La curiosidad de un hombre discreto
Isidoro Álvarez seguía muy de cerca los acontecimientos relevantes y respetaba opiniones divergentes
Existe una generalizada aceptación de que la obra de Isidoro Álvarez al frente de El Corte Inglés supuso una eficaz herramienta de transformación y modernización de la sociedad española, que salió de la cutrez de los duros años de la posguerra a una explosión universal del consumo. La modernidad de estas estructuras comerciales que puso en pie contribuyó decisivamente a arraigar en nuestro país el comportamiento típico de las clases medias y, de esta manera, nuestra sociedad era cada vez más homologable con su entorno.
Detrás de esta megaestructura comercial, las tiendas, como le gustaba llamar a sus centros comerciales, existía un notable esfuerzo de invención, trabajo, método y sobre todo una filosofía peculiar del comercio y del intercambio. Para Isidoro, el centro del universo de su empresa era el cliente. Su Corte Inglés nacía, se desarrollaba y se regía por el imperio de la demanda, por la exigencia del cliente. De esa concepción nacieron muchas iniciativas, popularizadas a través del tiempo, como aquella de que “si no está contento con su compra, le devolvemos el dinero”.
Álvarez se manifestaba envuelto de un caparazón de timidez que le protegía del mundo circundante, le permitía observar y escuchar sin necesidad de dar muchas explicaciones y reservarse su criterio sin enredarse en polémicas estériles.
Tenía una profunda curiosidad por los cambios sociales y las costumbres de sus ciudadanos. Seguía muy de cerca todos los acontecimientos relevantes, era respetuoso con las opiniones divergentes y sólo en círculos reducidos exponía las suyas, en ocasiones, si era preciso, con vehemencia.
Pertenecía a una generación para la que la empresa se hacía a pie de obra y viajaba por sus tiendas y por el mundo impenitentemente. De esa manera aprendía, solía decir, extraía experiencias y tocaba la realidad. Conocía porque pateaba de incógnito y estudiaba a su competencia y el mundo comercial allá donde se encontrara ubicada.
Nunca deseó el protagonismo y dedicaba ingentes esfuerzos a ampararse de la notoriedad. Le gustaba aparentar una extraña personalidad carente de aristas o rasgos enfáticos. Uno de sus mayores triunfos era no reclamar y que no le prestaran atención. Sin embargo, roto el cerco de la autodefensa de la timidez, era un polemista cultivado, un conversador divertido y resultaban instructivas y entretenidas las conversaciones con él sobre temas económicos, sociales y empresariales. Le interesaba la vida en general, que practicaba con vehemencia y con pasión.
Especial inclinación tenía por el cultivo de la inteligencia y la ciencia. Casi de tapadillo, dedicaba ingentes esfuerzos, medios y recursos financieros a la investigación y a la formación. Esta obra, realizada de manera despersonalizada, se efectuaba desde la Fundación Areces, que, año tras año, beca a numerosos alumnos y dota a buen número de investigadores y proyectos. La Fundación merecía su permanente atención y su especial cuidado.
Su vida estuvo dedicada a su empresa, pero siempre la vio y la comprendió en el contexto de una España moderna y exigente, en la que su contribución se caracterizaba por el esfuerzo, el sigilo y la discreción. Siempre recuerdo sus ojos saltones de curiosidad cuando se le transmitían algunos hechos relevantes o temas cruciales que formaban parte de la vida pública en el más noble sentido de la palabra.
Isidoro fue un empresario, un creador, que supo desarrollar una portentosa idea de la distribución comercial y su Corte Inglés supone un icono de credibilidad y confianza en el buen hacer de las gentes de este país, cuando se les convoca de manera organizada y liderada a una empresa colectiva.
Augusto Delkáder es presidente de Prisa Radio
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