Los ‘lobos’ que hundieron la CAM
La CAM pasó de buque insignia entre los empresarios valencianos a la nada A la instrumentalización de la Generalitat y la mala y alegre gestión de la entidad, se sumó la desmesurada ambición de una cúpula que buscaron su beneficio propio
La Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM) pasó del todo a la nada. Llegó a ser la cuarta caja en España, se convirtió en el buque insignia de las finanzas para los empresarios de la Comunidad Valenciana, patrocinaba multitud de eventos de toda índole y colaboró a financiar los megraproyectos ruinosos del expresidente, Francisco Camps: Terra Mítica, La Ciudad de la Luz o la Ciudad de las Artes. Algunos de sus directivos hubieran podido encarnar un papel en la última película de Scorsese, El lobo de Wall Street.
A la instrumentalización de la Generalitat y la mala y alegre gestión de la CAM, se sumó la desmesurada ambición de su cúpula que buscaron su beneficio propio, con indemnizaciones millonarias y negocios de dudosa rentabilidad, cuando se encendieron todas las luces de que la ruina de la CAM era inminente. Ante tanto despropósito el 22 de julio de 2010 la entidad fue intervenida por el Banco de España.
Semanas antes, su director general, Roberto López Abad y otros cuatro altos ejecutivos amarraron unas prejubilaciones de 12,8 millones de euros, y María Dolores Amorós, su sucedió a López en el cargo, lo primero que hizo fue aprobar un sueldo para ella de 600.000 euros anuales y una pensión vitalicia de 370.000 euros. Era la época en la caja pagaba 1.000 euros por asistencia al consejo de administración y en la que los cónclaves se celebraban en México o China.
López Abad (Alcoi, 1956) ocupó la dirección general de la CAM desde 2001 hasta noviembre de 2010. Un primer periodo de expansión basado en el boom inmobiliario (con un riesgo de entre 11.000 y 16.000 millones en créditos a sociedades promotoras) lo que supuso casi el 30% del total del crédito de la entidad. López Abad embarcó a la CAM hasta en 66 sociedades y 104 proyectos vinculados al sector del ladrillo. Su presidente, Modesto Crespo, estaba más atento a los deseos de Francisco Camps, con quien compartía fervor religioso, que a las exigencias del Banco de España.
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