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Crítica:MÚSICA | LONDON PHILHARMONIC ORCHESTRA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Seductora Fleming

Pocas obras en la historia de la música tienen una capacidad de seducción tan irresistible como los Cuatro últimos lieder de Richard Strauss, los tres primeros con textos de Hermann Hesse y el que cierra el ciclo con palabras de Joseph Eichendorff. La fusión entre lo que se dice y cómo se dice es ejemplar. La voz y la orquesta se complementan a la perfección en un ejercicio de fascinantes complicidades. En el juego de distribuciones el papel de la soprano es esencial. Da la sensación de que la estadounidense Renée Fleming es una artista nacida con la misión de cantar estas canciones. Le van como anillo al dedo a su color vocal, a su nada aparatoso estilo de canto. Fleming susurra, recita cantando, llena cada frase de contenidos acentos expresivos. Transmite con naturalidad una atmósfera tan cálida como sensorial. Su fraseo es elegante; su proyección, insinuante. Es difícil resistirse a su encanto. Un dato curioso: en la biografía de la cantante que se adjunta en el programa de mano se enumeran sus grabaciones y reconocimientos, así como su pasión por la literatura. También se menciona que sus joyas son de Ann Ziff para TamsenZ y su vestido es de Douglas Hannant. En fin, detalles de los tiempos que corren.

LONDON PHILHARMONIC ORCHESTRA

Director: Christoph Eschenbach. Solista: Renée Fleming. Obras de Wagner, Strauss y Beethoven.

Ciclo Ibermúsica. Auditorio Nacional, Madrid. 16 de diciembre.

Las cuatro últimas canciones de Strauss estuvieron arropadas por la obertura de Tannhäuser, de Wagner, y por la Séptima sinfonía de Beethoven. Las versiones de Christoph Eschenbach al frente de la Filarmónica de Londres no fueron especialmente relevantes. Quizás el ansia de brillantez se tradujo en lecturas sin excesiva profundidad. Hubo, eso sí, vistosidad y destreza en unas realizaciones bastante previsibles. El ampuloso código gestual del director musical no acababa de traducirse en unos resultados artísticos que fuesen más allá de lo evidente. La maquinaria de la Filarmónica de Londres exhibió seguridad y compenetración entre las diferentes secciones. Los solistas estuvieron a la altura de lo que de ellos siempre se espera. Pero la chispa de la emoción solamente aparecía a cuentagotas. O, mejor dicho, se reservó para Strauss, aunque tal vez hubiese sido deseable un poquito menos de volumen sonoro en el acompañamiento instrumental. En cualquier caso, fue un concierto entretenido, de calidad en su conjunto, y con el valor añadido de una soprano excepcional para una obra que reclama justamente una dimensión artística superlativa.

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