toda la vida, vamos a regresar a la universidad.
P. ¿Cuáles son las condiciones óptimas que debe tener un espacio de aprendizaje?
R. Hay muchas pequeñas cosas y todas interactúan entre sí. Por ejemplo, el oxígeno. Hemos realizado un proyecto de investigación en Dubái. En 162 aulas, los profesores instalaron una pared llena de plantas. El número de alumnos con déficit de atención se redujo de forma drástica, en torno al 75%. Tenías a niños a los que se les daba medicación para ayudarles a concentrarse, pero no la necesitaban. Lo que necesitaban era un aula mejor. También la luz y el aire. Si te fijas en las escuelas en Australia o en otras partes del mundo donde las temperaturas son muy altas, tienen las ventanas abiertas y el aire entra y sopla por todo el edificio. Puede ocurrir que un colegio se haya gastado mucho dinero en aire acondicionado, pero el aire es demasiado seco. Y la humedad es buena para el cerebro.
P. ¿Qué impacto en el rendimiento tienen todos estos factores?
R. Trabajo también en el ámbito deportivo, por ejemplo con el equipo olímpico británico de rugby, y lo que he aprendido de ellos es que todo importa. Fijémonos en la comida. Si fueras un corredor y te estuvieras preparando para correr los 5.000 metros, sabrías lo que tendrías que desayunar el día de la carrera, pero también la semana previa y el mes antes e incluso en los cuatro años anteriores. Cuando un alumno en el colegio se enfrenta a un examen importante, ¿qué ha tomado para desayunar? Es hora de que tratemos el aprendizaje como si fueran unos Juegos Olímpicos.
P. ¿Se suelen tener en cuenta este tipo de cuestiones en el sistema educativo?
R. No les prestamos atención. ¿Pero cómo puede ser que no lo hagamos? Mucha gente cree, por ejemplo, que es una locura llenar una clase con plantas. Pero sabemos que en un aula tradicional, con la puerta cerrada y 25 alumnos dentro, tras una hora y media la cantidad de CO2 en el aula, en términos de partes por millón, está por encima del nivel adecuado y perjudica la concentración. Recuerda cuando hacías exámenes en el colegio: los profesores tenían que levantarse y caminar por la clase para no quedarse dormidos. Y a ti te pasaba lo mismo, pero no era tu culpa. Era la clase. Con las puertas abiertas el aire circula, pero lo habitual es que las tengamos cerradas. Es muy difícil concentrarse en esas condiciones.
P. En este proyecto, la voz de los estudiantes ha tenido un peso muy importante, ¿por qué?
R. Hace tres años, les lanzamos una pregunta a alumnos de los colegios SEK [el grupo educativo al que pertenece la UCJC]: ¿podrías mejorar tu aprendizaje? Les encargamos la tarea de averiguar qué habían hecho otros colegios. Contactaron por Skype con escuelas en Australia, Dinamarca, Inglaterra... y reflexionaron sobre qué ideas podían funcionar y cuáles eran una locura. Uno de los alumnos me dijo: "He ido a siete colegios diferentes y esta es la primera vez que alguien me pregunta '¿cómo podemos mejorar?". La diferencia en este proyecto es que no les pedimos su opinión, sino que investiguen. Ahí es donde aparece la magia, cuando empiezan a entender cómo funciona su aprendizaje.
P. ¿Infravaloramos a los estudiantes?
R. Siempre. Y no puedo entender por qué no les escuchamos más. Hay una cosa que digo a menudo: si sorprendes a los niños con lo que esperas que hagan, ellos te asombrarán con lo que son capaces de hacer. Si te doy una tarea muy difícil, al principio no vas a saber hacerla pero una semana después lo conseguirás. Debemos confiar en ellos, sorprenderles y retarles.
P. La tecnología es uno de los ejes del debate sobre cómo debe ser la educación del siglo XXI y en alguna ocasión usted ha dicho que la escuela desconfía de ella. ¿Cuál debe ser su papel?
R. Creo que las escuelas tienen que aprender cómo utilizar la tecnología. Y hay diferentes dimensiones sobre este tema. Por un lado, a los profesores se les suele dar la tecnología para que hagan exactamente lo mismo que hacían antes. Y evaluamos a los alumnos también según lo que hacían antes, no según lo que pueden hacer con la tecnología ahora. No quiero decir que el conocimiento no importe, por supuesto que importa, pero ahora sabemos que la colaboración también es relevante. Si vas a buscar un trabajo, la primera pregunta que te harán es si sabes trabajar en equipo. La tecnología nos permite comunicarnos y trabajar conjuntamente. Además, la mayor parte de los trabajos se realizan online, por lo que en el colegio los estudiantes deberían estar trabajando también la mayor parte del tiempo online. Pero ocurre, por ejemplo, que algunas escuelas les prohíben incluso llevar los móviles a clase. Eso es una locura.
P. ¿Y la segunda dimensión de la tecnología?
R. Podemos utilizarla para medir el espacio del aprendizaje. El Internet de las cosas nos permite medir la temperatura, el nivel de CO2, la luz, la humedad, la contaminación... Podemos usar la tecnología para que sea una herramienta de aprendizaje y también para mejorarlo.
P. Muchos profesores están inmersos en esta revolución tecnológica, pero hay también voces reticentes...
R. Los ordenadores son muy buenos haciendo ciertas tareas. Siguen reglas, repiten cosas, nunca duermen, trabajan mucho y no se distraen. Pero las personas son buenas en otros campos: ser curiosos, trabajar en equipo... Tenemos que educar a los alumnos para que sean buenos en todas aquellas cosas que los ordenadores no pueden hacer. Si educamos para que los niños hagan lo mismo que un ordenador, las máquinas les reemplazarán. Lo mismo pasa con los profesores. Tu mejor profesor en la escuela probablemente estaba un poco loco, seguro que le recuerdas porque estaba obsesionado con algo. Necesitamos que los profesores sean especiales. Y que sean capaces de dar clase de mil maneras.
P. La innovación, las metodologías y las herramientas centran buena parte del debate sobre la educación. Pero más allá de cómo educamos, ¿tenemos claro para qué lo hacemos?
R. La respuesta conecta con la pregunta sobre el futuro. Si lo que esperamos es que nuestros hijos no sean mejores que nosotros, no vamos a ver progreso. Tenemos que retarles a que se enfrenten a lo inesperado. A problemas como el cambio climático, por ejemplo. Si un niño va a un examen esperando que no haya sorpresas y, al mismo tiempo, su profesor lo que piensa es que espera haberle preparado para cualquier cosa que pueda surgir... eso no les prepara para la vida.
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