Marejada británica
El veto de Cameron en Bruselas sacude la alianza gobernante de conservadores y liberales
Con la afirmación de que resulta vital para Reino Unido permanecer dentro de la Unión Europea, David Cameron puede haber aclarado en los Comunes sus vaguedades tras la cumbre de la UE, que alentaron las especulaciones sobre la posibilidad de que Londres contemplara un futuro cercano fuera del bloque de 27 naciones. Pero lo que el primer ministro británico no ha disipado en Westminster es la espesa niebla interpuesta entre el partido conservador y sus socios minoritarios de coalición, los liberales-demócratas de Nick Clegg, a propósito del veto de Cameron en Bruselas.
Es improbable que pese a las amargas quejas de Clegg, ausente del Parlamento durante el discurso del jefe del Gobierno, el rifirrafe socave irreparablemente la alianza gobernante, con año y medio de vida. El matrimonio de conveniencia, que no por afinidad, entre conservadores y liberales se formalizó básicamente para afrontar con autoridad las enormes dificultades económicas de Reino Unido. Y ese sigue siendo el argumento principal de por qué su colapso no conviene al país. En las declaraciones de Clegg sobre los desastres que acarrearía la ruptura de la coalición anida, además, la presunción de que unas elecciones anticipadas llevarían a la total irrelevancia a su partido, un eterno perdedor. En poco más de un año, los liberales han reducido a la mitad sus expectativas de voto, entregando cada uno de sus baluartes preelectorales a la voracidad política de sus socios conservadores.
El plante de David Cameron en la cumbre, teóricamente para proteger a su poderosa industria financiera de mayores intromisiones de Bruselas, fue forzado por el peso de sus parlamentarios profundamente euroescépticos, los mismos que le jaleaban el lunes. Su profesión de fe europeísta en Westminster -"estamos en la UE y queremos seguir estando"- forma parte de un contorsionismo político en el que coexisten declaraciones semejantes con un consolidado ideario tory que no cree que los intereses británicos estén mejor defendidos por su presencia en la UE y que busca una renegociación de los poderes de Bruselas y un referéndum sobre la misma pertenencia a la Unión.
La decisión del primer ministro vetando un cambio del tratado de la UE puede resultarle útil con vistas a la galería, y hasta resulta coherente y casi inevitable en el contexto de unas relaciones, las de Londres y Bruselas, marcadas históricamente por la desconfianza. Pero, amén de manifestar una clara incompetencia negociadora, perjudica a Reino Unido, aislado una vez más y cada vez más en el club al que pertenece desde 1973. En cualquier caso, el de Cameron es un gesto inútil. Un veto tiene sentido si con él se impide que otros adopten medidas que a uno le disgustan. No es el caso. La Unión Europea, a 26 en lugar de a 27, sigue adelante con lo acordado en una cumbre por lo demás mucho menos concluyente de lo que Merkel y Sarkozy pretenden.
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