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Europa se prepara para el segundo asalto

El próximo 15 de octubre la Comisión tendrá sobre la mesa las cuentas de los Estados miembros y calibrará la magnitud del desafío italiano

Lluís Pellicer
El vicepresidente italiano, Luigi Di Maio, participa en una sesión de control en el Senado.  
El vicepresidente italiano, Luigi Di Maio, participa en una sesión de control en el Senado.  EFE (M. Brambatti)

Bruselas tiene otra fecha en rojo en su ya intrincado calendario: el 15 de octubre. Ese día la Comisión Europea tendrá en sus manos los borradores de las cuentas de sus países miembros y podrá calibrar por fin con exactitud la magnitud del desafío que le ha lanzado el Gobierno de Italia. Su ministro de Finanzas, Giovanni Tria, ya afrontó el primer examen parcial esta semana en el Eurogrupo. Y lo suspendió de largo. Sus 18 socios de la zona euro cerraron filas con el Ejecutivo comunitario, que rechaza unos presupuestos expansivos que pongan en riesgo a la tercera economía de la moneda única y den pie al mínimo atisbo de contagio o inestabilidad. La Comisión, sin embargo, sabe que necesitará toda la finezza de la que ha carecido el Gobierno italiano para afrontar el envite sin alimentar más el populismo a las puertas de unos comicios europeos.

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Las explicaciones de Tria sobre la manovra italiana no han convencido a la Comisión Europea. La receta de más gastos y menos impuestos da como resultado un desfase en sus cuentas que triplica el que se había previsto para 2019. Los números no cuadran por ningún lado. Italia, que está en el brazo preventivo, debería presentar un borrador que contemplara un ajuste estructural equivalente al 0,6% de su producto interior bruto (PIB), lo cual implicaría un objetivo de déficit nominal del 1,1%. Bruselas incluso podría aceptar la meta del 1,6% que proponía Tria, que todavía dejaría a Italia dentro de las enrevesadas normas comunitarias por los pelos. Sin embargo, con un déficit del 2,4% la Comisión se plantea un escenario hasta ahora inédito: devolver las cuentas a Roma.

Hay otra casilla del Excel que también ha encendido las alarmas en Bruselas. En un momento de moderación del crecimiento, Italia eleva sus previsiones en medio punto. Hablando en plata: si no logra alcanzar esa expansión económica, el déficit puede desmadrarse y la deuda seguir amontonándose. El riesgo es demasiado elevado para hacer la vista gorda. “Si todo el mundo lo hiciera, supondría el fin del euro”, acertó a resumir el presidente de la Comisión, Jean-Paul Juncker. Y de ahí la unanimidad de todos los países miembros del Eurogrupo: “Las reglas son iguales para todos y deben cumplirse”. “La posición del Gobierno italiano pone en cuestión el consenso en política fiscal en la zona euro y supone una confrontación con sus reglas”, sostiene el director del think tank Bruegel, Guntram Wolff.

Dos salidas

Antes de que las cuentas lleguen a Bruselas, la Comisión confía en dos salidas. La primera pasa por que las presiones internas —del presidente Sergio Mattarella o de los agentes sociales— surtan algún efecto en el Gobierno de coalición del M5S y la Liga. La segunda, que sean los mercados quienes hagan recular al Ejecutivo de Conte. La prima de riesgo del país ya escaló a comienzos de semana hasta los niveles más elevados de los últimos tres años. “Cualquier medida fiscal que saque a Italia del camino de la sostenibilidad y cualquier mensaje de confrontación asusta a los mercados”, sostiene el economista jefe para la Eurozona de Oxford Economics Ángel Talavera.

Dejar a Italia a merced de los inversores, no obstante, entraña riesgos. El propio Juncker agitó el fantasma de la crisis griega, que es también el del efecto contagio casi inmediato a los países más vulnerables de la zona euro. Ese temor, señalan fuentes comunitarias, explica que los halcones se abstuvieran de hacer grandes aspavientos en el último Eurogrupo y se limitaran a mostrarse estrictos. Y que Italia se quedara sola. Lo expresó la ministra Nadia Calviño cuando dijo que no percibió ninguna grieta entre el norte y el sur. “Hasta ahora no hemos visto demasiados efectos en otros países, pero no debemos caer en la ilusión de que una crisis en Italia no afectaría al resto de la zona euro”, indica Wolff.

El euro todavía cojea: le falta una unión bancaria completa, un fondo de garantía de depósitos o un presupuesto para hacer frente a las crisis. Pero Wolff apunta a que el edificio que de momento ha podido levantarse hace que sus países estén mejor protegidos. Tampoco España, Portugal ni siquiera Grecia se hallan en la misma situación que hace un lustro. “No hay razón para el contagio porque el problema claramente no obedece a la construcción de la zona euro, sino a malas elecciones políticas en Italia”, zanja Daniel Gros, director del Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS). Y aunque el Banco Central Europeo (BCE) empieza a replegar velas en su plan de expansión monetaria, lo hará de forma muy paulatina.

De momento, pintan bastos para que Italia dé marcha atrás. Al menos a tenor de las provocaciones, desdenes e incluso insultos que llegan desde Roma. Y Bruselas no quiere permitirse más riesgos ni sentar precedentes. Desde la recepción de las cuentas, la Comisión tendrá un mes y medio para dar su veredicto. Ese tiempo se reduce a dos semanas si decide devolverlas y pedir otras que se ajusten al Pacto de Estabilidad y Crecimiento en tres semanas. Si el Gobierno de Conte rechaza hacerlo, Bruselas deberá estudiar si vuelve a meter a Italia en el brazo correctivo. Y una eventual negativa sería tenida en cuenta como agravante para tomar esa decisión. Bruselas nunca ha retornado un proyecto de presupuestos. Todo es terreno desconocido para la zona euro. Y en vísperas de una batalla electoral de las familias tradicionales contra los populismos, se antoja pantanoso.

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Sobre la firma

Lluís Pellicer
Es jefe de sección de Nacional de EL PAÍS. Antes fue jefe de Economía, corresponsal en Bruselas y redactor en Barcelona. Ha cubierto la crisis inmobiliaria de 2008, las reuniones del BCE y las cumbres del FMI. Licenciado en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona, ha cursado el programa de desarrollo directivo de IESE.

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