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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Helmut Schmidt: el euro como urgencia económica

La moneda única fue una apuesta contra las tormentas generadas por el volátil dólar

Xavier Vidal-Folch

Para desprestigiar al euro, el euroescepticismo insiste en que se trata de una construcción meramente política (a: efímera, b: anti o a-económica); que parte de un diseño insuficiente o perverso; y que no supera ni superará un área de tipos de cambio fijos.

En honor a Helmut Schmidt, recién fallecido, y que encarnó como casi nadie el afán integracionista europeo de su generación, nos zamparemos a continuación el primer, falaz, argumento.

El euro nació al mismo tiempo como una necesidad económica y como una apuesta política. Necesidad económica: “Habíamos tenido desde el principio la intención de sustituir nuestras pequeñas monedas nacionales por una divisa europea común porque todas juntas no tenían peso suficiente para resistir las salvajes especulaciones y turbulencias de los mercados financieros mundiales”, recuerda el primer gran Helmut (Fuera de servicio, Icaria, Barcelona, 2009).

Era el primer proyecto, empujado por Willy Brandt en 1969/1970, y concretado en el Informe Werner, al compás de la crisis del dólar (divisa ancla de Bretton Woods) y del final de su convertibilidad. La volatilidad del dólar empujaba al dinero caliente mundial hacia Alemania, desordenando los tipos de cambio de todas las monedas europeas. Falló el primer proyecto y quedó en sucedáneo, una mera serpiente monetaria (variación de tipos en torno a uno central).

Luego, en 1979, le tocó a Schmidt —con Giscard d'Estaing—, volver a la carga: fue el Sistema Monetario Europeo (SME), que trajo calma pero sucumbió a las tormentas, seguidas de devaluaciones y revaluaciones. Quedó herido en las turbulencias monetarias de los primeros noventa porque “la divisa más importante del mundo ha llegado a ser una veleta”, denunció Schmidt (Hombres y poder, Plaza, Barcelona, 1989).

No hubo otro remedio que ir a crear el euro (diseñado en Maastricht en 1991, nacido en 1998-2000). “La inestabilidad del dólar animó a los europeos a contemplar la moneda única para aislarse de sus turbulencias”, recopiló Barry Eichengreen (Exorbitant privilege, Oxford University Press, Nueva York, 2011).

El euro fue pues una urgencia económica desplegada en tres fases, fue una exigencia de la lógica de defensa monetaria frente a las turbulencias. Así que primero fue la economía.

Pero al mismo tiempo solo fue posible merced al impulso político federativo, europeísta. El propio canciller tuvo que demostrar una enorme valentía política en la segunda fase, cuando los jerarcas del encumbrado Bundesbank (muchos habían contemporizado con el III Reich) se oponían al SME. Se plantó en Fráncfort y les retorció la soberbia: “Somos vulnerables por razón de Auschwitz: cuanto más éxito cosechemos en los ámbitos exterior, económico, social y defensivo más vulnerables seremos, hasta que Auschwitz se desvanezca en la historia”, presionó a los consejeros del banco central en un trepidante discurso secreto (The euro, David Marsh, Yale, 2009). Los desbarató. Se creó el SME. Y se vengaron con una feroz campaña de derribo que acabó con su carrera.

La lección de Schmidt no se limitó a cohonestar la necesidad económica-monetaria con el indispensable voluntarismo político en las fases fundacionales de la moneda única.

Luego fue muy crítico con el esquematismo de los criterios de deuda y déficit de Maastricht, y más con su versión reduccionista alemana: “Los requisitos del programa de convergencia son, en su conjunto, un absurdo; se fue demasiado lejos y deben ser replanteados”, me confesó a bordo de un avión en una entrevista memorable (EL PAIS, 9/7/1994).

Socialdemócrata profundo del ala liberal y atlantista, partidario de unas finanzas sanas, combatió también, y con saña, sus excesos, los de la austeridad talibana. “A quien crea que Europa puede curarse solo con recortes presupuestarios, hay que aconsejarle que estudie las fatales consecuencias de las políticas del canciller Brüning en 1930-32”, que dispararon el desempleo y propiciaron “la defunción de la primera democracia alemana”, recordó en una emotiva alocución al congreso de su partido, el 4/12/2011: necesidad económica.

Y siempre, apuesta política: “Los alemanes no somos bastante conscientes de que casi todos nuestros vecinos aún sospechan de nosotros, y lo harán durante varias generaciones”, remataba.

Potencia intelectual. Humildad. Agallas. Qué gran europeo.

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