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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Claves para el cambio

Centennials o milennials se encontrarán con un mercalo laboral inhóspito en las economías periféricas

Ahora que le han dado el Nobel de Literatura a Bob Dylan es el momento de recordar que la afirmación “Los tiempos están cambiando” conduce a ninguna parte. O peor, provoca confusión. Los tiempos están cambiando todos los días, todas las horas, todos los minutos y todos los segundos; cosa bien distinta es que ese cambio permanente sea disruptivo y en algunos momentos aparezca una convulsión; o que ese discurrir continuo se perciba en unos momentos más que en otros. Si la tautología de Dylan se refería únicamente en percepciones, aceptado. Pero conste que los cambios más importantes escapan a veces a la percepción, incluso para el observador avisado y el especialista en evoluciones. Todavía hay economistas que no han percibido la irrupción de la economía keynesiana, hasta el punto que siguen actuando desde sus cargos públicos como si una reducción de salarios fuera la solución para aumentar el empleo; y otros, creyentes en Keynes, que no aceptan el tránsito hacia una nueva realidad no mensurable con los criterios del ilustre autor de la Teoría General. Desde el punto de vista contrario abundan los análisis hipersensibles, casi neurasténicos, que se complacen en magnificar cada angstrom de evolución como su fuera un tránsito brusco del neolítico a la sociedad digital. No es eso; como decía la segunda leyenda inscrita en el pórtico de Delfos, Nada en exceso.

La tipificación de millennials (individuos que ahora tienen entre 19 y 35 años) y centennials (menos de 18 años hoy) como las generaciones en cuyas manos está el futuro es una generalización formal tan sublimada como un cliché publicitario. De hecho, las etiquetas generacionales deben responder mayoritariamente a clasificaciones elaboradas por departamentos de marketing en función de las variaciones en los hábitos de consumo de los segmentos de la población por edad. Las variables decisivas en esta evolución continua no son las características tipológicas atribuidas a cada generación (tan arbitrarias o hipertrofiadas como las que se imputan a las razas o a los habitantes de una región), sino las tradicionales: inserción de las nuevas generaciones en el mercado laboral, condiciones de trabajo y capacidad social (en la cual es decisiva la acción de la empresa) para ofrecer cauces a la innovación técnica y profesional. Las etiquetas epigramáticas distraen la atención.

Si se atiende a lo fundamental, la crisis financiera mundial de 2007 y la recesión profunda asociada permiten percibir dos tendencias económicas fundamentales. La primera es que, a diferencia de lo que ha sucedido en otros ciclos, la salida de la recesión no se ha producido mediante una recuperación sostenida y creciente de las tasas de crecimiento, sino mediante una fase generalizada en todas las áreas monetarias (la mejor parada es la del dólar) de crecimiento pobre, con tasas en algunos casos próximas al estancamiento. En el caso de España, quizá seamos víctimas de una ilusión óptica: puesto que es la economía que más se hundió durante la depresión postcrisis, parece lógico que sea la que crezca más rápidamente hasta alcanzar los niveles similares a 2007; pero lo más probable es que llegados a ese punto, las tasas de crecimiento sean tan escuálidas como las del entorno.

Por lo tanto, la segunda tendencia detectable es que, sean cuales sean las causas de esta salida decepcionante de la crisis (lo más probable es que la principal haya que buscarla en las rentas salariales detenidas como si todavía estuviésemos en recesión) centennials o milennials se encontrarán con un mercalo laboral inhóspito en las economías periféricas (como España). La rotación generacional del empleo estable está siendo sustituida por el arrinconamiento del empleo estable y la sustitución por el empleo precario. Que ha llegado para quedarse.

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