La parábola del elefante
Una conocida parábola hindú, a menudo utilizada como ejemplo en los debates sobre la naturaleza del conocimiento, cuenta que varios sabios ciegos se enzarzaron en una larga polémica sobre qué era un elefante. Para uno, que había topado con el lomo, era como una pared; para otro, que había palpado el colmillo, era afilado y peligroso como una lanza. Un tercero, que había tocado la trompa, lo definía como una serpiente; mientras que el cuarto, que había abarcado el contorno de una pata, lo describía como un árbol. Los dos últimos, que habían manoseado la oreja y la cola, insistían en explicarlo como lo más parecido a un abanico y a una cuerda.
Le viene a uno a la memoria (más limitada que la del elefante, solo equiparable a la de don Manuel) esta parábola al repasar las primeras reacciones sobre su figura: un hombre entregado a su deber, y también un hombre apasionado por el poder. Un hombre de Estado, y a la vez un político camaleónico capaz de adaptarse a las más diversas coyunturas. Un hombre culto, cordial y leal, y a la vez un hombre que daba miedo, o más bien que infundía mucho respeto. Muy posiblemente, como los sabios hindúes, todos ellos dicen algo parcialmente cierto y a la vez todos están parcialmente equivocados porque, al igual que con el elefante, la figura de Manuel Fraga podrá ser abarcada en su totalidad con la perspectiva y la visión que solo permite el paso del tiempo.
Sus creencias autonomistas ya se pueden encontrar en un trabajo publicado en 1973
Deja, para entonces, tres obras bien tangibles. La primera, su aportación a la reforma política y a la reconciliación nacional, materializada en su contribución al gran contrato social que fue la transición, en su doble vertiente política (la Constitución de 1978) y económica (los Pactos de la Moncloa). La segunda, un Partido Popular que representa a la derecha y el centro liberal y democrático, por vez primera en la historia contemporánea española, perfectamente homologado a sus correspondientes partidos europeos, que es garantía de estabilidad y continuidad del régimen de las libertades de 1978. Y la tercera, una obra escrita ingente, que hace bueno el tópico de que la pluma es más potente que la espada, y que se recoge en cerca de un centenar de libros publicados, e innumerables artículos y entrevistas periodísticas.
Una obra escrita que pone en evidencia que un joven catedrático de Teoría del Estado en la España de los cincuenta escogió como área de estudio los parlamentos democráticos de Estados Unidos y Gran Bretaña, así como la tradición constitucional iberamericana; para contrastar en su lectura que ya entonces, en esos años, defendía la superioridad institucional de bicameralismo, algo que sostuvo hasta el final desde su escaño en el Senado. Una obra en la que se puede leer, aún en pleno franquismo de los primeros años setenta, una "teoría del centro" político (Legitimidad y representación, 1973), un centro que siempre persiguió en la acción política tras la restauración democrática. Una obra en la que se puede comprobar cómo sus creencias autonomistas, para tantos resultado de una caída del caballo en su primer regreso a Galicia, el que realizó en vida en 1989, ya se pueden encontrar en su trabajo Sociedad, Región, Europa (Alianza, 1973), en el que no solo invoca el principio (político) del self-government sino también el principio de subsidiariedad, derivado de la doctrina social de la Iglesia y actualmente incorporado a los principios constitucionales de la Unión Europea.
Tres grandes contribuciones centradas en el desarrollo de lo que él mismo, "utopías aparte", define en el Prólogo a su último libro publicado (Sociedad y Valores, 2006), como la "cuestión fundamental": "la idea de una constitución básica del sistema político aceptable". El paso del tiempo, como decía, permitirá evaluar si su contribución en este ámbito ha sido lo fecunda y trascendente que algunos suponemos. Por lo pronto, Manuel Fraga Iribarne emprende su segundo y definitivo retorno a su Galicia natal en el entorno de una España democrática, autonómica e integrada en el proyecto de construcción europea. Gracias al trabajo y dedicación, entre otros muchos, de este hijo de emigrantes que tanto contribuyó a traer, a redactar y a consolidar por primera vez en nuestra historia contemporánea un sistema político aceptable por la inmensa mayoría de los españoles.
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