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Reportaje:

El adolescente con 38 millones de amigos

Jesús Ruiz Mantilla

La banda sonora de Justin Bieber, más que sus canciones, consiste en el griterío histérico de cientos de fans a la puerta de los hoteles donde se aloja. La casa de Justin Bieber es una maraña de colchones desconocidos en habitaciones de lujo a las que miles de ellas desean subir. Su día a día, un carrusel de rostros anónimos que escucha medio atónito mientras le hacen preguntas que no acaba de comprender del todo... Por su trascendencia o por su intrascendencia.

Parece acostumbrado a escuchar alrededor cómo le reclaman gritos, lágrimas, desmayos, flases, sonrisas, saltos y asaltos, un mundo subido de decibelios y nada sosegado que no le altera el rostro, ni el peinado, ahora ligeramente arreglado al estilo emo, la tribu de los adolescentes tristes con el pelo pegado a la cara. Y es que resulta difícil imaginar a Justin Bieber sentado frente a una puesta de sol. Asusta también adivinar que su futuro no desfigure su rostro de ángel.

"Michael Jackson y Stevie Wonder son mis mayores influencias. Ahora quiero estudiar a los Beatles"
Lleva un Cristo de oro al cuello. Lo explica: "Leo la Biblia casi a diario. Dios nos ha colocado donde estamos"

Es el fenómeno fan de la segunda década del siglo. Pero un fenómeno fan a estas alturas consiste en un reinvento sofisticado que se acelera y se implanta con la inmediatez del latido de los corazones a nivel global, pendientes siempre compulsivamente de un nuevo tuit o con la respiración entrecortada para el refresco sistemático de las páginas de Facebook.

Por no decir YouTube, donde su madre, Patty Mallette, que lo tuvo soltera con 18 años en una ciudad canadiense, lo colgó cantando. De London y de Stratford, en Ontario (Canadá), apenas nadie hablaría si este muchacho no hubiese venido al mundo en la primera, allá por 1994, ni crecido en la segunda despuntando en su afición por tocar la guitarra, la batería, la trompeta y por jugar al ajedrez.

Poco después de que Patty lo mostrara al mundo en 2008 cantando So sick, de R&B Neyo, tras haber ganado un concurso local, un mánager avispado llamado Scooter Brown lo cazó para sacarle todo el jugo...

Justin entiende como nadie su dimensión ciberespacial. O quizá no lo entiende. Sencillamente, lo hace, lo alimenta. E inmediatamente ahuyenta cualquier atisbo de duda sobre el control de su carrera. "Yo soy el jefe", comenta en mitad de la habitación. "¿Verdad que soy el jefe?", pregunta a su guardaespaldas. "Sí, eres el jefe", responde él, no muy convencido.

"Bueno, el jefe soy yo y mi mamá también", asegura el chico. "Ella es el amor de mi vida", suelta sin que nadie pida explicaciones: ni de su relación con Selena Gómez, chica Disney, en un romance que parece de diseño, ni de las demandas de paternidad que le han caído recientemente a cargo de una muchacha tres años mayor que él y que han quedado desestimadas después de que se sometiera a una prueba de ADN.

Justin es ese chico que, nada más comenzar sus conciertos, camina 10 pasos medidos por la pasarela, cuenta después también hasta 10, se separa un tanto las gafas del rostro, suelta "I love you" y provoca el delirio. Y añade: "Todo se lo debo a mis fans".

Para asegurarse del control, quiere hacer partícipe de su dimensión global a cualquier tipo con el que choque los cinco. No sabe vivir sin relatar su existencia paso a paso. Así que cuando uno le saluda, inmediatamente Justin inmortaliza el momento para que le acompañes en su efecto global. Cualquiera puede sentirse muy solo en determinadas dimensiones, aunque estén pendientes de ti millones de personas en todo el globo.

En cuanto entras a la habitación donde se aloja el príncipe encantado del pop, este aparece entre las luces de los platós improvisados de televisión, saluda y toma asiento en el sofá. Después del protocolario "¿Qué tal, tío?", pide permiso para inmortalizarte en su teléfono, que parece un miembro más extendido de su cuerpo, una prótesis que va cambiando con diferentes malabarismos de mano a mano.

A esas alturas, uno debería sentirse el hombre más envidiado del planeta. Haber sido invitado por Justin para registrarte en su móvil es un sueño para las incondicionales que se tiran la tarde en la puerta del hotel por verle pasar como un vendaval y sentir que les dice eso, "I love you", mientras sopla al aire un beso. Pero los gritos le deben sonar a lata de comedia televisiva, a pesar de que al entrar al hotel no cuesta comprobar la ensalada de hormonas saltando por la acera y la ansiedad de las adolescentes y preadolescentes a duras penas calmadas por sus madres, sus hermanas mayores, sus abuelas, la policía local y los botones del hotel.

Quizá las más mayores han sentido lo mismo a las puertas de un teatro mientras echaban la tarde esperando a Raphael, a los Pecos, a Mecano o a los Backstreet Boys. Carrocillas nostálgicas para quienes hoy deliran por Justin, el chico que tocaba en la calle anteayer y hoy llena estadios, atrae circo mediático por morbo y vende millones de discos en una industria que se evapora sin remisión. En ese contexto de derribo, cifras que ascienden a 10,5 millones de copias vendidas de un primer disco como My world reclaman su señal de respeto. La que se ha ganado un producto perfectamente medido hasta en la proyección de sus escandalillos públicos.

Tiene 17 años y casi todo que aprender de la vida, pese a que trate de mostrarse experimentado. "¿Has visto Never say never, el documental sobre mi vida?", inquiere. Uno piensa que a esas alturas su vida acaba de comenzar, pero calla para no matarle una bien merecida ilusión de acontecimiento en sí mismo que se ha ganado justo testimonio: el de un chico de una zona apartada del mundo que cumplió el sueño de su madre soltera y sacrificada en empleos nada seguros y a salto de mata para darle un futuro a su hijo.

Luego agrega: "Este último trabajo es mi mejor disco". Lo dice con remango de artista con solera. "Es un disco navideño". Under the Mistletoe se titula y ya habían sido encargadas cientos de miles de copias antes de salir a la calle. Cuando se le previene que eso, la frase "lo mejor que he hecho", quizá sea mucho decir para el tercero en su ínfima trayectoria, parece no comprender. Tres discos para él ya son todo un síntoma de longevidad. Repetimos: solo tiene 17 años.

Lleva un Cristo de oro colgado del cuello y un anillo prominente para dar cuenta de sus influencias hiphoperas y de sus lecturas favoritas: "Leo la Biblia casi a diario", señala. "Dios nos ha colocado donde estamos". Pero, mística aparte, también le gusta hablar de los clásicos que le han influido: "Michael Jackson y Stevie Wonder", asegura. Ir más atrás ya es adentrarse en la historia: "Quiero empezar a estudiar a The Beatles", comenta, como quien habla de Mozart o Beethoven, lejanos referentes de siglos pasados.

Tiempo para eso, no dispone de mucho. Estudia con un profesor que lo acompaña para dar cuenta de que cumple con los planes de bachillerato. Y cuando se le pregunta si sabe qué es la amistad, responde: "Sí, claro. Tengo dos o tres amigos, a veces me acompañan en las giras".

Y el hogar, ¿lo sabe? Eso le resulta más duro. "No tengo casa", suelta. "Solo un lugar donde dejo mis cosas en Nueva York". Por descontado, Justin viaja acompañado de su madre. Luego se piensa un poco la siguiente cuestión: ¿Eres feliz? "Sí...", comenta, mientras lanza una mirada y una sonrisa al vacío, medio interrogándose... Pero parece muy convencido. O al menos lo suficiente para matizar: "Soy muy afortunado".

Quizá su casa sea en cierto modo la Red decorada con los vídeos, sus documentales, sus cotilleos y sus páginas de admiradoras y de detractores. Eso es la marca de su fenómeno en cifras despampanantes: una canción como Baby ha sido la primera en superar los 600 millones de visionados en YouTube. Es el sexto personaje más buscado del mundo en Facebook, donde su página tiene 38 millones de amigos, y el cuarto más retuiteado, con 15 millones de seguidores. En los premios Billboard 2011 ha ganado como el músico con récord de descargas.

Justin compite a lo grande con Lady Gaga en una desaforada carrera por conseguir preeminencia en la Red. Superó a Bad romance, el vídeo de la diva, pero al parecer con juego sucio. Un empleado de Twitter señaló que el propio Bieber, con toda la estructura que le rodea, es responsable de cerca del 3% del tráfico de sus contenidos en la web. Aquí el que no corre vuela.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.
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