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Los robots se quedarán los empleos que crea Murcia

Los expertos reclaman que se dé más formación a los trabajadores de los sectores más expuestos a la automatización

Elena G. Sevillano
Trabajadores de una cooperativa envasan la fruta.
Trabajadores de una cooperativa envasan la fruta.Javi Martín (EL PAÍS)

Se la llama la cuarta revolución industrial y no es raro oír predicciones apocalípticas más propias del ludismo del siglo XIX que de un 2018 acostumbrado a la inteligencia artificial. La automatización eliminará puestos de trabajo. Eso no lo discute nadie. Pero el desafío no es ese, sino la reconversión de muchas profesiones. Porque los empleos que se destruyan serán sustituidos por otros. Y las empresas y países tienen que prepararse para esa transformación. Hace dos años, la OCDE situaba a España como el país más afectado —tras Alemania y Austria— por la sustitución de empleos por máquinas. Ahora alerta de la desigualdad entre regiones, algo en lo que España lidera la clasificación mundial, según un informe reciente de la organización.

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El estudio alerta de que hay tres regiones (Aragón, Andalucía y Murcia) donde la mayoría de trabajos que se están creando pertenecen a ocupaciones con un alto riesgo de automatización. Además, hay otras dos autonomías (Castilla y León y Castilla-La Mancha) donde ocurre lo contrario: estas pierden empleos que tienen bajo riesgo de automatización. La diferencia entre la peor región (Murcia) y la mejor (Castilla-La Mancha) es la más amplia de todos los países analizados en el informe, publicado hace unas semanas bajo el título Creación de empleo y desarrollo económico local. La disparidad entre una y otra comunidad alcanza los 12 puntos: el porcentaje de puestos de trabajo con alto riesgo de automatización roza el 27% en Murcia y es del 15% en Castilla-La Mancha.

La automatización, asegura el autor del informe, David Bartolini, no es un proceso aislado. Está muy relacionado con las crecientes diferencias socioeconómicas y del mercado laboral entre las regiones. El estudio insiste en que las autoridades deben basar su respuesta a este desafío en la educación y la formación continua, y esta debe ir acompañada de planes a escala regional y local que ayuden a las empresas a crecer y aumentar la demanda de puestos de trabajo. “Tener un bajo riesgo de automatización no equivale necesariamente a un mejor desempeño: una región podría tener bajo riesgo porque la mayoría de los trabajos de alto riesgo ya se han perdido. Lo realmente importante es si se están creando nuevos puestos en ocupaciones con menos riesgo”, aclara Bartolini.

Murcia sale mal parada en el informe porque tiene una alta proporción de empleos “con un fuerte componente rutinario en cuanto a las tareas que desarrollan”, explica Manuel Alejandro Hidalgo, profesor de la Universidad Pablo de Olavide y autor de El empleo del futuro: Un análisis del impacto de las nuevas tecnologías en el mercado laboral. “Para Murcia, estaríamos hablando de peones de la construcción y transportistas. Esta segunda, por la estructura y especialización productiva de la región, puede suponer un porcentaje relativamente elevado de su población empleada”, añade. En el ejemplo opuesto de Castilla-La Mancha, destacan puestos como el de profesor o encargado. “Se suele decir que estas son ocupaciones con bajo riesgo de automatización”, sostiene Hidalgo.

Una brecha en aumento

“La distancia entre dos regiones se debe a múltiples factores: desde el efecto neto de destrucción y creación de empleo en los últimos años, que no ha afectado por igual a todas, a las características del empleo que se ha generado en ellas”, apunta Borja González del Regueral, vicedecano del IE Business School. Por ejemplo, el empleo “en el sector servicios de alto valor añadido, que requiere a profesionales con estudios universitarios, frente a los sectores primario y secundario que requieren mano de obra no cualificada con procesos más manuales y repetitivos, más susceptibles de ser automatizados”, añade. Y señala que la disparidad entre regiones que muestra el informe para España puede explicarse también por el distinto grado de incorporación en las empresas de nuevas tecnologías, de su acceso a mercados internacionales y de la distinta capacidad para atraer talento.

¿Qué puede pasar si no se corrigen estas disparidades? Que la brecha puede incrementarse en el futuro, contesta González del Regueral. Si los trabajadores no pueden adecuarse a los nuevos requisitos, crece el desempleo y con él las desigualdades entre territorios. Este experto apunta también a un “efecto arrastre”: las regiones con mayores dificultades no serían capaces de atraer el talento necesario para regenerarse, lo que “podría traer consigo un efecto despoblación, por un lado, y masificación de las zonas más avanzadas”, señala. Y aún habría una tercera consecuencia: la “sectorización económica de las regiones”. Coexistirían en España regiones dedicadas a sectores de actividad de alto valor añadido con otras ocupadas en las de menor valor.

Para Hidalgo, reducir el riesgo en las regiones más afectadas, como Murcia, “es muy complicado, sobre todo a corto plazo. Los cambios tecnológicos son imparables y tienen mucha inercia”. En su opinión, la única posibilidad consiste en entender el riesgo y actuar. ¿Cómo? “Una de las políticas necesarias es la educación. Otra, fomentar una transformación del tejido productivo, lo que es harto difícil, aunque no imposible”, afirma. En resumen, la receta debería centrarse en fomentar la transformación digital e incentivar el desarrollo de compañías en sectores menos amenazados. En cualquier caso, concluye este economista, no serían cambios que puedan ocurrir de un día para otro, sino “políticas a muy largo plazo”.

Y como recuerda la OCDE, deberían tenerse en cuenta las particularidades laborales de cada región. El informe identifica enormes diferencias: en la zona oeste de Eslovaquia, por ejemplo, el porcentaje de empleos en riesgo es casi del 40%. En el otro extremo, Oslo, la capital de Noruega, apenas tiene un 4% de trabajos que corren el riesgo de robotizarse.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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