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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Hasta dónde se puede ser solidario

Una Grecia en recesión puede convertirse en un gigantesco depósito de refugiados

Joaquín Estefanía

Cómo van a aplicar la solidaridad con los pobres y los desarraigados los ciudadanos de un país aceleradamente empobrecido e intervenido. Cómo reaccionará la gente, en el límite de sus dificultades económicas, cuando deambulan entre la misma miles de personas más desfavorecidas, más desarraigadas de los suyos y de su tierra, sin empleo ni posibilidades de tenerlo, sin protección social. Estos son los dilemas que se viven hoy en una Grecia que parece abandonada a su destino por los socios europeos. ¿Hasta dónde llega la solidaridad?

Las últimas noticias que llegan del país heleno siguen siendo espeluznantes. Tras un tercer rescate por valor de 86.000 millones de euros, Grecia ha vuelto a entrar en recesión y conserva intactas las principales macromagnitudes que la califican como el país del mundo peor tratado por la Gran Recesión: desaparición de una cuarta parte de su riqueza, desempleo de más del 26% (que se dobla en lo que se refiere a los jóvenes), deuda pública del 180% del PIB. Lo único que mejora es el déficit (que es menor que el español), la principal obsesión aprendida de Bruselas.

Otra cuestión es la soberbia intelectual de los economistas que han instrumentado las políticas de austeridad aplicadas en Grecia con un resultado tan catastrófico, que no han iniciado ni un leve asomo de autocrítica. Un médico, un arquitecto y un economista se ponen a debatir cuál de sus profesiones es la más antigua y honorable; el médico señala que Dios creó a Eva a partir de la costilla de Adán, por lo que el Hacedor debía ser cirujano; el arquitecto dice que antes de que existieran Adán y Eva, el universo fue creado a partir del caos, y no cabe duda de que eso la obra de un arquitecto. El economista sentencia ufano: ¿y cómo creéis que se creó ese caos? (Las leyes de la economía, Dani Rodrik, Deusto).

Estos días coinciden en Grecia dos problemas: el interno es la reforma de las pensiones públicas. El undécimo recorte de las pensiones desde 2010. Dada la extraordinaria caída de la producción y a la explosión del paro, el gasto en pensiones ha subido al 17,7% del PIB, muy difícil de financiar. Ese es el problema macroeconómico; el microeconómico consiste en que casi el 50% de los pensionistas son pobres, que las pensiones se han convertido en el principal instrumento de supervivencia intergeneracional en la mitad de los hogares, y que estas van desde los 487 a los 2.374 euros.

El problema externo es el de los refugiados. Como un día estuvo a punto de suceder con el euro, ahora surgen indicios de que hay países europeos que quieren expulsar a Grecia del espacio de Schengen. Convertir el país en un gigantesco campo de concentración, en un depósito de almas del que no salgan más que los refugiados asimilables como ejército de reserva en el resto de Europa. Desde hace tiempo hay dos clases de refugiados, los de primera y los de segunda. Los de primera, los que huyen de la muerte y de la tortura; los de segunda, los que lo hacen del hambre y la falta de trabajo. Los de primera, los que son más fáciles de integrar (por ejemplo, los sirios con carrera universitaria); los de segunda, los afganos a los que nadie quiere a su alrededor. Más allá de las cifras, es indudable que en Grecia entran más refugiados que los que salen.

En las dos cumbres que se celebran hoy en Bruselas (con Turquía y una extraordinaria del Consejo Europeo), además de constatar los fracasos —el aumento de fronteras y de los alambres de espino, y la política de cuotas—, habrán de darse señales indelebles a Grecia de que no está sola, y cómo organizar de manera eficaz el desafío de la integración y el alojamiento respondiendo a los problemas de seguridad y de las diferencias culturales. So pena de otro gigantesco fracaso.

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