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Las primarias republicanas

Los republicanos buscan un líder fuerte para recuperar su unidad

Arranca en Iowa una carrera entre candidatos sin carisma ni apoyo de las bases

Antonio Caño

Estas elecciones primarias, al margen del resultado en Iowa o del de la próxima semana en New Hampshire, tienen el objetivo principal de unir al Partido Republicano en torno a un candidato y darle a este la fuerza de la que hoy carece para enfrentarse a Barack Obama. Nadie en estos momentos posee el carisma personal o el respaldo necesario para ser tratado como un aspirante convincente para el gran público. Quien sea el que resulte elegido tendrá que ganárselo en el largo camino hasta la Convención.

En ese sentido, estas son unas primarias un tanto atípicas. Muy diferentes, por supuesto, a las que los demócratas celebraron hace cuatro años, cuando dos personalidades avasalladoras como Barack Obama y Hillary Clinton compitieron en un espectacular duelo entre gigantes. Pero diferentes también a otras en las que han participado figuras republicanas relevantes, como Ronald Reagan, George Bush padre, o incluso George Bush hijo o John McCain, que aportaban desde un principio atractivo personal o solvencia contrastada.

Romney es el único con la etiqueta de elegible en unas presidenciales
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Esta vez no hay ninguno con esos atributos. Ninguno de los tres con posibilidades de ganar en Iowa -Mitt Romney, Ron Paul o Rick Santorum- cuenta de antemano con el apoyo de sus propias filas o con la magia de su personalidad. Los tres son personajes muy cuestionados dentro y fuera del partido que tendrán que ganarse el respeto y el respaldo en los próximos meses.

Romney es quien tiene el camino más despejado. Es el claro favorito para la victoria en New Hampshire, un Estado menos conservador que Iowa, que suele dar su respaldo a candidatos moderados. Y de ahí podría salir catapultado hacia el triunfo en las primarias sucesivas. Pero antes tiene que pasar por Carolina del Sur, la tercera estación de esta ruta, donde Romney no goza de las simpatías de la mayoría religiosa y ultraconservadora que domina el Partido Republicano en ese Estado.

Probablemente, Romney tendrá que esperar hasta Florida, el último día de enero, para confirmar, ya en un Estado grande e influyente, su condición de claro favorito. Eso no le garantizará todavía el cariño de sus compañeros de partido ni la confianza del resto de los votantes. Todo el mundo ha observado en estos meses pasados que Romney no es el hombre que estaban buscando los republicanos, y si acaban votando por él lo hacen tapándose la nariz, porque es el único con la etiqueta de elegible en unas elecciones presidenciales.

No es esa la mejor carta de presentación para aspirar a la Casa Blanca. John McCain, que tampoco gustó nunca a la derecha de su partido, escogió en 2008 a Sarah Palin como compañera de candidatura para ganarse la simpatía de los conservadores, pero acabó perdiendo de todas maneras.

Las cosas, desde luego, han cambiado con respecto a cuatro años atrás. Hoy Obama ha perdido el magnetismo de entonces y su derrota está lejos de resultar inconcebible. Hoy las elecciones pueden decidirse por una situación económica que Obama ha mejorado solo ligeramente y que constituye el escenario perfecto para provocar un relevo en la presidencia.

Pero esa circunstancia, aun siendo muy relevante, no es la única que decide las elecciones. La personalidad del candidato también cuenta, y el Partido Republicano no ha podido hasta hoy moldear a la figura adecuada para que sus opciones de victoria sean mayores. Por supuesto que el candidato perfecto no existe. Pero entre el candidato perfecto y el desconcierto que los republicanos ofrecen por ahora en estas primarias hay otras soluciones intermedias.

Sacudido por el terremoto del Tea Party, el Partido Republicano se ve obligado a escoger entre Romney, un centrista reconvertido precipitadamente en derechista, un profesional de las campañas electorales cuyas verdaderas convicciones son un enigma, y un pelotón de extremistas conservadores que están en esta batalla para hacer ruido y ganar popularidad más que para ser presidentes.

En el camino, por miedo al Tea Party o a la desorganización que vive el partido, se han quedado republicanos de más categoría y menos fanatismo, como Chris Christie, Jeb Bush o Mike Huckabee, que no han querido arruinar su carrera en estas condiciones.

Existen, no obstante, algunos factores que inducen al optimismo entre los republicanos. Además de la situación económica, especialmente un índice de desempleo con el que ningún presidente ha obtenido jamás la reelección, los republicanos se ven favorecidos por una ola de simpatía popular que, desde su victoria en las legislativas de 2010, avanza a su favor. Hoy hay aproximadamente un 10% más de norteamericanos inclinados a votar republicano que demócrata. La tentación del cambio puede todavía ser considerable en noviembre, cuando se elija presidente, y eso puede servir para darle el triunfo incluso a un candidato con poco carisma.

Pero, para eso, los republicanos tienen todavía que hacer causa común con su candidato, lo que no está garantizado. El Tea Party no suele ser una fuerza que se preste a componendas o se resigne a lo conveniente. Gran parte del entusiasmo a favor de los republicanos está provocado por el Tea Party y puede desaparecer si el Tea Party no forma parte de la jugada.

El aspirante a candidato presidencial Mitt Romney se dirige a sus seguidores en Clive, Iowa, el lunes.
El aspirante a candidato presidencial Mitt Romney se dirige a sus seguidores en Clive, Iowa, el lunes.BRIAN SNYDER (REUTERS)

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