40 m2 de felicidad
Reducir al mínimo el espacio vital es una elección que gana nuevos adeptos cada día. En las microcasas lo pragmático y la estética armonizan con el compromiso social y medioambiental.
Uno de los principios fundamentales del budismo afirma que quien no tiene nada lo posee todo. Algo así deben pensar las personas que han apostado por sustituir sus viviendas de 100 m2 o más, por una de 40 o incluso de 10 m2. El movimiento de las tiny houses surgió en Japón en la década de los noventa con el nombre de kyosho jutaku (literalmente "microcasas"), en una época en la que los precios desorbitados de las viviendas y la recesión obligaron a miles de jóvenes tokiotas a mudarse a espacios más pequeños en la periferia. Y en los últimos años, esta tendencia se ha convertido en un auténtico e imparable boom: el número de seguidores de esta filosofía de vida aumenta día a día en todo el mundo. Y es que esta nueva acepción del concepto de "buena vida", que consiste en vivir holgadamente en una microcasa de diseño, con menos gastos de hipoteca, calefacción, electrodomésticos, reparaciones, y todo ello, en un bosque de hayas, en una playa o a la orilla de un río, suena irresistible.
Cuando menos es más
En Estados Unidos, el precursor –y quien le da el nombre al movimiento a ese lado del charco– es el joven diseñador Jay Schafer. En 1997, ante la imperiosa necesidad de simplificar su vida, decidió crear una casa tan pequeña que apenas cupieran cosas que no fueran su ropa, los muebles indispensables, los electrodomésticos, los utensilios básicos de cocina e higiene y, por supuesto, él. Su motivación inicial fue el deseo de no tener que dedicarle tiempo a limpiar y ordenar objetos superfluos; y, en este sentido, el planteamiento era perfecto, pues cuando no hay espacio, los artilugios innecesarios sobran. Hoy, 17 años después, Schafer tiene sus propias empresas de fabricación y venta de nanohabitats: Four Lights Tiny House Company y Tumbleweed Tiny House Company, que hoy forman un pequeño imperio nanoinmobiliario. Lleva entregadas más de 3.000 microviviendas a personas convencidas de que menos puede ser mucho más. Y en su afán por encoger el mundo ha creado webs y comunidades donde los propietarios pueden compartir sus vivencias como thetinylife.com.
Hace dos años, la periodista y blogger de The Huffington Post, Kirsten Dirksen, estrenó en YouTube un documental titulado We The Tiny House People ("Nosotros, la gente de las casas diminutas"). Su trabajo fue fruto de cinco años de entrevistas por todos los rincones de Estados Unidos en los que se han ido asentando las pequeñas comunidades de microviviendas. El éxito de la obra fue tal que, en muy poco tiempo, reactivó la tinymanía. Cautivado por la idea, el arquitecto italiano Renzo Piano ha creado unas micro casas de 6 m2 en los que ha conseguido colocar cocina, ducha, cama e incluso un armario. La estructura es de madera y cuenta con un sistema de recolección de agua de lluvia, así como con paneles solares para su abastecimiento eléctrico. Y su precio final ronda tan solo los 20.000 euros.
Sentido y sostenibilidad
Si bien las tiny houses nacen del deseo de reducir al mínimo las posesiones, también parten de un concepto vital basado en el compromiso con el medioambiente que va más allá de las casas. Su menor espacio tiene como consecuencia natural la reducción del gasto energético, y permite, además de rebajar las facturas, hacer un uso más responsable de los recursos naturales. Esto ha hecho que el fenómeno de minichalets se haya convertido en todo un movimiento social y cultural, más que en una nueva moda. Ya abundan las tiendas online que venden desde tablas para construir las casas, hasta remolques para transportarlas, pasando por tiny houses con ruedas, pensadas para los más nómadas y aventureros. El concepto está calando tan hondo que ha inspirado incluso iniciativas institucionales, como la del condado tejano de Austin, donde se está planeando la construcción de una gran comunidad vecinal hecha de este tipo de casitas, para dar cobijo a 200 personas sin hogar. No solo serán viviendas. También se levantarán centros de culto religioso, farmacias, oficinas de correos, tiendas de comestibles, centros de atención a la salud y cualquier otro espacio que ofrezca un servicio público de primera necesidad. Y todo, en riguroso formato mini.
De importancia modular
Las dimensiones de los diferentes espacios que conforman el interior de las viviendas son realmente increíbles. Schafer, por ejemplo, está muy orgulloso de su baño, que apenas rebasa el metro cuadrado y que, por supuesto, hace las funciones de ducha, lavabo e inodoro. Y es que, pese a que su mayor influencia procede de los modelos minimalistas japoneses, este tipo de arquitectura también bebe de las exigentes líneas del diseño de interiores náuticos. En este sentido, si hay alguien que haya sabido dar consistencia a esta mezcla y convertirla en icono es la arquitecta británica Sarah Susanka, convertida en ideóloga de la filosofía Not So Big ("No tan grande"). Su serie de libros Not So Big House defiende la idea de que los seres humanos no necesitamos grandes superficies para vivir, sino aprender a adecuar espacios pequeños a nuestras necesidades reales. Así, en las tiny houses el espacio se optimiza al máximo gracias al uso de paredes móviles –que permiten transformar fácilmente ambientes distintos según la circunstancia–, a la proyección de grandes ventanas –que confieren una sorprendente sensación de amplitud– y a la conversión de los muebles en objetos multifuncionales.
Casas pequeñas made in Spain
En España, la empresa líder del sector se llama CSYA, ubicada en Madrid y especializada en arquitectura bioclimática. Desde su fundación en 2002 ha realizado más de un centenar de proyectos, entre ellos muchos de microcasas, un sector por el que su fundador, el arquitecto Daniel Corbí Sánchez, siente gran atracción. Cada una de sus tiny houses es única, especialmente diseñada de acuerdo con las características de la parcela y cumpliendo siempre con la exigente memoria de parámetros bio, tales como el aislamiento, la orientación, el aprovechamiento del sol invernal y la ventilación, entre otros. El resultado son minicasas que ofrecen una media de ahorro energético del 70% y, por supuesto, unos costes de construcción muy inferiores a los de las casas convencionales.
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