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Columna
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Las verdades del banquero

Lo siento, pero me ha tocado la lotería: el primer premio, el tercero y dos de los quintos premios del sorteo de Navidad. A cinco decimos de cada, calculen. Creo que me había tocado también un cuarto, pero he debido perder el décimo, quizás al echar a lavar el pantalón en la lavadora. Me da a mí que aquellas pelotillas de papel apelmazado incluían los números de un cuarto premio, pero vamos, que eso es lo de menos. Tampoco hay que ser avaricioso. Hay que dejar siempre algún premio para los demás si no quieres granjearte más enemigos que Berlusconi.

Así que he salido a la calle y, según caminaba con destino a cualquier banco, caja o mixto para atender los ofrecimientos de los atribulados banqueros, me he dicho: ¿Y si me compro el banco? Dicho y hecho. Además, comprar un banco tiene ahora mismo más ayudas nacionales, europeas e internacionales que un crédito para una infravivienda o una futura ayuda para un minijob de 400 euros al mes. Comprarte un banco está muy bien visto, porque colaboras a la estabilidad financiera del país, y te conviertes en un prócer de la patria. Reconozco que quizás hubiera sido más rentable y, desde luego, más tranquilo, haberlo ingresado en la cuenta de un banco ajeno que me enviará los dividendos correspondientes y si en algún momento no los hubiera, ya se encargaría el BCE de no defraudarme

Pero ha imperado mi servicio patrio, este afán de colaboración y de salvación que nos invade desde que Rajoy ha tomado las riendas del país y toda la prensa llorosa de hace unos días es ahora una algarabía de frutos, bienes y mejores pronósticos que nunca. Por eso, también he decidido comprar el banco, por haceros un favor a vosotros que apenas os ha tocado una pedrea que, con un poco de suerte, os dará para una cena mediana para dos en algún restaurante de medio pelo. Que lo sepáis, que lo he hecho por vosotros. Y por la estabilidad financiera. Y por la salvación de Europa. Y por la infinita esperanza que ha derramado sobre el planeta el triunfo de Rajoy. Y por salvar el fútbol si llega el caso. Y para producir películas ahora que ha desaparecido el Ministerio de Cultura, que ya se sabe que la cultura es un asunto molesto y de escasísima productividad.

Lo he hecho por todo eso. En eso he invertido la millonada de euros que me ha llovido del cielo, ahora que anda el clero tan revuelto por el desnudo de Paz Vega, cuando las iglesias están llenas de desnudos de Jesucristo mucho más explícitos. Convendrán conmigo en que como mínimo me merezco una calle en esta villa por no haber pensado solo en mí con esta lluvia de millones. Lo único que le pido a Azkuna es que, teniendo en cuenta el tamaño de mi apellido, me lo ponga en una placa rectangular. Firmado: El banquero mentiroso.

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