La vida entre dos referendos
Si la UE prosigue con la austeridad, tomarán forma nuevos intentos para salir del club
Ha transcurrido casi un año natural desde el referéndum en el que los griegos dijeron “no” a las exigencias de la troika (5 de julio de 2015) y el que ha sacado al Reino Unido de la Unión Europea (23 de junio de 2016). En este periodo se ha profundizado el desencanto sobre el proyecto europeo. Esta desafección se resume en la incapacidad de la UE de poner en marcha un mecanismo que proteja a los perdedores de sus políticas de austeridad. La gente percibe que Europa ha dejado de ser un juego de suma positiva y ha devenido en un juego de suma cero, en el que lo que ganan unos lo pierden los otros.
300.000 millones de euros de planes de rescate después Grecia no levanta cabeza. En este periodo no han cambiado sustancialmente sus cifras macroeconómicas, el paro y el empobrecimiento de su población. Prosiguen las mismas tendencias. La diferencia ha sido más privatizaciones (entre ellas, El Pireo) y la firma del “pacto de la vergüenza” con Turquía, sobre los refugiados, que ha desplazado en parte las rutas de entrada en Europa hacia el Mediterráneo central y ha dejado en tierras helenas a miles de zombis que no pueden regresar a sus países ni saltar a otros países europeos.
“Ahora todos somos europeos. Los ingleses viajan a través de Europa continental y el Reino Unido es uno de los destinos turísticos favoritos a la vez que un imán para quienes buscan trabajo desde Polonia a Portugal”, escribía hace poco más de un lustro Tony Judt en su maravilloso libro póstumo El refugio de la memoria (Taurus). ¿Dejará de ser así después del Brexit y las negociaciones sobre el nuevo estatus de Gran Bretaña en el seno europeo?
Entre el referéndum griego y el británico no se ha encontrado ese pegamento del que habla Paul de Grauwe (La UE debe tomar partido por los perdedores de la globalización, ctxt.es): no existe un contrato social que sustituya y mejore al fundacional de la UE. Un contrato social es una combinación de acuerdos implícitos y explícitos que determinan lo que cada país y cada grupo contribuye al proyecto común y lo que recibe de él. El problema de la UE es que en vez de apoyar a aquellos que han salido tambaleándose de la crisis ha puesto en marcha políticas económicas que han dañado todavía más. No sorprende que los perdedores se subleven: si la UE continúa con la austeridad y las reformas estructurales las revueltas se extenderán y tomarán forma de intentos para salir de la Unión.
De ese contrato social debería formar parte hoy una ingente inversión pública —en porcentajes históricamente bajos— que solo se puede obtener cambiando el pacto fiscal que impone un equilibrio presupuestario estructural a los países del euro y en el que la inversión solo se puede financiar con los ingresos actuales. Raramente se ha impuesto una norma más destructiva para el crecimiento económico. El profesor de la London School of Economics redondea su argumento: se dice a menudo que permitir el crecimiento de la deuda pública dejará a nuestros hijos con una deuda insoportable, pero esta crítica confunde la deuda bruta y la deuda neta. Una vez que se llevan a cabo inversiones públicas emitiendo bonos del Estado, nuestros hijos heredan tanto activos productivos como bonos del Estado. Hoy el coste de emitir bonos es cercano a cero en muchos países europeos. Si los gobiernos consiguen invertir en activos productivos que tengan un rendimiento mayor de cero, nuestros hijos heredarán activos que tengan un rendimiento mayor del coste de la compra. Como resultado, su deuda neta se habrá reducido. “No entenderán por qué no aumentamos la inversión pública cuando comprar era tan barato”.
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