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La ‘pax europea’: inversiones por estabilidad

El Banco Europeo de Inversiones refuerza su papel fuera de Europa para frenar la inmigración

Álvaro Sánchez
Unos niños juegan junto a un campo de fútbol financiado por el Banco Europeo de Inversiones en Túnez.
Unos niños juegan junto a un campo de fútbol financiado por el Banco Europeo de Inversiones en Túnez.Álvaro Sánchez

En un barrio de la periferia de Túnez, un grupo de niños se arremolina junto a la cancha de fútbol aprovechando una festividad escolar. Mientras en el terreno de juego corre el balón, a unos metros otros menores juegan a las canicas o lanzan monedas tratando de acertar en el pequeño agujero excavado en la tierra. A veces levantan la mirada para observar con extrañeza a los visitantes, un grupo de periodistas invitados por el Banco Europeo de Inversiones (BEI) para conocer los proyectos financiados por la entidad de primera mano, entre ellos el verde campo de fútbol que se alza entre parcelas de frutas y verduras que dan empleo ocasional a los habitantes de este deprimido suburbio de la capital tunecina.

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El largo brazo de Bruselas se extiende, cada vez más, fuera de las fronteras de la Unión Europea con el BEI como una de las grandes herramientas de la política exterior comunitaria. Con la crisis de refugiados apaciguada pero no resuelta, latente como tantos otros frentes que Europa no logra cerrar —Grecia, estancamiento económico, Brexit—, el BEI ha asumido el papel de firmar el cheque para frenar los flujos de personas hacia las costas europeas apoyando procesos políticos como la transición tunecina iniciada con la primavera árabe. El banco selló más del 10% de sus préstamos del año pasado más allá de los límites de los Veintiocho: casi 8.000 millones de euros que viajaron a terceros países, y la exposición a Estados vecinos de interés estratégico para Bruselas y candidatos a formar parte un día de la UE asciende a casi 40.000 millones de euros.

Turquía abarca casi la mitad de esos fondos. Es el país extracomunitario con más proyectos financiados por el BEI, más incluso que muchos países europeos, por lo que preocupa el aumento de la tensión entre Ankara y Bruselas en torno a la crisis migratoria, que amenaza con nuevos episodios del largo drama vivido por los refugiados en el Mediterráneo. A ello se suman las fricciones por la falta de respeto a los derechos humanos del Gobierno del presidente Erdogan y el cada vez mayor rechazo entre los socios del club comunitario a su candidatura a ingresar en la UE. "El BEI sigue de cerca los acontecimientos de Turquía. Continúa su actividad en el país y evalúa proyectos de acuerdo a sus prioridades y criterios de funcionamiento", afirma huyendo de polémicas un responsable de la institución. La prudencia, en medio de un ambiente enrarecido, es prácticamente obligatoria cuando el riesgo económico que asume Europa en el país es tan elevado.

La intención es aumentar la proyección exterior del banco con más dinero, girando ligeramente el timón desde la inversión hacia el desarrollo, tarea para la que no todos creen que esté preparado. "El BEI carece del enfoque centrado en el ser humano que se requiere para poner en marcha proyectos humanitarios y de desarrollo, especialmente cuando se hace a través de inversiones del sector privado", afirma Ana-Maria Seman, coautora de un informe crítico con su expansión exterior para las ONG's Counter Balance y CEE Bankwatch. La entidad, sin embargo, presume de ser la que cuenta entre su plantilla con mayor número de ingenieros, lo que estiman una ventaja para elegir con garantías los proyectos a financiar.

Desde la llegada de Juncker a la presidencia de la Comisión, el mensaje ha sido que en los despachos no solo se sientan un conjunto de funcionarios brillantes, sino personas con visión política. El BEI, participado por los Veintiocho estados miembros, venía siendo hasta ahora un impulsor de proyectos empresariales dentro de las fronteras europeas, pero tal y como reconocen sus dirigentes, la crisis de refugiados ha cambiado la mentalidad y su papel ha escapado de ese estrecho margen. "El BEI, como banco de la UE, está intensificando su contribución para reforzar la estabilidad económica en los países más gravemente afectados por las actuales crisis migratoria y de refugiados y ayudar a combatir las causas profundas de la migración", señala a EL PAÍS el presidente del banco, Werner Hoyer.

Túnez se ha convertido en un símbolo del modo en que la entidad trata de impulsar los objetivos exteriores de Europa. Su estabilidad tras la caída del dictador Ben Ali está amenazada por coletazos de terrorismo yihadista que han golpeado con fuerza el antaño pujante negocio turístico en medio de un entorno hostil, con el régimen autocrático de Argelia al oeste y la fallida Libia post-Gadafi al este. El país recibió el pasado año del BEI casi tanta inversión como Marruecos —que triplica su población—- y casi diez veces más que su vecina Argelia, aún más poblada. El dinero que llega de Europa supone casi el 10% del PIB tunecino y la cantidad seguirá creciendo: en la reciente conferencia de inversores celebrada en la capital, el BEI fue el organismo internacional que anunció un mayor desembolso.

Mientras el dinero fluye, Europa prepara sus fronteras para lo peor. La Comisión Europea anunció este miércoles que una fuerza de 1.500 guardacostas está ya operativa para intervenir en diez días en caso de que un país se enfrente a una presión migratoria desproporcionada. Policía de fronteras e inversiones. El palo y la zanahoria. Entre tanto, junto al campo de fútbol de Túnez, Europa observa si las canicas encajan en el hoyo o siguen de largo hacia el Norte.

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Sobre la firma

Álvaro Sánchez
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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