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Columna
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Calma

Extraña la calma con la que finalizamos este año inquieto. Año de las revoluciones árabes, de la crisis aún no resuelta del euro, del inicio de la rebelión contra el neozarismo ruso, del desconcierto postimperial norteamericano, del final de ETA, del cambio de Gobierno en España. Y nada de lo que se nos ha desvelado ha sido resuelto, pues los acontecimientos no se suelen atener a los límites del calendario. ¿Por qué, pese a ello, esta calma, que no quiero pensar que sólo refleje mi propio estado de ánimo? Vayamos, por lo que nos afecta, a lo que ocurre en casa. Luis de Guindos, nuevo ministro de Economía, acaba de insinuar que entramos en recesión y que el número de parados superará los cinco millones. Herencia recibida, de la que no podemos hacerle responsable, al menos todavía. Esperamos, con la certeza de que la receta va a ser dolorosa, y en este tiempo de espera hallamos un respiro que hace un mes hubiera sido impensable. La época Rajoy comienza con una placidez de la que en ningún momento disfrutó su antecesor, pero su gestión, que deseamos que sea fructífera, tampoco admitirá excusas. De momento, y ante tanto parabién y dada la debilidad de las objeciones, sólo se nos ocurre preguntar dónde están los fantasmas de antaño. Plena confianza para quien tan poca confianza suscitaba en todas las encuestas. Acaso resida ahí el poder taumatúrgico de Rajoy, en que vaya a quitarnos el velo de una idea ilusoria de nosotros mismos.

Pero vengámonos más cerca, más acá, y veamos lo que ha sido esto. Hemos vivido el año de la paz y el de la consolidación de las últimas marcas electorales de la izquierda abertzale. Resulta curioso que nadie esperara tanto y también que ese tanto haya sido magnificado de tal forma. Estrellas supuestamente discordantes del nuevo hemiciclo, dadas las horas bajas que atraviesa el PSOE, Rajoy se los quitó de encima como quien se quita del hombro una mota de polvo: no les debemos nada, somos sus acreedores. Los convertía así en un asunto menor del nuevo ciclo político, restándoles ese poder estelar, y catalizador de la vida política, que entre nosotros no sólo conservan, sino que se ha visto incrementado. Es el nuevo tiempo del soberanismo, la nueva matraca que nos espera en el futuro inmediato.

Se quejaba Emilio Guevara en estas páginas de que los nacionalistas no aportaran ninguna prueba concreta y fiable de que los vascos viviríamos mejor y con mayor bienestar si contáramos con un Estado propio. Y es que no hay prueba fiable que pueda superar la confortabilidad de lo ilusorio. Cuando hemos asumido que un país de privilegios es un país oprimido, es que no sabemos ya muy bien dónde vivimos y hemos sustituido la realidad por la ficción. Y las ficciones son tan poderosas que resultan resistentes a los datos fiables. Tenemos, pues, matraca para rato. Tal vez una cura de humildad nos vendría bien para reconsiderar nuestras fabulaciones: esa mota de polvo. Pero eso requiere tiempo. Feliz 2012.

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