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El beneficio de la duda
Columna
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Escenarios para Grecia

Si a finales de junio no hay avances, los fondos pendientes se congelarán y quedará a merced de los mercados

Alicia González

No es la primera vez, ni seguramente la última, que Grecia se enfrenta a una "semana decisiva". Ha sido así desde hace mucho tiempo pero especialmente desde la llegada de Alexis Tsipras al Gobierno, en enero pasado. Sólo que el margen de maniobra es cada vez menor, los recursos se agotan y la estabilidad del sistema financiero está, cada día que pasa, un poco más amenazada.

El consenso de los analistas sitúa el final de la partida a finales de junio. Es entonces cuando termina el actual programa de asistencia financiera de las instituciones antes conocidas como troika [Fondo Monetario Internacional (FMI), Banco Central Europeo (BCE) y Comisión Europea], gracias a la prórroga que Tsipras logró para Grecia en febrero pasado pese a no cumplir los requisitos exigidos. Si para entonces no se han registrado avances, los fondos pendientes de desembolso —7.200 millones de euros— se congelarían y Grecia quedaría a merced de los mercados y de sus propios recursos. La quiebra financiera en ese escenario estaría garantizada.

Si se retrasa más de un mes en pagar al FMI, quedaría excluida de los planes de ayuda y los fondos de organismos internacionales

La lista de reformas pendientes sigue prácticamente igual que lo estaba en febrero, estancada sobre todo ante la negativa del Gobierno de Tsipras a aplicar reformas sobre las pensiones, para elevar la edad de jubilación y aumentar el número de años necesarios para tener derecho a la prestación. El actual equipo griego tampoco acepta cambios en el mercado laboral y sin avances por ese lado Atenas difícilmente conseguirá que se rebajen las exigencias fiscales que el programa actual implica.

Sin acceso al mercado y con la financiación que el BCE le insufla a través de los bancos limitada, el Gobierno de Tsipras ya ha tenido que recurrir a las reservas de ayuntamientos y empresas públicas para asegurar el pago de pensiones y de salarios públicos en marzo y abril. Pero esos fondos, entre 1.500 y 2.000 millones de euros calculan los expertos, no dan para mucho. Sólo en junio Grecia tiene que devolver diferentes tramos de préstamos al FMI por 1.590 millones de euros y refinanciar vencimientos de deuda por otros 5.200 millones. Para julio, se acumulan pagos por 3.500 millones al BCE, otros 465 millones al Fondo y nuevos vencimientos por 2.000 millones de euros. En ese contexto y sin acuerdo, el impago parece inevitable. Pero Grecia debe elegir muy bien a quién.

Si no devuelve el préstamo al BCE, los bancos griegos se quedarían inmediatamente sin financiación y la quiebra sería automática. Se podría alargar unas semanas el momento del impago con la imposición de controles de capital al estilo chipriota pero el desenlace sería inevitable. Los depósitos que aún permanecen en el sistema bancario griego están al nivel más bajo en más de una década.

Si no devuelve el préstamo al BCE, los bancos griegos se quedarían inmediatamente sin financiación y la quiebra sería automática

Grecia puede retrasar cualquiera de los pagos que debe hacer al FMI por un mes sin que el organismo ni las agencias de calificación lo consideren un impago, pero una vez que ése se produzca, y dado el carácter de acreedor prioritario del Fondo, Grecia quedaría excluida de los planes de ayuda y los fondos de organismos internacionales. Por eso ningún país ha impagado nunca al Fondo en su historia y son contados los casos en que los pagos han sufrido un retraso.

Otra de las posibilidades que maneja el mercado es que Grecia emita pagarés —hasta tienen nombre, los IOUs [acrónimo de I owe you, literalmente, te lo debo en inglés]— que recuerdan, en una semejanza más, a los patacones y otras cuasimonedas que las provincias argentinas pusieron en circulación entre 2001 y 2002 para hacer frente a sus pagos en medio del corralito argentino. Eso permitiría a Atenas, dicen, seguir en el euro con una moneda paralela. Dado el éxito de aquella experiencia, no parece una solución duradera ni recomendable. Mucho menos en una unión monetaria

Nadie lo reconoce abiertamente. Eso tendría consecuencias inmediatas y dramáticas en los mercados. Pero las instituciones y los Estados preparan planes de contingencia para el caso de que los acontecimientos se precipiten y Grecia declare un impago, con consecuencias claramente desconocidas. Y lo cierto, y terrible, es que los accidentes ocurren.

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Sobre la firma

Alicia González
Editorialista de EL PAÍS. Especialista en relaciones internacionales, geopolítica y economía, ha cubierto reuniones del FMI, de la OMC o el Foro de Davos. Ha trabajado en Gaceta de los Negocios, en comunicación del Ministerio de Economía (donde participó en la introducción del euro), Cinco Días, CNN+ y Cuatro.

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