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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fases decisivas

Los nuevos ‘tigres’ tecnológicos tienen que evitar los errores que cometieron empresas convencionales

Aunque parezcan organismos procedentes del futuro, las empresas tecnológicas (asociadas a negocios digitales o que operan en la red) son eso, empresas, y como tales, están sujetas a las reglas de desarrollo capitalista. Si las corporaciones que deben innovar no lo hacen, lo más probable es que pierdan mercado; si no se esfuerzan en ampliar su clientela, acabarán por perderla; si se quedan quietas en su nicho de negocio, desaparecerán en un plazo comprendido entre una generación, si el deterioro es rápido, o dos si es más lento. Esta es una regla tan infalible como la de Pareto (siempre, y en cualquier universo económico, el 20% de los agentes acapara el 80% de la riqueza), aunque sea más difícil de cuantificar. Es argumento suficiente para esperar que empresas como Google, Alphabet, Facebook, Amazon, Microsoft o Apple tengan que acogerse a los mismos desarrollos corporativos que otras grandes empresas. Con la particularidad de que el momento para reinventar los negocios en el mercado de la tecnología es éste; bien entendido que momento, en el ámbito empresarial, no significa un segundo de reloj o un instante, sino un periodo de tiempo indeterminado nunca superior a un ejercicio contable.

En una economía capitalista (o de mercado), una empresa progresa en el orden corporativo (en el ámbito financiero es otro cantar) a través de varias fórmulas tasadas y bien estudiadas. Por ejemplo, a través del crecimiento de ventas en los mercado y de los ingresos asociados a esas ventas. Este modelo de progreso suele coincidir con la primera fase éxito de una compañía, y es muy acelerado y cuantioso en las llamadas empresas tecnológicas. Trasladan la novedad tecnológica a la demanda potencial y convencen a los clientes por el mero hecho de presentar la novedad anunciada. Los parámetros de calidad o seguridad del producto no suelen ser de interés preferente para las compañías y para los clientes en estas primeras fases. Ambas partes están abducidas por la fase maravilla del aparato o utensilio en cuestión.

Sin embargo, en fases posteriores el Microsoft o Apple de turno necesita actuar como una empresa: fidelizar clientes, ampliar mercados y asegurar ingresos. Y en esas están. Para impulsar el crecimiento, las empresas tecnológicas tiene que actuar con las herramientas disponibles: o apuestan por un crecimiento de la actividad (clientes, ventas, ingresos) o apuestan por compras (fusiones, adquisiciones) o apuestan por la diversificación. Por sus características corporativas y por razones fáciles de comprender, las tecnológicas suelen optar por las dos últimas opciones. Suelen disponer de abundantes recursos financieros, generados por márgenes elevados; la innovación que necesitan para crecer está repartida o puede proceder de iniciativas pequeñas y dispersas (sólo en la fase de innovación, porque después la compañía tienden a monopolizar todos y cada uno de los segmentos del negocio, véase el caso de los navegadores integrados) y, por lo tanto, es más fácil comprar; y, por último, es evidente que la diversificación (por ejemplo, un fabricante de móviles que decide expandir el negocio a los scooters , los drones o baterías solares) abre una ventana a nuevos ingresos optimizando la tecnología inicial de la compañía y explotando la base de clientes, que previamente ha sido aumentada por el método de ofrecer servicios públicos básicos y cobrar después los servicios especiales.

Los nuevos ‘tigres’ tecnológicos tienen que evitar los errores que cometieron empresas más convencionales aficionadas a las adquisiciones y a la diversificación. Primero, no morder más de lo que se puede tragar; segundo, que el negocio añadido o conexo no arrastre, por mala gestión o desconocimiento, al negocio principal.

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