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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Inflación insuficiente

Un aumento de los precios en torno al 3% o el 4%, casi seguro que ayudaría a la economía

Paul Krugman

Hace unos días, Alan Greenspan, el expresidente de la Reserva Federal, hablaba en defensa de su sucesor. Los ataques de los republicanos contra Ben Bernanke, decía a The Financial Times, son “absolutamente inapropiados y destructivos”. Tiene razón en eso; lo cual hace que esta sea una de las poquísimas cosas en las que el antiguo maestro ha acertado en los últimos años.

¿Pero por qué son tan destructivos los ataques contra Bernanke? Después de todo, en Estados Unidos nadie es o debe ser inmune a las críticas, especialmente aquellos —como el presidente de la Reserva Federal— que, por la naturaleza de sus cargos, tienen un poder inmenso para mejorar o empeorar nuestras vidas. Y aunque en la campaña contra la Reserva hay algo inconfundiblemente intimidatorio, en lo que destaca la advertencia de Rick Perry de que el presidente de la Reserva sería tratado “bastante mal” si visitase Tejas, sin duda los malos modos de los críticos no son el problema más importante.

No, la verdadera razón por la que los ataques de la derecha contra Bernanke son tan destructivos es que son un intento de intimidar a la Reserva Federal para que haga exactamente lo que no debe hacer. Los atacantes quieren que la Reserva pegue un frenazo cuando debería estar pisando el acelerador; quieren que la Reserva interrumpa la recuperación cuando debería estar haciendo mucho más para estimularla. Fundamentalmente, la derecha quiere que la Reserva se obsesione con la inflación, cuando la verdad es que nos iría mejor si la Reserva prestase menos atención a la inflación y más al paro. De hecho, un poco más de inflación sería algo bueno, no malo.

De acuerdo, sé que muchos lectores ya están indignados. Pero tengan paciencia conmigo y permítanme ir por partes.

Creo que los funcionarios de la Reserva Federal, se lo reconozcan a sí mismos o no, se sienten intimidados; y que los trabajadores estadounidenses están pagando el precio de su retraimiento.

Primero, la obsesión con la inflación. Durante al menos tres años, los economistas, expertos y políticos de derechas han estado advirtiendo de que la inflación descontrolada estaba a la vuelta de la esquina, y siguen equivocándose. ¿Recuerdan las diatribas sobre la “degradación del dólar” de hace un año por esta época? ¿Recuerdan el desprecio vertido sobre Bernanke la primavera pasada cuando sostuvo que el repunte de la inflación que estaba produciéndose en aquel momento no era más que un problema pasajero causado por los precios de la gasolina y que pronto desaparecería? Bueno, estaba en lo cierto. En este momento, la inflación vuelve a estar un poco por debajo del objetivo anunciado por la propia Reserva Federal, del 2%.

Ahora, la Reserva tiene, por ley, una obligación doble: se supone que debe preocuparse por el pleno empleo, así como por la estabilidad de los precios. Y mientras que, más o menos, tenemos estabilidad en los precios, según la definición de la Reserva, estamos a mucha distancia del pleno empleo. Y esto indica que la Reserva está haciendo muy poco, no demasiado. De hecho, algunos funcionarios de la Reserva Federal —en particular Charles Evans, el presidente de la Reserva Federal de Chicago— han intentado defender exactamente ese argumento.

Claro está que unas políticas más decididas por parte de la Reserva para combatir el paro podrían conducir a una inflación superior al objetivo del 2%. Pero recuerden esa doble obligación: si la Reserva Federal se niega a correr siquiera el más mínimo riesgo en el frente de la inflación, a pesar de un comportamiento desastroso en el frente del empleo, está violando sus propios estatutos. Y, aparte de eso, ¿sería tan terrible una subida de la inflación hasta el 3% o el 4%? Al contrario, casi seguro que ayudaría a la economía.

¿De qué modo? Por un lado, hay una gran parte del sector privado que sigue paralizada por el exceso de deuda acumulado durante los años de la burbuja; esta carga de deuda es probablemente el factor que más obstaculiza el gasto privado y perpetúa la crisis. Una inflación moderada, sin embargo, reduciría ese exceso —al reducir el valor real de esa deuda— y contribuiría a fomentar la recuperación del sector privado que necesitamos. Mientras tanto, otras partes del sector privado (como muchas de las corporaciones de Estados Unidos) tienen acumuladas grandes reservas de efectivo; la perspectiva de una inflación moderada haría que el hecho de limitarse a dejar ese dinero ahí amontonado resultase menos atractivo, y les serviría de acicate para invertir (lo que, nuevamente, contribuiría a fomentar la recuperación general).

En resumen, lejos de temer que más medidas contra el paro puedan conducir a un aumento de la inflación, la Reserva Federal en realidad debería acoger con agrado esa perspectiva. Lo que me lleva de nuevo a esos ataques republicanos y su efecto paralizante sobre la política.

Es cierto que a Bernanke le gusta insistir en que a él y a sus compañeros no les afecta la política. Pero esa afirmación es difícil de compaginar con las acciones de la Reserva Federal, o más bien la falta de acción. Como muchos observadores han señalado, las previsiones de la propia Reserva indican que, aunque las cosas parecen haber mejorado un poco últimamente, sigue esperando una inflación baja y un paro elevado durante los próximos años. Dada esa perspectiva, debería ser evidente la necesidad de más “relajación cuantitativa”, que es ahora la principal herramienta de la política de la Reserva Federal. Pero las actas publicadas hace poco de una reunión del 13 de marzo muestran a una Reserva que se inclina por no hacer nada a menos que las cosas tomen el peor de los rumbos posibles.

¿Qué es lo que está pasando? Creo que los funcionarios de la Reserva Federal, se lo reconozcan a sí mismos o no, se sienten intimidados; y que los trabajadores estadounidenses están pagando el precio de su retraimiento.

Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de 2008.

 

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