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Entrevista I Ricardo Hausmann

“Los resultados económicos de la educación son decepcionantes”

El profesor de Harvard cree que se exagera el papel de la educación en el crecimiento

Miguel Jiménez
Ricardo Hausmann, en el hotel Intercontinental de Madrid, durante la entrevista.
Ricardo Hausmann, en el hotel Intercontinental de Madrid, durante la entrevista. Bernardo Pérez

El venezolano Ricardo Hausmann, de 58 años, es uno de los economistas latinoamericanos más influyentes. Es director del Centro para el Desarrollo Internacional y profesor de Economía del Desarrollo de la Universidad de Harvard. Participa en la I Conferencia Anual de la Industria, que se celebra este lunes y martes en Madrid. Considera que la productividad es la raíz de la desigualdad, que se exagera el papel de la educación académica en el crecimiento económico y se muestra muy preocupado por la situación de su país.

Pregunta. ¿Qué factores permiten que un país se desarrolle?

Respuesta. La producción moderna requiere de saber hacer, de conocimientos que no caben en la cabeza de una persona. Cualquier producto requiere del talento de mucha gente, es como una sinfonía. Importa ser capaz de imaginarse la sinfonía y de juntar los instrumentos, definir qué se va a producir, cuán complejo es y cómo se va a hacer. ¿Va a ser un cuarteto de cuerda o una sinfonía de Mahler? Esa es una diferencia básica cuando uno compara países ricos y pobres. Los países pobres suelen hacer pocas cosas con pocos instrumentos y los países ricos tienden a hacer muchas más cosas y para ello necesitan juntar orquestas mucho más grandes.

P. ¿Qué cambios va a suponer la digitalización para la industria?

R. Estamos en un periodo de gigantesca incertidumbre sobre cómo se van a hacer las cosas en el futuro. Ya, si uno mira en una empresa manufacturera en el mundo de hoy cuántas personas se dedican a tocar el producto frente a cuántas se dedican a diseñar, planificar, comprar, vender o administrar, el número de trabajadores que tocan el producto está cayendo. Eso es una tendencia mundial que va a seguir, como ocurrió con la agricultura.

P. Usted sostiene que se sobrevalora a la educación como motor económico

R. El mundo se enamora de alguna receta mágica que resuelve todos los problemas y llegan unos discursos maravillosos: 'Si uno mejora la educación vamos a ser todos hermanos, más iguales, tener más crecimiento, más productividad'. A los economistas nos toca ver si los datos respaldan esa conclusión. Y los resultados son sorprendentemente decepcionantes. Gigantescos aumentos de esfuerzo en educación han tenido muy pequeños efectos en crecimiento y muchos de los países que más crecieron no se destacan como países que hayan invertido de manera especial en educación. ¿Qué es lo que no estamos viendo? Que el grueso de las cosas que las empresas necesitan no son cosas que se aprenden en la escuela. Para trabajar se necesita el saber hacer, que es algo que se aprende muy marginalmente en la escuela y mucho en el aparato productivo. Chile puede abrir una facultad de ingenieros aeronáuticos, pero en Chile no se hacen aviones. En cambio, en México sí hacen aviones, así que si sus ingenieros van a aprender algo en la escuela y crecer mucho en la empresa. El aparato productivo puede tirar de la educación, pero la educación no puede empujar al aparato productivo. Yo soy venezolano y mejorando la educación va a haber muy pocos beneficios porque no es la educación lo que le falta a Venezuela, sino que incluso los educados terminan yéndose del país.

P. Usted ha criticado la tesis de Piketty sobre el papel del capital en la desigualdad con este concepto del saber hacer.

R. La desigualdad me preocupa mucho. Hay unas gigantescas diferencias entre países y dentro de los países, pero no se deben tanto a que el capital se lleva mucho dinero y los trabajadores, poco, sino a que en distintas partes se produce con productividades muy distintas. Hay una gigantesca desigualdad de la productividad. No se trata de que alguien se esté beneficiando por el esfuerzo de trabajadores a los que les rinde poco. La baja productividad es una pérdida de tiempo y de esfuerzo de la gente. Una política basada en incorporar a la gente a la productividad lleva a un crecimiento más igualitario, más inclusivo. Es un planteamiento muy diferente al de los que dicen: hay que crecer, pero hay que repartir. Eso es como decir: tú vas a ser toda la vida improductivo y nosotros te vamos a compensar por tu improductividad, pero no te vamos a incorporar a la productividad. Yo creo que eso como política es sustancialmente inferior y trata a la gente con mucha menor dignidad.

P. ¿Cómo se puede mejorar la productividad?

R. La producción requiere que haya muchas cosas y la carencia de muy pocas cosas hace que la productividad colapse. Imagínese como caería la productividad en su empresa si un día falla la luz, o no funcionó el metro… Los Gobiernos pueden poner algunas cosas en todos los lugares o todas las cosas en algunos sitios. Si uno pone algunas cosas en todos los sitios, garantiza que la productividad va a ser baja en todas partes. Va a rendir más poner todas las cosas en algunos sitios, y se crean esos polos de crecimiento, pero la gente que no está en ellos se queda atrás. El reto es cómo hacemos que estos polos de crecimiento se amplíen a más gente, incorporar el mayor número de gente posible a las redes que permiten la productividad.

P. ¿Cuáles son los casos de éxito y de fracaso en Latinoamérica?.

R. Yo terminé mi doctorado en 1981, justo a tiempo para la década perdida. Hubo mucho énfasis en resolver esos problemas de origen macroeconómico y algunos países han hecho un avance fabuloso en ese terreno. Y ahí yo pondría a México, a Colombia, a Perú, a Chile, a Uruguay... Pero han generado sorprendentemente poco crecimiento con respecto al que me hubiera imaginado en esa época si me dicen que iban a tener esa estabilidad macroeconómica. Yo imaginaba que no iba a ser posible, pero que de ser posible, llegábamos al paraíso terrenal. Y no llegamos. Eso me hizo pensar que además de estos temas macro había asuntos más importantes que determinaban el crecimiento. En América Latina pecamos y pagamos un costo grande por no tener una política más enfocada en la transformación productiva de las actividades, en la incorporación de tecnología, de conocimiento.

P. ¿Y qué países lo han hecho peor?

R. Es algo muy doloroso para mí. Yo he visto una destrucción de mi país, de Venezuela, de una magnitud difícil de imaginar. La destrucción de la capacidad social, de producción, de emprendimiento, de organización del país es asombrosa. Cuando yo nací, Venezuela se estaba llenando de inmigrantes españoles, italianos, portugueses porque era un país de oportunidades. Hoy, España tiene una renta per capita que es algo así como cinco veces la de Venezuela. El mundo se dio la vuelta. Creo que parte de ese fracaso viene de antes del régimen de Chávez, de una sociedad que se acostumbró a vivir del petróleo y cuando el petróleo ya no rentaba tanto, no supo transformarse e implosionó. En vez de encontrar otras vías de crecimiento nos metimos en esta aventura en la que nos metió Chávez, de endeudamiento combinado con una subida del precio del petróleo, para seguir más por el camino que no nos iba a llevar a ninguna parte. El mundo debería estudiar el caso venezolano para aprender qué no hacer.

P. ¿Qué cree que ocurrirá?

R. La economía venezolana no se va a recuperar mientras esté este Gobierno, porque se ha ganado merecidamente la reputación de no respetar los derechos de propiedad, las normas de mercado, de no pensar que la gente tiene derechos y ante esas condiciones nadie puede apostar por el país. No puede venir la recuperación porque nadie puede invertir, nadie puede esforzarse, no se dan las condiciones No creo que pueda haber una recuperación de la sociedad venezolana sin un cambio político. Y desafortunadamente el mundo no tiene mecanismos de censura, de castigo, cuando los Gobiernos se salen del marco democrático y violan descaradamente las normas. Los Gobiernos de América Latina han estado fundamentalmente ausentes de hacer cumplir cosas como la carta democrática. La realidad es que no hay el compromiso político de América Latina con la democracia. Yo quiero agradecer a Felipe González y a los expresidentes de América Latina que se han expresado sobre Venezuela, pero en ausencia de presión internacional, cuando todos los mecanismos de la democracia desaparecen, los países pueden estar muchísimo tiempo en condiciones de opresión, como ha ocurrido en Cuba o en Zimbabue.

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Sobre la firma

Miguel Jiménez
Corresponsal jefe de EL PAÍS en Estados Unidos. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactor jefe de Economía y Negocios, subdirector y director adjunto y en el diario económico Cinco Días, del que fue director.

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