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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Trumpismo

Falta que los socialistas europeos sigan a los demócratas en EE UU y levanten un proyecto ganador para el siglo XXI

José Carlos Díez
Trump, en un acto en Florida.
Trump, en un acto en Florida.Evan Vucci (AP)

El principal riesgo de la economía mundial se llama Donald Trump. Desde Europa causa estupor que un personaje tan pintoresco sea candidato a la presidencia de los EE UU. Pero Trump es el esperpento en el que ha terminado la revolución conservadora que lideró Ronald Reagan en los años ochenta.

En 1980, EE UU sufría una estanflación. Era una economía muy dependiente del petróleo y el precio del crudo se multiplicó por doce en pocos años. Aquello provocó elevada inflación y alto desempleo.

La ideología económica de Reagan entraba en una servilleta, Artur Laffer se la explicó en una comida en un restaurante. El enemigo es el Estado, el sector privado asume los costes de sus decisiones y siempre es más eficaz que un funcionario o un político. Por lo tanto, reduzcamos el Estado y el gasto público, bajemos los impuestos y llegaremos al país de nunca jamás. Reagan aumentó el gasto público, sobre todo militar, y su bajada de impuestos provocó un déficit público crónico. La estrategia neocon era “matar a la bestia de inanición”. Primero, dejar al Estado sin recursos, y después, desmantelar el Estado de bienestar.

En política internacional se impuso el Consenso de Washington. Unos principios supuestamente inocuos, pero el demonio estaba en los detalles. Aquella revolución forzó a los países a liberalizar sus balanzas de capitales y eliminar restricciones a la actividad bancaria y financiera. El resultado ha sido el mayor nivel de deuda global de la historia de la humanidad en términos de PIB, el récord histórico de desigualdad relativa dentro de los países y la mayor crisis económica mundial tras la quiebra de Lehman desde la Gran Depresión.

En 2008 el candidato republicano John McCain defendía la austeridad expansiva igual que Merkel o Rajoy. Por fortuna para el mundo, ganó Obama, que aprobó un plan de inversión pública de 700.000 millones de dólares (casi 500.000 millones de euros con el cambio medio de 2009) y con el apoyo de la Reserva Federal ha creado 10 millones de empleos y ha bajado la tasa de paro al 5%.

Además, ha reformado la sanidad pública para que millones de estadounidenses de renta baja accedan. Ha revertido las rebajas fiscales a las rentas altas. Ha subido el salario mínimo, ha obligado a pagar por las horas extras. Todo esto ha puesto las bases para corregir la extrema desigualdad. También ha corregido la perdida de legitimidad de EE UU tras la guerra unilateral en Irak. Obama apoya el libre comercio y ha puesto algo de orden en el caos de la inmigración y los indocumentados. Trump apela a la herencia de Reagan y pretende desmontar todos los avances de Obama.

Tras la conversión a la socialdemocracia de Pablo Iglesias y Albert Rivera, emociona ver a los líderes del PP español y europeo deseando que Hilary Clinton gane las elecciones. Ya solo falta que los socialistas españoles y europeos sigan el ejemplo de los demócratas en EE UU y consigan un proyecto ganador adaptado al siglo XXI. Por desgracia, muchos siguen añorando el mundo de los años ochenta, donde no había móviles y en Berlín un muro separaba el Este del Oeste.

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