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El acero solo ofrece un futuro a 1.500 kilómetros

Más de 50 empleados de ThyssenKrupp emigran a Alemania tras el cierre de la planta de Galmed en Sagunto para poder mantener su puesto de trabajo

Un grupo de trabajadores españoles emigrados a Duisburgo
Un grupo de trabajadores españoles emigrados a DuisburgoThyssenKrupp

Cuando era un niño, el padre de Juan Ramón Merlos tuvo que emigrar de Almería a Sagunto andando por la costa. El operador de maquinaria de 46 años lo cuenta con una sonrisa que desafía a la inclemente sintaxis alemana, la niebla helada del Ruhr y los rigores de su nuevo empleo como fundidor en un alto horno en Duisburgo: su padre perdió varias uñas de los pies en aquella caminata brutal. Eran años de miseria. Este verano, la planta ThyssenKrupp-Galmed en Sagunto, donde Juan Ramón Merlos trabajaba de operador de maquinaria, anunció su cierre total y la liquidación de 165 empleos. Los sindicatos y el gigante industrial alemán negociaron un acuerdo sin precedentes para facilitar su recolocación en fábricas de la empresa en Alemania. Unos 40 se prejubilaron, cinco pudieron recolocarse en España, unos pocos siguen sopesando la oferta y más de 50 se quedaron a engordar la abultada lista de parados. Nada menos que 55 aceptaron y están llegando escalonadamente desde hace un mes con sus familias desde Levante a Duisburgo, una de las mayores ciudades de la gran conurbación industrial del Ruhr. Suman más de 120 inmigrantes huyendo del paro español.

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César Pérez, asturiano de 32 años, se vino con su coche, su perro, su gato y su novia. Hay cosas, decía el miércoles al salir de la clase de “integración cultural” en la enorme sede educativa de ThyssenKrupp en las afueras de Duisburgo, “que no son del todo como esperábamos”. Lo acompañaban Antonio Martínez y Jacobo Tarancón, de edades similares y, como él, técnicos con formación profesional. La clase de integración dura una semana y es el primer paso antes de las clases de alemán, 100 horas intensivas que ocuparán un mes entero. Los tres llevan un par de semanas en Alemania y empiezan a acusar algún desgaste por la adaptación. “No es que nos disguste”, explican, “pero de pronto todo parece más farragoso y más lento de lo que esperábamos”. El eufemismo de la “movilidad exterior” —acuñado por la ministra de Empleo, Fátima Báñez, y tan apreciado por políticos apenas chapurrean el inglés— ignora el esfuerzo de aprender un idioma cuando se tienen más de treinta años y ninguna experiencia previa. También el de adaptarse a las costumbres de una región extranjera con sus equipos de futbol, que en la Renania industrial son una especie de religión, su clima o su comida.

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Vanesa Martín, de 37 años, echa ya de menos el pescado saguntino. Es licenciada en Empresariales y estuvo en de Erasmus en Braunschweig. Parte con una ventaja para su adaptación que también podría estar a punto de verse suprimida por la crisis española. El ingeniero eléctrico Oscar Larrey es su pareja y se sentaba junto a ella en una de las aulas del centro educativo, bajo la mirada atenta del ejecutivo del Grupo ThyssenKrupp Miguel Martin-Pelegrina. Contaban que “la decisión fue más fácil de tomar”, porque no tienen hijos y los dos trabajan para la empresa. El acuerdo, explicó ella, “es que todos mantendremos por cuatro años puestos y sueldos equivalentes a los que teníamos en Sagunto”. El primer año, la empresa asume los gastos de alquiler. También las mudanzas, los cursos y las tutorías para toda la familia.

El ejecutivo Martin-Pelegrina es hijo de dos gastarbeiter —inmigrantes en alemán— llegados en los 60 “con una maleta” a trabajar. Cuando la pareja de Vanesa Martín y Oscar Larrey marchó al mercadillo navideño para atender a un equipo de la televisión pública regional WDR, Martin-Pelegrina y el recién llegado Juan Ramón Merlos hablaron de su nuevo empleo en el alto horno, físicamente mucho más duro que sus labores de mantenimiento en Sagunto. “No creo que sea un problema, porque trabajé antes en algo un poco similar”, dijo Merlos. Ya se ha traído a sus dos hijas, de 13 y 16 años. Su esposa Marisol, de 42, aceptó “en seguida” la propuesta de venir. Una de las hijas, “la mayor, Tania”, fue más reticente. La pequeña reaccionó pidiendo “el asiento de ventanilla” en el avión. Cree su padre que “perderán un año de colegio, por el idioma”.

“Las niñas perderán un año de colegio por el idioma”, señala un emigrado

Esa es también su mayor preocupación. “No puedo descartar que un día diga ya está, no puedo”, ríe, “quién me iba a decir a mí que a los 46 años me vería estudiando alemán. Pero su plan es quedarse “hasta la jubilación”. Cree que el futuro de sus hijas “será mejor en Alemania”. La empresa da cuatro años para regresar y poder acogerse parcialmente a las indemnizaciones, superiores a lo fijado por la reforma laboral de Mariano Rajoy. 25 de los inmigrantes de ThsyssenKrupp vienen con familia, unas catorce de ellas con hijos.

Cuando cerró Galmed, se dijo que fue una “decisión política” para repatriar puestos de trabajo. Desde que empezó la crisis arrecia el recelo hacia Alemania y la personificación de los males españoles en la canciller Angela Merkel. Juan Carlos García Muñoz negoció con la empresa como miembro de Comisiones Obreras y cree, sin embargo, que fue “una decisión estratégica empresarial, que también ha afectado a plantas francesas y a dos fábricas históricas en el corazón industrial de Alemania”. Lamenta García que “en Sagunto perdamos puestos de trabajo y hayamos cerrado”. Por eso “no es un éxito para los sindicatos, ni una victoria”, aunque haya “aspectos muy positivos” en la recolocación y en las indemnizaciones negociadas.

Los primeros problemas solo se desgranan con cautela entre los recién llegados, que se llevaron un disgusto cuando percibieron menos dinero de lo que esperaban en su primera paga alemana. La lentitud burocrática también exaspera a algunos, que lamentan además que no empezarán a trabajar “hasta enero o febrero”. Pero a fin de cuentas, “al menos tenemos un trabajo digno. Porque en España, ¿qué hay? ¿qué haces allí?”.

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