China manipula su moneda, pero no de la forma que Trump piensa
El presidente estadounidense asegura que el gigante asiático mantiene el yuan devaluado para ganar competitividad, pero hace justo lo contrario
Donald Trump ha repetido en varias ocasiones que China manipula su moneda, el yuan, para obtener una ventaja comercial frente a los productores estadounidenses. Si bien en lo primero tiene razón, va errado en lo segundo: al menos durante los últimos dos años y medio, las autoridades han intervenido para sostener el valor de su moneda frente al dólar, no para provocar su depreciación.
El yuan chino no fluctúa libremente en los mercados de divisas como sí lo hacen, por ejemplo, el euro o el dólar. Las autoridades intervienen de forma regular comprando o vendiendo moneda extranjera para que el valor del yuan se mantenga más o menos invariable respecto a una cesta de divisas. El Banco Central fija cada día una tasa media de referencia frente al billete verde y, desde esta cifra, su cotización solamente puede subir o bajar un máximo del 2% diario.
La divisa china estuvo hasta el año 2005 intercambiándose a una tasa fija con el dólar impuesta de forma unilateral por Pekín que no se correspondía con el comportamiento de una economía en expansión meteórica y con una balanza comercial muy favorable. Pero desde entonces empezó un proceso de liberalización con el compromiso (aun no materializado) de que la moneda sería plenamente convertible. Del año 2005 al 2014, el yuan chino se apreció de forma paulatina casi un 30% frente al dólar.
"La creencia extendida de que el yuan está infravalorado es falsa", asegura Song Hong, economista de la Academia China de Ciencias Sociales. Todos los analistas consultados por este periódico -chinos y extranjeros- coinciden en remarcar lo mismo: lo estuvo en el pasado, pero no actualmente.
Las tornas cambiaron a partir de 2014, cuando se evidenció que los años de crecimiento anual a doble dígito en China eran historia. El país vio cómo por primera vez dejaba de ser un lugar idílico para los inversores, que empezaron a buscar otros sitios más atractivos en los que poner su dinero. El fenómeno se agudizó en 2015, coincidiendo con la incertidumbre que dejó el batacazo bursátil. Desde entonces el yuan se ha depreciado un 10% frente al dólar.
Las autoridades decidieron combatir esta pérdida del valor con sus reservas de divisas, mediante la venta masiva de dólares y la compra de moneda local para impulsar su cotización. En este cometido se han gastado ya un billón de dólares, una cifra similar al tamaño de la economía española. La hucha china quedó por debajo del umbral de los 3 billones de dólares este enero, el menor nivel desde 2011. "Si no se hubiera intervenido, el yuan habría caído mucho más, quizás hasta un 25%", asegura Hu Xingdou, profesor de Economía del Instituto de Tecnología de Pekín.
Pero si una moneda débil beneficia las exportaciones, ¿por qué Pekín se empeña en tratar de minimizar su caída? La primera razón es la estabilidad: cuando en agosto de 2015 las autoridades decidieron por sorpresa devaluar su divisa, el pánico se apoderó de los mercados financieros. "China busca que el yuan sea una moneda internacional, y eso requiere estabilidad. Las fluctuaciones muy pronunciadas dañarían la imagen de Pekín en todo el mundo", dice Hu.
La segunda razón -conectada con la primera- son las fugas de capitales. La incertidumbre que rodea la transición de modelo económico en China provoca salidas de dinero del país que se acrecientan con la pérdida de valor del yuan. A pesar de los controles de las autoridades, en 2016 salieron del país 838.000 millones de euros, según cálculos de Natixis. Y este fenómeno no solamente se debe a factores internos, sino también al alza del dólar, impulsado por las mejores perspectivas económicas en Estados Unidos y por algunas de las medidas anunciadas, precisamente, por Donald Trump. Un yuan fuerte, además, abarata las importaciones y facilita la transición hacia un modelo económico con más protagonismo del consumo interno.
El presidente de Estados Unidos no ha cumplido su promesa de calificar oficialmente a China "desde el día uno" como manipulador de divisas. De hecho, según el Wall Street Journal, la nueva administración en Washington está buscando una fórmula según la cual considerará la manipulación de monedas como "un subsidio injusto" cuando se emplee por cualquier país, en lugar de señalar directamente a Pekín. "Aparentemente el presidente ha hecho caso a sus asesores", deduce Hu. Aunque no del todo: en una entrevista a Reuters este jueves, Trump volvía a la carga: "son los grandes campeones de la manipulación de monedas. Veremos qué ocurre".
China, ante un equilibrio imposible
China lidia con lo que los economistas definen como la "trinidad imposible", es decir, lograr tres políticas deseables pero que no son posibles de mantener a la vez: una política monetaria independiente, un tipo de cambio fijo y la libre circulación de capitales.
La mayoría de grandes economías escogen tener una política monetaria soberana y dejar que los capitales circulen libremente, con lo que ceden el valor de sus divisas a los mercados. Este escenario es adonde también quiere llegar China en última instancia, pero actualmente Pekín no está dispuesto a dejar de intervenir sobre la cotización de su moneda.
Si China quiere controlar el yuan y a su vez no restablecer controles totales al capital, tendría que renunciar a la actual política monetaria expansiva -clave para sostener el crecimiento económico del país-, algo que se antoja imposible. Otra posibilidad sería cerrar totalmente sus fronteras al dinero, pero un movimiento así minaría enormemente la confianza de los inversores extranjeros, ha sido descartado por las autoridades y difícilmente podría cumplirse a rajatabla.
China emplea actualmente una mezcla de los tres vértices de este triángulo imposible y lo paga caro con la reducción de sus reservas de divisas. Un fuerte rebote de la economía que frenara las salidas de capital solucionaría el rompecabezas, pero esto difícilmente sucederá. La situación actual, advierten los economistas, no es sostenible a largo plazo y Pekín tendrá que decidir a qué renuncia.
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