Vacuna
Un seguro de desempleo europeo es hoy impensable, pero es factible uno complementario al 50%
La pretensión es evitar que se repita una catástrofe como la de Grecia desde 2010. Para ello hay que sofisticar, ampliar y automatizar los mecanismos creados (fondo de rescate, nueva política monetaria, unión bancaria...). El concepto clave de la vacuna es el automatismo, sortear la tortura de tener que dedicar quince cumbres al mismo problema y, aún así, resolverlo a medias.
El destino final del viaje es una completa unión fiscal: Hacienda común; con ministro europeo; con recursos propios; con una mínima armonización de los impuestos de sus socios; con un presupuesto digno de tal nombre; con un Tesoro potente y su agencia de deuda emisora de eurobonos.
Bien, ese es el sueño final y hasta alcanzarlo habrá pesadillas en cada recodo. Pues se edifica como un Lego, con piezas encajables y sostenibles. O como un castell catalán, la torre humana siempre inestable hasta que la corona el joven enxaneta.
La pieza clave de esa unión fiscal es un presupuesto de tamaño suficiente (se llama federal). El antiguo Informe McDougall, de 1977, postulaba tres fases: del 2 al 2,5% del PIB europeo en la primera (despegue prefederal); del 5% al 7% en la segunda (absorción de perturbaciones económicas, convergencia de rentas); y hasta el 25% para equiparar la UE a EE UU. Ahora estamos en el 1%, y esa utopía queda lejos en la actual era de nacionalismos rampantes.
En realidad, hay cuatro opciones presupuestarias posibles, y acumulables. La evocada aquí arriba es la más global (Eurozone budget, 3 functions, 3 instruments, Eulalia Rubio, Institut Jacques Delors, 2012).
Y a su lado figuran en la literatura académica una estrategia inversora (a la que apunta el Plan Juncker); un fondo de emergencia o rainy day fund o fondo de transferencias estabilizador (La creación de mecanismos de estabilización, Antoni Castells, EuropeG, septiembre 2015); y un seguro de desempleo a nivel europeo.
El Parlamento —y el informe de los cuatro presidentes en tiempo de Van Rompuy (Towards a genuine economic and monetary union, 2012)— se inclina por esta última.
Tiene sentido porque las áreas monetarias subóptimas necesitan, para afrontar shocks asimétricos (los que golpean solo a algunos socios) instrumentos compensadores, la libre movilidad de trabajadores o la flexibilidad de precios y salarios, como determinó el genial padrino norteamericano del euro, Robert Mundell, creador del concepto de área monetaria óptima.
Un seguro de desempleo europeo como tal, completo, esa solución calificada como de big bang, es hoy impensable. Pero es pensable un seguro complementario o un reaseguro. Completaría el subsidio a los parados en un Estado miembro atacado de fiebre internacional para aliviarlo en ese coste (al 50%, por ejemplo), y se nutriría de fondos como los del Mecanismo de estabilización o fondo de rescate permanente (Mede), incluso de cotizaciones sociales europeas (Une assurance-chômage européenne, Agnès Bénassy Quéré/Alice Keogh, Conseil d'Analyse Économique, 2015).
O sea, un primer lego, pero potente.
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