Un cobijo estético
La proliferación de la copia espuria disuade con frecuencia al comprador de arte y encarece las operaciones
Para el mercado del arte no suele haber crisis profundas ni periodos de auge extraordinario, aunque, como es lógico, está sujeto a oscilaciones. Los números dicen que ahora no está en su mejor momento; el volumen total del mercado descendió el 7% en 20115 y los expertos aseguran que las compras por encima de los 100 millones de dólares son una excepción y no la norma vigente en tiempos de prosperidad económica. Pero es que las dificultades del arte se manifiestan no sólo en las estadísticas finales, sino en la evolución de la rentabilidad de las casas de subasta o de los expósitos. Y esta rentabilidad está descendiendo. Para comprobar esta caída basta comprobar que los marchantes y los subastadores están recortando las cuantías de los precios garantizados a los artistas y elevando la comisión que aplican a los compradores. Igual que en el negocio bancario, cuando el negocio principal se resiente se ajustan los costes y los ingresos de las operaciones, porque su importancia en los resultados finales de estos ajustes es algo más que marginal.
El arte funciona como un valor refugio, aunque un tanto sui generis. Existe, de entrada, un impulso a la ostentación (compro arte porque puedo, para exhibirlo a personas que no pueden adquirirlo), pero es una actitud que tiende a disminuir. El elemento que se sostiene como explicación fundamental es esl estético. Un inversor puede colocar su dinero en oro y para ello sólo necesita conocer su precio y, quizá, las expectativas de revalorización. Quien compra pintura, escultura o cualquier otra manifestación artística muestra de entrada una predisposición a disfrutar estéticamente de aquello que puede serle rentable; y quizá no quiera desprenderse de la pieza en el futuro por más revalorización que experimente. En casi todos los sentidos, el arte es una inversión a muy largo plazo. En algunas ocasiones, para toda una vida. Por esa razón, la inversión en arte exige un conocimiento especializado en una materia que no está estrictamente relacionada con parámetros económicos, aunque no los descarte. Requiere gusto por la manifestación artística que se compra, apreciación de su calidad más allá del precio, olfato si acaso para no adquirir obras malas y mucho cuidado para evitar las falsificaciones.
Y es aquí donde el mercado encuentra un obstáculo irremisible: el fraude. La proliferación de la copia espuria disuade con frecuencia al comprador y encarece siempre las transacciones, puesto que es obligado garantizar la originalidad de lo adquirido. La única ventaja, más aparente que real, radica en que a veces se fomenta un mercado de la falsificación (mercado negro del arte, por así decirlo). Pero no es un consuelo. En general, el aumento de las falsificaciones implica mayores costos de seguros y reaseguros y las sociedades intermediarias pierden margen de negocio.
Precisamente porque el mercado del arte se presenta como un valor refugio muy sui generis, su utilidad como medida indirecta de la prosperidad o de la crisis es muy relativa. En el ámbito económico la seguridad no existe; es mejor calcular en términos de probabilidad. Lo más probable es que el mercado del arte se mantenga en estadísticas similares a las actuales. No hay evidencia de que el aumento del número de millonarios (un factor asociado a la prosperidad de los intermediarios artísticos) vaya a influir de forma decisiva en el mercado, porque, como ya se ha dicho, no basta con tener dinero; se requiere afición. Así que lo que se trata de dilucidar es si ese gusto artístico se mantiene (supuesto que se mantenga el diferencial presente con otras inversiones refugio y si las empresas serán apaces de adaptarse a un mercado suavemente descendente.
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