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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Deudocracia

La deuda ha sido históricamente el preludio de otros conflictos

Santiago Carbó Valverde

¿Hasta qué punto somos los ciudadanos responsables de la deuda pública acumulada? Desde que se implementaron los primeros programas de rescate para Grecia se viene discutiendo si la pertenencia a la UE o al euro está minando el papel de la democracia en la medida en que la condicionalidad impuesta limita el margen para políticas de los gobiernos elegidos en las urnas.

Este argumento parece el reverso del que muchas veces se ha esgrimido desde Alemania: que la pertenencia a la UE obliga a sus ciudadanos a asumir deudas de otros países que no les corresponden. Tanto una posición como otra parecen incompletas e incluso ventajistas. Muchas familias y empresas están muy endeudadas. Sin embargo, cuando se trata del Estado, el ciudadano tiende a no asumir esa deuda como propia. Si en el seno de nuestra familia o negocio elegimos un administrador de nuestro patrimonio difícilmente le dejaríamos seguir haciendo su labor si sólo nos lleva a acumular más deuda. Sin embargo, habría que preguntarse hasta qué punto este tipo de comportamientos pesa en los votantes cuando eligen a sus representantes en los ayuntamientos o a cualquier otro nivel administrativo.

Incluso cuando las arcas se vacían y el gasto se restringe, la deuda parece algo exógeno, incluso esotérico. Claro está que el aumento de la deuda se ha debido también a otras cosas como los rescates bancarios o a una mala administración de las cuentas públicas. Pero la falta de sostenibilidad del gasto público se produce por desequilibrios acumulados y por falta de crecimiento económico que respalde las refinanciaciones de deuda. En Europa, la visión más extrema de esta falacia de considerar la deuda pública como algo ajeno es la de vender que fuera de la moneda única se puede estar mejor, que “solos nos irá mejor”. Cuando se vende esa idea hay que ser responsable con las consecuencias, sobre todo si los ciudadanos acaban concediendo el voto a sus proponentes. Syriza tiene ahora un problemón en Grecia porque ha sido elegida con legitimidad democrática pero la única salida que parece quedarle para dar viabilidad a su deuda es desnaturalizarse, renunciando a la mayor parte de las promesas que hizo a sus ciudadanos. Lo que proponen partidos como Syriza es aliviar la deuda hoy para implantar políticas que la sigan aumentando más adelante… sin reformas que le den sostenibilidad al plan. Salidas rápidas que son pan para hoy y devastación para mañana.

La mejor garantía de que los ciudadanos puedan internalizar la importancia de controlar la deuda y el gasto es que se hagan frente a las obligaciones. El problema es que tiene que producirse en un marco de viabilidad. Y con Grecia se ha superado el tope. Hasta el punto de que a los griegos ya les debe dar igual si la deuda es sostenible o no porque lo que quieren es contar con una vida mínimamente digna. Hacer pagar una deuda no debe ser imponer un castigo sino hacerlo posible en un marco que permita respirar a la generación actual y venideras. Para eso, Grecia debe ofrecer un plan de viabilidad que supone reformas y que difícilmente puede elaborar en 48 o 72 horas un gobierno que no pretendía hacerlas.

Algunos seguirán hablando de “deudocracia” y otros seguirán aferrados a la disciplina del castigo. Europa sigue sin puntos medios y parece condenada a aprender por el camino más difícil. La deuda ha sido históricamente el preludio de otros conflictos y problemas. Algo deberíamos haber aprendido para evitarlos con la democracia.

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