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Tecnología para cultivar una mejor reputación

A la espera de la fusión con Bayer, Monsanto se refuerza en la agricultura de precisión

Thiago Ferrer Morini
Andy Sacks (Getty)

Monsanto está esperando una respuesta. La Comisión Europea debe decidir antes del final de este trimestre (la fecha prevista es el 4 de abril) si autoriza la compra de la compañía por parte del gigante químico alemán Bayer, una operación de 56.000 millones de euros para crear un gigante global de la agricultura. Mientras tanto, silencio. "Son ellos [Bayer] los que están al mando de la transacción", explica la directora general para Europa, África y Oriente Próximo de la compañía, Letícia Gonçalves (São Paulo, 1974), antes de reiterar el argumento institucional para la fusión. "Somos dos empresas complementarias; nosotros en América, Bayer en Europa y Asia, estamos enfocados en semillas y biotecnología y la fortaleza de Bayer son químicos". En todo caso, el grupo alemán quiere que la operación salga adelante, y para ello ha anunciado esta misma semana la venta de su propio negocio de semillas a la también alemana BASF.

El nuevo grupo que salga de la operación tiene un desafío: el mercado de los productos alimenticios es, posiblemente, el más sensible a los problemas de reputación, y la reputación de Monsanto —justificadamente o no— está lejos de ser idónea. "Cuando dejamos de ser una empresa química y pasamos al mercado de biotecnología y semillas subestimamos el impacto de vender organismos vivos a la hora de convertirse en el blanco de los activistas de las reputaciones corporativas", reconoce la directora general para Europa. "No invertimos en ese cambio de identidad".

Dos batallas

Dos han sido las principales batallas de diversos movimientos sociales contra el grupo estado­unidense: primero, por el uso de organismos genéticamente modificados en la agricultura (el único OGM que puede ser cultivado en la UE es la variedad de maíz MON 810, comercializada por Monsanto y cuya licencia está pendiente de reautorización); segundo, la batalla por la aprobación y posterior confirmación del uso del pesticida glifosato. En este último caso, el grupo empresarial obtuvo una victoria el pasado mes de noviembre, cuando el Consejo Europeo dio el visto bueno a su renovación por cinco años.

Pero la firma no las tiene todas consigo. El presidente francés, Emmanuel Macron, ya ha dicho públicamente que quiere prohibir el glifosato en tres años, y la salida de Reino Unido de la Unión Europea implica, aparte de las consecuencias económicas, la pérdida de un importante aliado. "Es lo que menos nos gusta del Brexit", afirma Gonçalves. "Reino Unido es uno de los países más favorables a la innovación agrícola y a la toma de decisiones basadas en factores científicos. Europa está enfocándose demasiado en sí misma, no está prestando atención a las tendencias del comercio y está perdiendo el margen global que le permitiría atraer inversiones como continente".

Gonçalves lamenta el foco de los críticos de la empresa en los transgénicos "cuando ni siquiera es nuestro negocio principal en Europa". "Nadie puede cuestionar nuestra misión de producir más comida y de mayor calidad", defiende. Pero la imagen no es el único desafío que tiene la compañía en la región. En 2017, la Unión Europea puso fin a su último mercado regulado con cuotas, el del azúcar. Es un símbolo de un mercado agrícola regado con dinero público con el fin de contener la producción. También la demanda de los consumidores, que ya exigen una calidad adecuada además de un precio razonable, está moviendo a los productores europeos en otras direcciones.

Para la directora general para el continente, el efecto de este cambio no es relevante para su negocio. "Nuestro principal cultivo en Europa son maíz y colza para aceite", explica. "Son cultivos que están mucho más conectados a la oferta y demanda que a los factores locales". Además, Rusia y Ucrania, dos de los mayores productores agrícolas del continente, llevan años inmersos en un conflicto actualmente larvado. "No nos afecta la situación geopolítica: la volatilidad económica, sí", afirma Gonçalves, aunque reconoce: "Cuando desarrollamos productos tenemos que pensar en el mercado global, así que el aspecto geopolítico nos afecta bastante. Es por eso que estamos trabajando con los actores dentro de la industria para encontrar soluciones posibles".

Por ahora, lo está consiguiendo. En 2017, el mercado europeo fue el de más rápido crecimiento para la compañía después de Brasil: un 20% más en la facturación, para cerrar el ejercicio en 1.841 millones de dólares.

La varita mágica con la que la empresa pretende reposicionarse en el mercado y restaurar su imagen es la agricultura tecnificada. "No hay que descuidar la cantidad, porque la población no va a dejar de crecer, y con ella, la demanda", considera Gonçalves. "Pero, además de calidad, es necesaria la optimización de los recursos naturales: agua, suelo, energía. Todo esto se logra no solo a través de fertilizantes y pesticidas, sino con agricultura de precisión hasta lograr soluciones integradas que permitan sacarle el máximo partido posible a cada metro cuadrado de suelo y a cada gota de agua".

Eso también permite a la firma ampliar su mercado. "Los grandes agricultores son los más tecnificados", reconoce Gonçalves, "pero también estamos viendo en España propietarios de pequeñas explotaciones de maíz, de cinco o siete hectáreas, interesados en estas tecnologías. Y ellos, si cabe, pueden salir ganando mucho más proporcionalmente, porque sus instalaciones están muy poco tecnificadas".

¿Pero eso tiene un efecto en los costes para el agricultor? "No necesariamente", señala. "Tiene que ver con más factores relativos a la gestión. Tenemos un programa en el que, sin coste adicional, el agricultor pueda ver qué tipo de suelo ocupan sus cultivos, qué clase de producto le crece mejor". Y apunta: "El mayor cambio en la agricultura de precisión no es el coste: es que los agricultores crean en que lo que le aporten los datos es más fiable que sus propias percepciones o instintos". Es por eso que en el grupo, señala, "abren el camino y dan ejemplo a sus colegas".

¿Una empresa tan grande como la que saldría de la fusión entre Bayer y Monsanto no impediría la innovación asfixiando al ecosistema de startups, como han afirmado algunos de sus detractores? "Solo en Europa, que nosotros tengamos visto, hay más de 200 empresas en el área de ciencia digital agrícola. Y en muchos casos les ayudamos con investigaciones a establecer su negocio", apunta Gonçalves. "Hemos hecho tres adquisiciones en área digital; creo que eso está lejos de intentar dominar el mercado".

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Sobre la firma

Thiago Ferrer Morini
(São Paulo, 1981) Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad Complutense de Madrid. En EL PAÍS desde 2012.

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