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Tribuna:ISLAS INVISIBLES
Tribuna
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El pincel del futuro

Rafael Argullol

Solemos decir que la realidad supera al arte pero a menudo ocurre lo contrario, y es el arte el que se anticipa a la realidad, sirviéndole de modelo. En pocas ciudades, como en Varsovia, para comprobarlo cuando uno se pasea por el centro histórico y, cada tanto, se encuentra con unos paneles en los que se reproducen pinturas de Canaletto y, cerca de la plaza del Mercado, con una gran vitrina con fotografías de la ciudad tal como quedó tras la II Guerra Mundial, ese esqueleto tumbado en la desolación más absoluta. A pesar de que gran parte de Varsovia no disimula su carácter reciente -mucha arquitectura socialista y alguna, más o menos espectacular, contemporánea- cuesta creer, por lo perfecto de la reconstrucción, que el barrio antiguo sea también completamente nuevo.

Los varsovianos están orgullosos, con razón, de aquella delicada tarea de reconstrucción emprendida poco después de 1945. Se cuentan muchas historias sobre el proceso. La que más sorprende es la más conocida: parece casi increíble el ensañamiento de los ocupantes alemanes tras la insurrección de Varsovia en 1944. Las tropas invasoras no sólo dinamitaron concienzudamente la ciudad, casa a casa, barrio a barrio, sino que procuraron el aniquilamiento infinitamente más poderoso que consiste en erradicar la memoria mediante la destrucción de todos los rastros de una comunidad. En consecuencia se hicieron desaparecer archivos, planos, fotografías y cualquier pista que condujera a la tentación de resucitar la ciudad. Pero la ciudad fue reconstruida, al menos en parte. Y aquí es donde adquiere protagonismo Canaletto, aunque a través de una historia algo sinuosa.

Como la ciudad, también la aventura de Canaletto puede, en parte, reconstruirse, si bien, como se verá, con una acentuada confusión entre arte y realidad. De acuerdo con mis informantes Canaletto, además de ser el magistral autor de las vedute venecianas que se encuentran en tantos museos europeos, vivió 16 años en Varsovia y fue el pintor de la corte en la época del rey Estanislao Augusto Poniatowski, entre 1764 y 1780. Antes había vivido en Dresde, al servicio del también rey de Polonia, y elector de Sajonia, Augusto III. Esto explicaba la importancia del pintor veneciano en el futuro de ambas ciudades, Varsovia y Dresde, que serían aniquiladas a mediados del siglo XX.

Con respecto a Dresde, Canaletto, sin saberlo, dominó el futuro gracias, sobre todo, a una gran pintura, Vista de Dresde desde el banco derecho debajo del puente Augusto, el modelo utilizado después de la guerra para reconstruir este puente de la ciudad, reducida a la nada tras los bombardeos aliados. En cuanto a Varsovia, los paneles esparcidos por el centro de la ciudad, en los que el paseante puede contrastar las pinturas de Canaletto con las iglesias y los palacios reconstruidos, dan fe de la exactitud con que los edificios reflejan las formas propuestas en los cuadros.

Y es precisamente al considerar esta exactitud donde empieza un singular juego de espejos en el que se acechan mutuamente arte y realidad. Según los amigos varsovianos los reconstructores de la ciudad siguieron tan escrupulosamente los cuadros de Canaletto que el producto final, el edificio recuperado, no era tanto el que existía antes de la destrucción de 1944 como el captado por el pintor veneciano en el siglo XVIII. La iglesia de la Santa Cruz y la de los Carmelitas son, por así decirlo, las de hace tres siglos con el aspecto que tenían entonces, y no con el que poseían cuando fueron sometidas a la dinamita. Los puntillosos reconstructores, ampliamente elogiados en todo el mundo por su labor, confiaban tanto en el realismo de Canaletto, del que se decía que utilizaba la mágica cámara oscura para captar todos los detalles de los paisajes retratados, que no pusieron en duda la verdad suprema de los cuadros. Sin embargo, estudios recientes habían llegado a la conclusión de que Canaletto no era tan realista como se pensaba e introducía abundantes modificaciones fantásticas en los edificios que pintaba. El juego de espejos, por tanto, aumentaba su complejidad: lo que se reconstruyó no era, como se sabía ya, el paisaje destruido en 1944, pero tampoco, exactamente, el del siglo XVIII, sino el que la imaginación de Canaletto había plasmado en las telas. El arte tiraba de la realidad de manera que ya podíamos, mis amigos varsovianos y yo, cerrar el círculo.

Pero faltaba la última sorpresa. Le comenté por teléfono a un profesor veneciano que había visto magníficos canalettos en Varsovia, encarnados en edificios y que nada tenían que ver con Venecia. Se extrañó aunque luego reconoció que no era, para nada, experto en Canaletto y, en consecuencia, ignoraba la vida del pintor. Le envié fotos de los cuadros varsovianos, y él contestó con desdén típicamente veneciano: "Desde luego, Canaletto se esmeró más cuando pintaba Venecia". Me fastidió la respuesta aunque sembró dudas en mí. Repasé vedute venecianas de Canaletto y, al compararlas con las varsovianas, advertí que había algo muy igual pero también algo muy distinto. Hice averiguaciones. La solución fue fácil cuando estuve dispuesto a abandonar los encantamientos de un viaje y acudir a las fuentes rigurosas. Según la Enciclopedia Británica Bernardo Bellotto fue un pintor sobrino de Giovanni Antonio Canal, Canaletto, que usó fraudulentamente el apodo de su tío para aprovechar la enorme fama que éste había adquirido en Europa. Bellotto, que consiguió que muchas veces lo confundieran con el verdadero Canaletto, pintó en diversas ciudades europeas, entre ellas Dresde y Varsovia.

Yo también me había confundido. Pero eso no disminuía mi admiración por el falso Canaletto que, sin saberlo, había impregnado el futuro de dos ciudades en su pincel.

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