Los otros Boyer
La influencia del ex ministro de Felipe González trasciende el tiempo que fue ministro de Economía
1.- La primera vez que Miguel Boyer aparece en una fotografía en la primera página de EL PAÍS no es como poderoso ministro de Economía socialista, sino cuatro años y medio antes, cuando casi nadie había oído hablar de él. Se le ve de lejos, entre la multitud, pero en primera línea, en la tumba del cementerio civil de Madrid en la que fueron depositados los restos de Largo Caballero, tras una formidable manifestación de centenares de miles de personas. Era abril de 1978, y Boyer atravesaba la etapa más izquierdista.
2.- Enero de 1983. Apenas hace unas semanas que ha tomado posesión el primer Gobierno socialista químicamente puro de la historia de España. El presidente y sus ministros de Economía y Hacienda e Industria, Boyer y Solchaga, comparecen juntos por primera vez desde que son poder ante más de un millar de empresarios convocados por la Asociación para el Progreso de la Dirección (APD). Su anfitrión es Claudio Boada. La expectación es enorme. Sólo habla Felipe, arropado por sus principales colaboradores económicos. Los aplausos son atronadores. Únicamente intenta poner algunas pegas José María López de Letona, exgobernador del Banco de España y vicepresidente del Círculo de Empresarios, que es acallado con bisbiseos por los colegas. En aquel momento, el presidente ya ha asumido el pensamiento económico de Boyer y tirado a la basura el programa keynesiano con el que ganó las elecciones. Boyer está en su etapa socioliberal, la más larga.
Aun con vaivenes ideológicos, el vector resultante es el socialismo liberal
Felipe siempre arropa a su ministro de Economía, sea el que sea. Así sucedió en los 14 años largos de mandato socialista. Lo contó Boyer, después de dimitir apenas dos años y medio después de aquella asamblea empresarial: "Las reglas del juego que teníamos eran que los ministros hacían sus peticiones al titular de Economía y si no había acuerdo, el presidente actuaba como árbitro. Ello significaba la continua intervención del presidente por los temas más insignificantes. Entonces planteé la conveniencia de que el ministro de Economía fuese vicepresidente y pudiera decidir sus apelaciones. El partido se opuso [Alfonso Guerra] y dimití".
Ese "sindicato del gasto" de ministros, que lógicamente quería siempre más dinero para aumentar el gasto social y cumplir las expectativas del socialismo, se reúne tras la dimisión de Boyer en una terraza del paseo de Rosales. Están conmocionados y se sienten en parte huérfanos pese a sus contradicciones con el arrogante titular de Economía, aunque creen que es el momento de equilibrar los superpoderes que hasta entonces ha acumulado éste. Allí están los Maravall, Solana, Almunia, Lluch, Romero... , patas negras del socialismo español. Piensan que el sucesor natural de Boyer sería Narcís Serra, pero éste no puede dejar el Ministerio de Defensa, embarcado como está en la reforma militar que alejará el golpismo para siempre. Apuestan por Solchaga, que es el que elegirá Felipe González.
3.- Después de haber pertenecido a la Comisión Delors para la creación de la Unión Economía y Monetaria —con idas y venidas dialécticas sobre las condiciones en que se creaba el euro, premonitorias de los problemas que luego se darán en la eurozona— Boyer es nombrado por Aznar patrono de la Fundación FAES, en 1996, y sólo la abandonará en 2004 cuando comienza la invasión de Irak tras la foto de las Azores. Nadie en su antigua familia ideológica entiende esa contorsión. Creen que lo acepta por resentimiento. Es su etapa más derechista.
La vida de Boyer estuvo llena de vaivenes ideológicos, pero el vector resultante es el socialdemócrata liberal. Su influencia en Felipe González y en el devenir de la política económica del PSOE, para lo bueno y lo malo, ha sido de muy largo alcance. Trascendió con mucho el tiempo que estuvo en el Gobierno. En este sentido, fue un hombre muy influyente. La explicación de su acción política está contenida en un largo texto titulado El segundo ajuste económico de la democracia española, sepultado entre otras colaboraciones más o menos anodinas en la obra colectiva titulada Economía y economistas españoles (Galaxia Gutenberg), dirigida por Fuentes Quintana. Allí, en el tomo cuarto, figura esta pieza central para entender un tiempo, un país y una persona.
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