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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Las uvas y el vino bancarios

Santiago Carbó Valverde

En estos meses, los Gobiernos e instituciones europeas se aferran de forma recurrente a dos ideas que encierran cierta contradicción. Por un lado, se insiste en que es preciso reactivar el crédito para relanzar la economía. Por otro lado, se expresa con la misma frecuencia una desconfianza generalizada hacia las entidades financieras. No hace demasiado, el presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, reconocía en declaraciones a EL PAÍS una realidad tan directa como dura de aceptar: “Honestamente, no sabemos cómo está la banca europea”, afirmaba.

Uno de los sectores bancarios sometidos a mayor escrutinio en los últimos años ha sido el español. Sucede que, poco a poco, las entidades financieras españolas han ido mostrando la magnitud de algunos desequilibrios, los esfuerzos realizados para corregirlos y los desafíos pendientes de realizar. La macroeconomía y el sector financiero se hallan estrechamente ligados, y esa unión ha sido un tira y afloja continuo para determinar cuándo se produciría la recuperación de la parte financiera de la economía, cuándo lo haría la real y en qué medida arrastraría la una a la otra. Como quiera que el desfase crediticio en los años anteriores a la crisis y el aumento del desempleo en los últimos años —como más importantes variables explicativas del deterioro bancario— han sido especialmente llamativos en España, la atención de las autoridades europeas no hizo sino aumentar y aumentar.

Los esfuerzos por corregir una de las dos partes del riesgo bancario —la del desfase crediticio y sus consecuencias— han sido ingentes, pero la otra parte —la de una macroeconomía deprimida— ha permanecido y sigue amenazante. En medio de esta delicada situación, se añadió el componente adicional del riesgo soberano y, con ello, se acabó produciendo algo así como una oficialización del escrutinio externo al sector bancario español. En particular, una ayuda financiera contingente europea, que conllevó un Memorando de Entendimiento (MoU) que ha supuesto un amplio conjunto de medidas de condicionalidad para el sector bancario. Justo hasta ahora, hasta finales de julio de 2013. España las ha cumplido todas, pero algunas incertidumbres persisten. ¿Por qué? Porque el juego es dinámico. No es lo mismo arreglar un barco anclado en un puerto que en plena travesía. La situación del empleo y la actividad siguen siendo delicadas, y las mejoras previstas no invitan a lanzar las campanas al vuelo. La travesía continúa y, con ella, la necesidad de corregir cuando sea preciso.

Se puede dudar del tiempo preciso para reafirmar la estabilidad, pero el problema no es español

En todo caso, se puede dudar sobre el tiempo y los esfuerzos que aún serán precisos para reafirmar la estabilidad, pero el problema no es español. Incluso aunque queden aspectos por clarificar, la oscuridad sigue cerniéndose sobre los sectores bancarios al norte de los Pirineos, protegidos por el calor de una macroeconomía menos desfavorable. Hasta ahora. Sin embargo, si todo sigue igual, llegará el invierno, y todos habrán de mostrar sus fortalezas y debilidades. En parte, porque, tanto en España como en otros países del euro, el siguiente gran test será la llamada revisión de calidad de los activos (asset quality review o AQR) que realizará el Banco Central Europeo (BCE), como parte de su papel de supervisor único en el aún incipiente y farragoso proyecto de unión bancaria. De hecho, la Autoridad Bancaria Europea (EBA) retrasa sus nuevas pruebas de esfuerzo hasta 2014, una vez que el BCE haya realizado su AQR, aunque están pendientes plazos y detalles. Lo que puede conseguir el AQR es un “¡todos a desnudarse!” del que ha estado lejos la EBA, que, como se ha dicho tantas veces, ha sido todo buenas intenciones, pero no ha sido ni “autoridad” —porque sus pruebas han sido objeto de duras críticas por sus lagunas metodológicas— ni “europea” —porque algunos países han presentado a examen un número limitado de entidades financieras, poco representativo.

No lo tiene fácil el BCE con el AQR, pero puede que sea la realidad a la que deba enfrentarse el sistema financiero europeo. Lo que el BCE quiere, como supervisor, es lo que querría un buen bodeguero, ver bien las uvas antes de ponerse a hacer vino. Siguiendo el símil, lo que pasa en España es que con la reestructuración y la recapitalización se está completando una reforma de una bodega que tradicionalmente era de gran calidad, pero en la que las uvas necesitan madurar algo más y protegerlas de las inclemencias del tiempo (la macroeconomía). En el resto de Europa, la situación es menos conocida, y habrá uvas mejores y peores, pero lo que está claro es que muchas bodegas necesitan reformas. ¿Sacarán los AQR a relucir las condiciones de cada cual? Es muy pronto para saberlo, pero la duda planea sobre Europa. Casi seis años después.

Antes del gran examen, España trata de clarificar algunas dudas ya de largo comentadas, tales como la salud de las carteras hipotecaria y corporativa y los escenarios previsibles para las mismas a medio y largo plazo. Los últimos informes de seguimiento del sector bancario español de la troika —en particular, los de la Comisión Europea y el más reciente, el del FMI— han apuntado en varias direcciones. Ya se trabaja en una nueva interpretación de los sistemas de clasificación de créditos y se persigue estimar el impacto de las refinanciaciones y del riesgo de las hipotecas y otras carteras. Tarea fundamental. Y, por supuesto, hay que lidiar con lo que queda del MoU. Implementadas todas las medidas exigidas por Europa, ahora queda gestionarlas, que es tanto o más difícil, con dos grandes retos pendientes. Uno es que la sociedad de gestión de activos Sareb acomode en mayor medida su estrategia a la evolución real que están teniendo los precios inmobiliarios. La Sareb es un actor fundamental para el ajuste inmobiliario pendiente y para determinar los costes finales para el contribuyente de la resolución de la crisis bancaria en España. Ambas cuestiones de enorme trascendencia para la credibilidad del conjunto del sistema. El otro es resolver la viabilidad y reprivatización de entidades nacionalizadas, especialmente las que han recibido el mayor montante de ayudas. Son tareas fundamentales porque de ellas dependerá, entre otras cosas, la credibilidad y afianzamiento de la estabilidad financiera en España y los costes a largo plazo que asumirá el contribuyente y que hay que minimizar.

Otra cuestión que conviene zanjar cuanto antes en España —tal y como se ha hecho ya en países como Italia o Reino Unido— es la de los créditos fiscales acumulados por las entidades financieras y la posibilidad de que computen como recursos propios. Mientras no se resuelva, esta cuestión añade dudas y cuantitativamente no es desdeñable. Según diferentes estimaciones, hablamos de entre 30.000 y 50.000 millones de euros.

Poco a poco, si se aclaran estas cuestiones, el sector bancario español verá la luz para enfrentarse a sus dos retos verdaderos de medio y largo plazo. El primero de ellos, reactivar el negocio, con especial atención al crédito a empresas solventes. El segundo, contar con un colchón de solvencia que mantenga alejadas las dudas sobre la solvencia del sistema. Exagerar la solvencia, si se quiere, porque un mercado global desconfiado lo exigirá aún durante años a las entidades financieras, sin importar su procedencia. Un reto al que se enfrentan, sin distinción de tamaño o naturaleza, todas las entidades financieras españolas. El vino tendrá que ser bueno, pero los sistemas de seguridad de la bodega, los mejores. Así lo ha recordado también el FMI porque sabe que esa necesidad hay que hacerla virtud. Es comprensible que muchos ciudadanos españoles y europeos permanezcan atónitos a la dificultad para recuperar esa estabilidad financiera, pero esta es una crisis bancaria y es el peor tipo de crisis que se puede padecer, comprender y superar.

Lo que resulta curioso es que el sector bancario español, después de andar desacompasado durante años respecto a la mayor parte de los europeos en sus esfuerzos y acciones (para mal al principio y para bien después), tiene la oportunidad de encontrarse de nuevo a un compás similar a los de su entorno en 2014, ante la foto del supervisor único. Para ello, aún hay mucho que hacer hasta entonces para lograrlo. Y el camino no es de vino y rosas.

Santiago Carbó Valverde es catedrático de Economía de la Bangor Business School (Reino Unido) y de la Universidad de Granada e investigador de Funcas.

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